Opinión · Otras miradas
Libertad para elegir bailar sobre el volcán
Co-presidenta de Transform Europe
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Entiendo que todos queramos que esto se acabe y celebrar la vida tras la pandemia, pero ver a miles de personas festejando la victoria del Atleti, o que es fin de semana botellón en mano como si el virus no existiese, hace que me pregunte si bailar sobre el volcán será el signo de los tiempos de la era pos-covid.
Rescato la frase de un texto de H. Marcuse, quien, como toda la Escuela de Frankfurt, pensó y escribió desde el durísimo aprendizaje de la Europa de entreguerras: “… un baile sobre el volcán, una risa en la tristeza, un juego con la muerte”.
Unos nuevos “felices años 20” predicen algunos, una era en la que, como en la misma década de hace un siglo, el hedonismo explote como antítesis del dolor colectivo (la I Guerra Mundial o una pandemia global) en una búsqueda del placer en la que la realidad no cuente, una sublimación del deseo individual e individualista porque, qué demonios, la vida son 2 días.
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El problema no es celebrar la vida, ni cantar con los amigos, ni tomarte una caña. El problema es hacerlo creyendo que tu libertad individual es la única ley, que tu deseo está por encima de las normas que nos cuidan a todos, que no tienes responsabilidad sobre las consecuencias que para los demás tienen tus actos, amparados en los que animan a ello desde la teoría y la tribuna políticas.
Cínicamente sorprendida me quedé al oír a tertulianos de toda índole llamar “descerebrados” a los que salieron en masa la noche que terminó el estado de alarma y que se enfrentaron a la policía que pretendía dispersarlos al grito de “Ayuso, Ayuso”. Descerebrados no, muy listos: ellos habían entendido perfectamente lo que la nueva y extrema derecha pretende con su apelación a la libertad para elegir lo que quieras, al margen del mundo.
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Clamo insistentemente contra el pensamiento progresista que se empeña en menospreciar a Salvini, Ayuso o Trump. Sus mensajes son de todo menos ocurrencias, tienen un enorme pensamiento político detrás. Ayuso no ganó las elecciones por la palabra “libertad” sino por su interpretación: “me tomo una caña porque me da la gana”, destilación perfecta de 50 años de teoría neoliberal. Pura Escuela de Chicago.
Libertad para elegir fue el título de uno de los libros fundacionales de la filosofía neoliberal (sic). Lo escribió el matrimonio Friedman (Rose y Milton) en 1980, pretendiendo y consiguiendo popularizar las ideas de su anterior libro Capitalismo y Libertad. En este panfleto defienden qué entienden ellos y la Escuela de Chicago (el grupo de economistas que “racionalizaron” la teoría económica neoliberal en la Universidad de Chicago) por libertad. “Libertad para elegir” es una apología del egoísmo como elemento rector de la economía y la política, cuya idea central es absurdamente simple: si cada uno busca su propio interés individual, de manera mágica (la famosa mano invisible del mercado) al final habrá un beneficio para toda la sociedad. Y lo venden como axioma, es decir, como una verdad que no necesita ser explicada.
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Lo que sí explican es su verdadera intención: que el Estado, lo de todos, lo que defiende el bien común, no le ponga ningún límite a las empresas. Para ellos el Estado no debería existir más que para la Policía, el Ejército y los jueces, “reducir el Estado hasta que podamos ahogarlo en una bañera” sentenció un miembro de la Administración Bush. Por eso el popular García Egea salió raudo y veloz a anunciar que “los madrileños han votado menos impuestos”. Es su lógica.
El panfleto neoliberal mencionado explica, sin rubor, no sólo que el Estado no debe interferir en casi nada en nombre de la libertad, sino tampoco la democracia y cito a los Friedman: “Cuando votas diariamente en el supermercado, tu obtienes justamente aquello por lo que votaste y, como tú, todos los demás. Las urnas producen el asentimiento sin la unanimidad; el mercado, unanimidad sin asentimiento. Es por ello por lo que es deseable utilizar las urnas, en la medida en que ello sea posible, únicamente para aquellas decisiones en las que el asentimiento es esencial”.
Como el axioma es falso, todo el desarrollo de la teoría neoliberal es una justificación por negación: para ellos ni la historia, ni los conflictos, ni las clases, ni las desigualdades, ni el colonialismo existen. Lo expresa mejor Antonio J. Antón:
“El pensamiento liberal en su conjunto tiene un lado incontestablemente frío, despiadado, una implacable ignorancia de los males que azotaban al mundo, muchas veces instigado por su propia mano (invisible). Casi parece como si las esperanzas de progreso y mejora para la economía de sus países fuera fruto del anhelo personal, sin un ápice de empatía, sin el componente de un deseo de mejora y progreso de la humanidad en su conjunto. Dicho de otro modo: es como si el utopismo liberal también tuviera, desde su nacimiento, un germen de sociopatía”. El texto es de El sueño de Gargantúa, su último libro. Hagan el favor de leerlo si quieren saber lo que es el liberalismo.
Ese germen de sociopatía, ese “no me importa el mundo solo mi yo y mis deseos”, es la alerta temprana. Frente a la enorme ola de humanismo y solidaridad que la pandemia genera, no bajemos la guardia. No lo han hecho en Chile, desterrando la Constitución que consagró el neoliberalismo (Pinochet y los Chicago Boys mediante) a rango constitucional. Sigamos su ejemplo rescatando derechos y libertades (las de verdad, las republicanas), para no caer en otros “felices años 20” que con sus burbujas de chamán y financieras nos llevaron a unas de las peores resacas de la historia, la gran recesión. Se me ocurre que no es casual que Joe Biden vuelva a Rooselvelt con sus programas masivos de inversión. La Historia nos avisa. La alerta está ahí, pero la solidaridad también, esa que apela a que bailemos, sí, pero todos y sobre tierra firme.
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