Opinión · Otras miradas
Castillo, épico
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Luego de pasar una noche de insomnio viendo los avances de los resultados oficiales en la web del organismo electoral —el empate técnico así lo obligaba— el lunes 7 de junio en la noche ya parecía claro que el Perú tenía presidente electo: Pedro Castillo, el profesor de escuela rural que sorprendió a todos cuando ganó la primera vuelta, el del sombrero, el poncho y un lápiz —ingenuo, afilado, potente— como emblema partidario. Castillo había sobrepasado a su contrincante, la simple aritmética perfilaba su victoria. Y aunque Keiko quiso ese mismo día enrarecer el ambiente con la palabra "fraude", todo parecía definido.
¿Es este triunfo, de confirmarse, motivo de alegría? Me inclino a pensar que sí, y no solo para medio país. Porque a pesar de las dudas y de los cuestionamientos al entorno de Castillo, al líder de su partido —Vladimir Cerrón, un hombre de perfil autoritario acusado de corrupción— y al propio candidato —por su poca preparación, su radicalismo de placita, su carencia de roce de estadista—, algo ha quedado claro: el pequeño contendor llegó a lo más alto. Cometió todos los errores posibles, pero, algunas veces, habló con humanidad. Con demagogia ("no más pobres en un país rico"), ciertamente, pero con el corazón sereno y esa voz pausada, reverberante, de las aulas. Sin grandes jugadas de ajedrez o golpes estratégicos —que sí tuvo su contendora—, lo hecho le ha bastado para ganarle a la maquinaria electoral más feroz de la historia de las elecciones peruanas: una coalición de derecha superior que la que se enfrentó a Humala en 2011, y más apabullante que la que en 1990 apoyó a Vargas Llosa y se propuso, sin éxito, aplastar con facilidad a un desconocido llamado Alberto Fujimori.
Que alguien como Castillo haya ganado da un mensaje de esperanza a los disminuidos, a los que menos tienen y no son representados. El ataque brutal y por todos los frentes, a veces, crea empatía con la víctima. El escenario David contra Goliat da un aura épica.
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Hace años, la prensa que defiende intereses neoliberales —en Lima, toda la televisión abierta— aprendió una lección de oro con Ollanta Humala, el candidato de izquierda: humanizar al demonio es un error. Darle cobertura, mostrarlo como un semejante, dejar que lo vean sonreír, puede ser fatal. Al candidato de izquierda hay que atacarlo desde el arranque, sin tregua, asociarlo a lo peor, lo que genera más miedo. Pero en esta campaña cometieron un error: la prensa de derecha satanizó a Verónika Mendoza, supuestamente la candidata "fuerte" de la izquierda, que postulaba por segunda vez. Para perjudicarla y dispersar el voto "socialista", los canales de televisión más poderosos empezaron a llamar a declarar a un candidato menor, inofensivo, chico —electoral y físicamente pequeño—. Sí, el maestro de escuela.
No tenían idea de lo que hacían. Pedro Castillo, un metro sesenta y cinco sobre el caballo, se convertiría en el nuevo outsider.
Cuando Castillo ganó la primera vuelta, quedó claro que habían atacado al candidato erróneo. Hubo represalias por esa "humanización", ese descuido. Clara Elvira Ospina, directora de prensa de la poderosa cadena América Televisión, fue despedida en plena campaña. Una de las razones, según informes de prensa, fue que bajo su dirección salió un reportaje en que se ve a Castillo rodeado de vacas, en el campo, demasiado inofensivo.
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Por supuesto, los medios se pusieron al día con Castillo rápidamente.
Poco después de la primera vuelta, Lima amaneció llena de paneles con mensajes contra "el comunismo". Aparecieron en pantallas LED, brillantísimas, de las que se usan para avisos publicitarios que cuestan decenas de miles de dólares. “El socialismo conlleva al comunismo". "Ganar más por mi esfuerzo es ser libre". "No al comunismo". "Cuba, pobreza, muerte, miedo, desesperación" (y una foto de balseros cubanos sacada Google Image). La publicidad electoral está regulada y debe declararse, pero estos carteles no le rindieron cuenta a nadie. La empresa emitió un comunicado corto diciendo que sus letreros reflejaban, simplemente, una opinión. Pero alguien recordó que en el pasado el dueño de la compañía ha usado favores políticos de Fuerza Popular, el partido de Keiko.
No al comunismo. No al comunismo. No al comunismo. El bombardeo empezó y no paró. Hashtags en las redes sociales, marcos de fotos de Facebook. Keiko Fujimori unió a la derecha, parte de la cual le tenía cierta resistencia, bajo la premisa del peligro común. #Pormifamilia empezaron a decir publicistas afines en las redes (Por mi familia, soy capaz de votar por Keiko). Apareció un vídeo en que inmigrantes venezolanos comparaban a Castillo con Hugo Chávez. Lloraban al hablar.
