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Opinión ·

Recomendación semanal: "Da igual cuánto sepas, es solo la punta del iceberg"

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Un instante de la docuserie de HBO

"Da igual cuánto sepas, es solo la punta del iceberg". Con esa frase comienza la docuserie de HBO sobre un caso del que se ha hablado mucho pero, sobre todo, para negarlo todo.

La pronuncia su protagonista, Dylan Farrow. Hablamos de Allen v. Farrow, el documental que desgrana la vida de la hija de Mia Farrow . Ambas han mantenido siempre que su padre adoptivo, Woody Allen, había abusado de ella siendo solo una niña. En esta ocasión, es Dylan la que por fin se siente preparada para hablar sobre los abusos que sufrió.

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La defensa de la sociedad, de la que se ha beneficiado toda la vida Woody Allen, ha sido uno de los castigos más duros para su víctima. Como siempre ocurre -siempre es siempre-, el proceso ha sido el de contarlo y denunciarlo para ser enterrada entre insultos de la gente y los medios primero y sentencias judiciales más tarde, las cuales no hacían otra cosa que dar la razón a los primeros y mandar de nuevo el mensaje de que las niñas y las mujeres no debemos buscar justicia en una institución masculina y blanca cuando su agresor es eso: un hombre blanco. En este caso, si añadimos que el agresor era quien era, la derrota estaba cantada.

A través de las incontables horas de grabación en las que Mia Farrow inmortalizó cientos de momentos de la infancia de sus criaturas, HBO nos muestra la parte de la historia que nunca se había contado más que con titulares. A través de ellas, además, se hace palpable que Mia es una mujer sensible, amable y cariñosa. Volcada en la crianza de sus hijos e hijas (biológicas y también adoptadas de países pobres) y en su hogar, el mismo hogar donde sigue viviendo desde hace 40 años.

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El recorrido por la vida de Mia Farrow nos recuerda su matrimonio con el compositor André Previn, que la abandonó tras nueve años de relación por su mejor amiga. A pesar de eso, Mia perdonó la traición y siguieron siendo amigos. Casa mucho más esa reacción en la mujer que vemos en el documental, claramente mucho más que la parodia que han inventado sus detractores, aquella de que Mia es una mujer muy mala, muy rencorosa y con una capacidad increíble para permanecer despechada 30 años y los que quedan. Justo Previn era su pareja cuando Mia Adoptó a Soon-Yi, una niña surcoreana que acabaría posando desnuda para Allen (35 años mayor) nada más entrar en la universidad. Una niña, por cierto, a la que él mismo había visto crecer y para la que había sido figura de autoridad.

Una de las partes interesantes es la exposición de la carrera cinematográfica de Allen, comenzando por Manhattan, donde se representa una pareja formada por un hombre (interpretado por él mismo) de 42 años y su novia, una menor de 17 años. Por supuesto, Allen no veía nada problemático en ello, ni mucho menos denuncia nada, muy al contrario, en el film incluso hace bromas como "mientras la policía no entre aquí, podemos batir un par de récords".  Siempre se había rumoreado que esa historia estaba basada en hechos reales, en una relación que Allen había tenido con una chica que iba al instituto. Él nunca lo admitió, pero HBO rescata a aquella chica, ahora una mujer madura con las cosas claras y en orden, que también participa en la docuserie. Lo de Soon-Yi no era la primera vez, sino un patrón claro. En Manhattan, "él es el modosito y ella la lujuriosa" se relata en el capítulo 2, y es que en dicho guion -escrito por él- la adolescente le pide práctica sexuales que otras mujeres le hubieran negado anteriormente, para "sorpresa" del personaje que encarna el propio Allen.

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La parte judicial sobre el abuso sexual contra Dylan comienza en el tercer de los cuatro episodios, pero para entonces ya todo es abrumador. Ha estado representado frente a nuestras narices y en sus películas, ha estado en sus guiones y sus relaciones, ha estado siempre ahí. Y durante treinta años se le ha mostrado como la víctima de una mujer despechada y su hija, Dylan, una víctima de Farrow, a la que ha alienado (el Síndrome de Alienación Parental que no falte). Una especie de ser maquiavélico que habría incluso implantado falsos recuerdos en la pequeña.

Una historia de terror de no ficción cuyo visionado le debemos a Dylan. Y a tantas otras que no tienen ni tendrán ese altavoz, que están siendo enterradas ahora mismo bajo insultos y sentencias patriarcales.

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