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Opinión · Otras miradas

A vueltas con el sambenito de la endogamia universitaria

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Existen palabras asociadas a la de Universidad que aportan un sesgo positivo a la institución. Estamos acostumbrados a oír términos como “excelencia universitaria”, “investigación universitaria”, “máster universitario”, …  En realidad, el propio término Universidad tiene sesgo positivo. Los padres aspiran a que sus hijos consigan ser titulados universitarios para mejorar así su estatus social y su futuro laboral, las empresas contratan a sus élites entre quienes han hecho másteres universitarios para que aporten los máximos conocimientos posibles, … En definitiva, la sociedad confía en la Universidad para formar al máximo nivel a los ciudadanos y permitirles oportunidades sociales y, en cierta forma, venera el conocimiento que aportamos. Ser profesor o profesora universitaria implica per se un reconocimiento social. Dedicamos nuestra vida al estudio y a transmitir y mejorar el conocimiento y por ello la sociedad nos respeta y confía en nosotros.

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Obviamente todo no puede ser positivo, de hecho, hay un término que desde hace décadas aparece asociado a la universidad y que aporta un sesgo negativo: la “endogamia”. Al parecer las Universidades son endogámicas y hay que hacer leyes para evitarlo. La RAE define endogamia como una “actitud social de rechazo a la incorporación de miembros ajenos al propio grupo o institución”, lo que trasladado al caso universitario sería algo así como la tendencia de la Universidad a favorecer a los candidatos propios frente a los ajenos en los procesos selectivos, primando la cercanía frente al mérito. La endogamia universitaria es afirmar que las Universidades, por sistema, tienden a contratar a los “malos” propios y no a los “buenos” ajenos, como si siempre ganaran los Salieri frente a los Mozart.

Esta consideración tiene mucho que ver con la universidad franquista. La dictadura tuvo su reflejo en las universidades, lo mismo que también lo tuvo el aislamiento internacional del franquismo cuando sus aliados nazis y fascistas perdieron la II Guerra Mundial. Al igual que el resto de la España la universidad franquista fue endogámica, la relación internacional de la universidad quedó truncada y los que marchaban fuera para formarse estaban “contaminados de libertad”. Eso comenzó a cambiar con la democracia y con la LRU, de cuya aprobación han transcurrido cuatro décadas, sin embargo, el sambenito de la endogamia universitaria sigue generando tinta y leyes.

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Son razones de la pervivencia de ese sambenito: - primero, el peso de la tradición universitaria, que mantiene en el imaginario colectivo al profesor errante, que cogía y transmitía conocimientos de cada una de las instituciones en las que ejercía su labor; - segundo, la imagen que trasladan las universidades norteamericanas de élite, que en un mercado de fichajes y con decenas de miles de millones de capital, captan su profesorado a base de chequera entre el profesorado con éxito investigador del resto de universidades; - y tercero, el factor político, ya que en España los liberales y la derecha utilizan el término como método de desprestigio de lo público.

Frente a quienes hablan de endogamia universitaria, la realidad actual ofrece razones para afirmar que la universidad española no es endogámica. Por una parte, porque el sistema de formación del profesorado ha cambiado radicalmente. La internacionalización se produce desde la fase de estudiante, con el programa Erasmus, los estudiantes tienen acceso global e inmediato al conocimiento científico a través de internet (lo que hace unas décadas era una odisea en la mayoría de la universidades, acceder a las últimas publicaciones científicas, ahora es una cuestión instantánea), hay programas de ayudas que favorecen y financian la iniciación a la investigación y la estancia en otros centros de investigación, existe la acreditación previa de los programas de doctorado que fijan estándares muy rigurosos, … Todos estos factores hacen que un recién doctorado actual de una universidad española tenga un perfil sustancialmente abierto al exterior y homologable internacionalmente.

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Por otra parte, está el sistema de acreditación del profesorado. Un profesor/a, desde el primer nivel -ayudante doctor- hasta el último –catedrático- debe pasar por una acreditación nacional previa que estandariza a los candidatos/as (por cierto, los problemas del sistema de acreditación requieren una reflexión aparte). Cualquier candidato/a debe enviar su currículum completo y éste se valora por una comisión nacional bajo unos criterios estándar fijados. Con la acreditación previa del profesorado cualquier posible candidato/a competidor en un concurso-oposición va a tener un currículum similar y por tanto no va a haber enfrentamientos tipo Mozart/Salieri. De hecho, si buscamos escándalos en prensa sobre oposiciones a profesor universitario veremos la práctica ausencia de los mismos.

