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Opinión · Otras miradas

De lo que no se habla en verano

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Varios pares de zapato de color rojo, velas y carteles contra la violencia machista contra las mujeres, en una concentración en repulsa de uno de los asesinatos cometidos en las últimas semanas. E.P./Joaquín Reina

Agosto. Verano. Vacaciones.

Lo que para muchas personas supone un tiempo de desconexión y de evasión, en el caso de otras, por sus trabajos o situaciones privadas, representa un sobreesfuerzo o bien una situación diferente. Bien por los trabajos precarios o bien por otras condiciones. Verano es la etapa donde muchas mujeres comparten que de las tareas de la casa no se descansa nunca, sino que se multiplican incluso para ir a la playa o al pueblo y prepararlo todo. 

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Pero, en lo que se refiere a las mujeres, hay algunas para las que el verano es muy distinto a lo que podemos pensar. El machismo no les permite tener un verano “normal”. Para ellas, el verano es una estación de angustia, de incertidumbre o incluso de miedo.

Verano es la estación donde suele aumentar la violencia de género e incluso los asesinatos. No es casualidad, sino el resultado de pasar más tiempo con el agresor, que disfruta del control total de la familia, una de sus grandes obsesiones. Ayer mismo supimos que cuatro mujeres fueron asesinadas. No ha habido gran conmoción social ni ante su asesinato ni tampoco a las que la predecedieron.

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Mientras muchos barrios y zonas se quedan vacías con la marcha de quienes pueden tener vacaciones, hay mujeres en casas de acogida con sus menores pasando el verano. Mientras su agresor estará libre, ellas estarán controladas en sus horarios, en sus salidas y entradas, para velar por su protección. También los hijos e hijas que viven con ellas. 

Para algunas es incluso una fortuna que los niños permanezcan con ellas en verano. Para otras, al igual que los fines de semana, agosto es un mes de terror, donde muchas tienen que entregar a sus hijos e hijas a sus padres maltratadores, sin saber qué serán de ellos. Algunas siguen a la espera de juicio o con recursos, otras porque los jueces siguen considerando que los derechos del padre prevalecen sobre los menores. Los mismos menores que acuden a esas vacaciones obligados o asustados porque ya son conscientes de la realidad. Los mismos que trasladan a las psicólogas de los centros de recuperación la idea de no querer pasar días con sus padres… sin éxito. 

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Verano es también el mes donde aumenta más el turismo, nacional o internacional. El mes donde el ocio nocturno aumenta y donde hay hombres que han sido educados con la idea de que ser putero es una forma más de diversión.

Es la etapa donde los prostíbulos refuerzan la entrada de víctimas de trata. La etapa donde ellas, recluidas en pisos privados o en prostíbulos, se encuentran encerradas y controladas, donde se someten a ser explotadas solo pensando en reducir su deuda y  que no les ocurra nada a sus hijos y a su familia.

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Y muchas veces, es el verano la fecha que recuerdan las víctimas de violaciones que llegan a los centros de atención a víctimas, las que dicen no recordar nada porque las emborracharon o drogaron, las que cuentan que escuchaban cómo ellos se reían y presumían mientras la violaban uno tras otro, las que lloran cuando no saben por qué se bloquearon y otras les dicen que fue un instinto de supervivencia, para que no se culpen.

Con suerte, algunas de esas violaciones se sabrán porque habrá denuncia. Si son agresiones sexuales grupales quizás algunas se conozcan en los medios de comunicación. Si no son grupales, apenas tendrán repercusión en la prensa porque lo que ahora vende son las grupales, que generan más audiencia. Mientras, las víctimas pasarán el resto del año en terapia para intentar recuperar aquella vida que cambió en un mes de agosto solo porque algunos pensaron que su cuerpo era objeto de diversión.

En esta etapa de mayor calma informativa, hay muchas mujeres que no duermen en calma. Muchas esperan que llegue septiembre. Para recuperar algo de normalidad o para pasar página, como una forma de alivio. 

Y cada año no dejo de pensar que ojalá el machismo se fuese un tiempo de vacaciones para que muchas mujeres fueran completamente libres, aunque fuera solo por un mes.

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