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Para sembrar temor por el comunismo, en América Latina se apela a efectos muy sensoriales: uno es la ausencia papel higiénico. Otro, usado en Puerto Rico, es que ya no habrá aire acondicionado. A veces se dice que McDonald’s se irá. Esta vez, la campaña peruana se concentró en repetir que estaremos condenados a pasar hambre. La dueña de un alojamiento para mascotas anunció que no admitirían perros de familias comunistas. Su justificación: en Venezuela "la gente se come a sus mascotas", y un comunista es alguien que quiere ese destino para nuestros perritos.
En otro flanco, más periodístico, se desató una campaña para vincular a Castillo con el terrorismo. De poco sirvió el argumento de que Castillo es un rondero, o sea, que ha pertenecido a las rondas de autodefensa campesina, que se enfrentaron a Sendero Luminoso. En vez de una crítica informada al vínculo algunos militantes de Perú Libre —el partido de Castillo— con miembros del Movadef —un grupo no delictivo que busca la amnistía de los presos de Sendero Luminoso— lo que hubo fue estigmatización repetida y asociación por contigüidad: un diario mostró un vídeo en que miembros de Perú Libre entonaban una canción "de Sendero" (resultó ser el Himno de los Maquis, entonado en Guerra Civil Española y reutilizado por organizaciones izquierdistas de todo el mundo). El mensaje era claro: por un lado, Fujimori y por el otro los terroristas; elija su mal menor.
Una confusa masacre ocurrida en el Vraem —la zona donde opera Sendero Luminoso, que no es el viejo grupo terrorista sino una organización que protege al narcotráfico— apareció en los medios resaltada como "atentado". Murieron 16 personas. Nunca hubo pruebas de que los responsables fueran subversivos (de hecho, todo apunta a lo contrario), pero Keiko y sus asesores utilizaron el hecho en beneficio propio, sembrando la idea de que el Sendero "está volviendo". Incluso, algunos periodistas le pidieron a Pedro Castillo que haga un "deslinde".
En esos días, apareció un nuevo panel: "Unidos por la paz". El mensaje: la paz ha costado mucho, no podemos dejar que los terroristas vuelvan.
Mientras esa campaña avanzaba, los publicistas de Keiko se apropiaron de la camiseta de la selección de fútbol del Perú, una estrategia que imitó a Jair Bolsonaro en Brasil, y que ponía a Fuerza Popular en un lugar muy cómodo: el de la patria tal y como la conocemos, por un lado, y la amenaza de cambiar para siempre de vida. La simplificación se acentuó. Cuando Castillo anunció un cambio del sistema de las AFPs, la prensa lo tradujo: "Castillo te quitará tus ahorros".
Creo que nunca antes he visto una campaña tan efectiva, capaz de despertar tantos miedos con pocos estímulos. He visto incluso a escritores connotados cayendo en esas babas. Pero tampoco fue una genialidad de la persuasión. La campaña dio argumentos para un rechazo que ya estaba allí. Castillo es un profesor del campo, un hombre sin lenguaje culto ni sofisticación. Para muchos, un ignorante. Eduardo Adrianzén, guionista creador de El último bastión, un éxito de Netflix que narra el proceso de independencia peruano (y muestra cómo los criollos preferían aferrarse a los privilegios de la Lima virreinal antes que ser libres), dijo: «Entiendo las mil razones para que Castillo no convenza y sus ideas causen rechazo. Pero me gustaría saber cuantas de esas razones nacen en verdad de un racismo feroz, al que le aterra imaginar que alguien "como él" pueda ser presidente».
Pues Castillo, según el conteo casi terminado, le ganó a todo eso. Y es una historia tan poderosa que, creo, será capaz por sí misma de tranquilizar a muchos de los que votaron con miedo contra él (y se darán cuenta de que fueron rehenes). Algo debe haber sembrado Castillo, a decir de la multitudinaria acogida de sus apariciones de cierre de campaña (cerros repletos de gente). Y a eso me refiero con la alegría, una alegría que sospecho más grande de lo que dicen los números. El miedo estuvo y está, y hoy mismo hay quienes hacen planes para salir del país. Pero la histeria va apagándose. Es cierto: Keiko Fujimori dice "fraude" y eso busca desestabilización. Sin embargo, pensar que todos sus votantes se comerán el pleito es un error. Son muchos los van aceptando la realidad: se detienen un segundo y observan. Ganó el débil, y representa a demasiadas voces como para no escucharlas.
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