En realidad, la mal llamada endogamia no es resultado de las normas universitarias vigentes, simplemente es una cuestión de mera lógica económica y social, que se reproduce en la práctica totalidad de organizaciones privadas y públicas por la tendencia natural de toda persona a buscar trabajo en su entorno y de las instituciones a conservar su capital humano. La realidad es que no hay competencia porque no hay candiatos/as alternativos. En efecto, si tenemos en cuenta que en las universidades públicas españolas los sueldos son iguales y se fijan por BOE y que, además, un profesor/a universitario es un mortal más, que tiene un cónyuge con trabajo, unos hijos/as con un entorno social, una vivienda, etc. es decir, un arraigo social y económico, pretender que esté dispuesto a un peregrinaje vocacional es una entelequia. En mis 35 años de profesor durante los que se han producido centenares de concursos en mi facultad bajo distintas normas, solo recuerdo un caso de un profesor foráneo que compitiera para obtener una plaza frente a un candidato de la propia universidad. Ganó la plaza, tomó posesión y pidió excedencia el mismo día. Nunca impartió una clase en mi universidad.

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Pero es más, es que tengo grandes dudas de que lo que en la universidad recibe el nombre de endogamia sea algo negativo para la universidad. La endogamia es mala en un conflicto tipo Mozart/Salieri pero planteemos otra perspectiva. Piensen en un médico/a que entra en un hospital con 28 años como especialista, que trabaja en neurocirugía durante 10 o 15 años con el equipo del hospital. A alguien se le ocurriría decirle al hospital que si lo asciende es endogámico y que es mejor que venga un cirujano/a de fuera ¿No será más bien una buena política para mantener el equipo tener contentos a los médicos/as ofreciéndoles una carrera profesional en el propio hospital? La universidad no es una actividad de lobos solitarios, investigar y publicar a nivel internacional requiere de equipos y no se consolidan equipos con profesores/as errantes y deshaciéndote de tu propio capital humano.

En la actualidad tengo la suerte de tutelar un becario de doctorado, que fue mi alumno en el grado y en el master y que tuvo el segundo mejor expediente de su promoción, es decir alguien de expediente excepcional formado en la Universidad de Sevilla desde el origen. Gracias a la beca ha sido doctorando visitante en una universidad extranjera y este curso defenderá su tesis doctoral, su investigación es de calidad internacional y se encuentra perfectamente integrado en el equipo de investigación. Mi deseo es que se quede en la Universidad de Sevilla porque creo que será en el futuro un profesor brillante de nivel internacional y me parecería un error absoluto no ser endogámico con él. Que se marchara sería un derroche de capital humano para la Universidad de Sevilla. Lo que en futbol se llama “cantera”, algo que todo club quiere tener, en la universidad lo llaman “endogamia”.

Voy aún más allá. Creo que el verdadero problema de la universidad española de hoy no es la endogamia, sino todo lo contrario. El problema de las universidades españolas radica en la dificultad para quedarnos con los mejores, lo que ocurre por dos razones: la escasez de becas para la formación de doctores y una carrera profesional nada clara y muy dilatada en el tiempo. Para ser profesor/a hay que investigar y para investigar tienes que aprender mediante el doctorado. El número de becas para la realización del doctorado es irrisorio, la mayoría de los departamentos no disponen de becarios de doctorado y muchos estudiantes motivados para la investigación, con magníficos expedientes, quedan fuera de las becas y si quieren ser profesores/as se ven forzados a financiarse ellos mismos el doctorado (lo mismo que si los/as médicos/as tuvieran que pagarse los cuatro años de MIR). La escasez de becas para realizar el doctorado hace perder muchos/as candidatos/as ya desde el momento cero.

Pero además, como no le definimos una carrera profesional atractiva, tener buenos profesores/as cuando el sector privado realiza ofertas que duplican salarios desde el primer momento es prácticamente imposible. Esos magníficos/as estudiantes se ven obligados a trabajar durante años en puestos precarios de poco más del salario mínimo, para sustituciones temporales que tienen que ocupar para poder acumular la docencia universitaria que exigen las acreditaciones. Y eso si tienen la suerte de conseguir sustituciones, pues de lo contrario acaban vagando por el mundo de las becas postdoctorales y los contratos de proyectos de investigación. Un recién egresado necesita unos 6 o 7 años (1 master + 4 doctorado + 1 ó 2 de sustituciones) para conseguir acreditarse para ayudante doctor, una categoría que por cierto solo da acceso a un contrato temporal. ¿Cuánta voluntad y abnegación no habrán de tener cuando con sus capacidades en cualquier empresa conseguirían magníficos sueldos desde el primer momento? ¿Y encima pretendemos que sean profesores errantes?

La universidad española no es endogámica, es famélica en recursos para la formación del profesorado y eso es lo que hay que solucionar, no la “chorrada” de la endogamia.

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