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Opinión · Dominio público

“¿Pero es cambio climático o no?” Riesgos de preguntas y respuestas desacompasadas

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Un hombre se refresca en una estación de nebulización, en medio de la ola de calor extremo en Vancouver (Columbia Británica, Canadá). REUTERS/Jennifer Gauthier

La ola de calor en el noroeste de América está acaparando titulares por doquier. Durante tres días seguidos, en Canadá se han ido batiendo numerosos récords de temperatura, estando a la cabeza de este ranking la localidad de Lytton con las temperaturas más altas jamás registradas en todo el país. Primero fueron unos 46.6ºC el domingo 27 de junio, seguido de 47.9ºC el lunes y unos indescriptibles 49.6ºC el martes. Una situación que ha servido de base para una oleada de incendios forestales y, la peor consecuencia, la pérdida de más de un centenar de personas.

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Este evento es mucho más llamativo y preocupante si volvemos a subrayar que esas temperaturas se han registrado en el mes de junio y en Canadá. Para ponernos en contexto, estamos hablando de temperaturas más de 20ºC por encima de la media de esta época en algunas regiones. Son valores más propios de Oriente Medio y que superan incluso a la máxima más alta registrada de forma oficial en las Vegas (47.2ºC) o en toda España (46.9ºC en Córdoba el 13 de julio de 2017).

Sabemos cuáles han sido el conjunto de condiciones meteorológicas y orográficas que han formado parte de este desenlace. Incluso, sabemos que cada cierto tiempo pueden ocurrir fenómenos similares (aunque, atención, que son cientos, miles de años…). Sin embargo, la forma de abordar estos eventos y su relación con el cambio climático puede llevar a un resultado contraproducente y, en mi opinión, ocurre básicamente por dos motivos.

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En primer lugar, a la hora de relacionar un evento meteorológico con el cambio climático, existen grandes diferencias entre el tiempo en el que la sociedad reclama esa información y el tiempo que necesita la ciencia para contestar (para dar respuesta a esa pregunta se hacen lo que conocemos como estudios de atribución, una serie de análisis que nos ayudan a determinar si el cambio climático ha favorecido que ocurra un evento concreto o si hubiera ocurrido fácilmente sin él).

Desde luego, es científicamente impecable afirmar que no podemos asegurar de forma inmediata que un evento extremo concreto se deba al cambio climático y/o que ocurren con determinada frecuencia (aunque sea una vez en siglos). Pero, aunque este mensaje no contradiga el cambio climático, puede llevar a una malinterpretación para quienes no estén familiarizados con estos mensajes: “esto ha ocurrido siempre, el cambio climático no está afectándonos ahora mismo”.

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Es más, cuando los estudios de atribución se publiquen tal vez sea tarde para rectificar esa idea inicial. Por ejemplo, durante la primera mitad de 2020, Siberia tuvo un episodio de calor cuyo culmen fueron unos asombrosos 38ºC en Verkhoyansk el 20 de junio. Fue en mayo de 2021 cuando un artículo confirmaba lo esperado: efectivamente no podían explicarse esas temperaturas sin la influencia del cambio climático antropogénico.

Sin embargo, tanto en aquel episodio como en este y en el mismo momento en el que los focos estaban puestos en dichos eventos, empezaron a escucharse voces desde el sector científico o a mostrarse estudios preliminares que apuntaban a que esas temperaturas desorbitadas no se entenderían sin el cambio climático.

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Volvemos a lo comentado antes: Sabemos que los eventos extremos pueden ocurrir cada cierto tiempo, sí. Sabemos que en verano hace calor, desde luego. Pero también sabemos que el calor actual no es el de hace unas décadas, que cada vez observamos olas de calor más intensas y duraderas, que fenómenos extremos están produciéndose más habitualmente y que, desde luego, no es nada normal registrar casi 50ºC en un lugar con una latitud similar a Londres.

Por otro lado, parece que en el imaginario colectivo el cambio climático se asemeja a una especie de criminal que en un momento determinado aparecerá con un cuchillo y no se apartará de nosotros mientras nos asesta puñaladas sin parar. Lo cierto es que eso no ocurrirá… nunca notaremos un primer golpe en forma de huracán, ola de calor o temporal marítimo a partir del cual todo lo que venga sea catástrofe y destrucción. No ocurrirá porque la evolución del cambio climático es lenta a nuestros ojos y, además, progresiva. Es más, no hace falta irnos al futuro para notar sus consecuencias. Estamos viendo sus huellas desde hace décadas y urge actuar para no llevar al clima a un estado que nos dificulte aún más nuestras vidas y actividades en el planeta.

En mi opinión, en la situación climática actual no podemos permitirnos dejar puertas abiertas a generar algunas dudas, sobre todo cuando son aspectos en los que seguramente no las haya. Para evitarlo, es necesario mejorar la educación ambiental y cultura científica de la sociedad. Sí, necesitamos entender que algunas preguntas no pueden responderse de forma inmediata, así como el impacto que tiene el clima en nuestras actividades y nuestra salud, pero también es necesario reducir el tiempo para obtener estudios de atribución. Necesitamos poder mostrar la huella (o no) del cambio climático cuando aún esté el evento en mente. Necesitamos ser cautos y rigurosos científicamente, evidentemente, pero sobre todo con el mensaje: comunicar sin abrir puertas a dudas sobre la realidad en la que estamos sumergidos. El cambio climático lleva tiempo aquí, es cuestión del presente y podrá apretar mucho más en un futuro si no tomamos las medidas adecuadas.

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