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Opinión · Dominio público

Nazis en Chueca

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Hace varias semanas que los neonazis anunciaron su marcha en Chueca. Una convocatoria ‘contra las agendas 2030/2050’ firmada por una nueva marca bajo la que se encuentran los nazis de siempre. Es probable que quien no esté familiarizado con el universo ultraderechista más allá de Vox y de sus satélites, no se percatara de la que se estaba preparando en uno de los barrios más emblemáticos para el colectivo LGTBI, a pesar de la alerta de quienes se dedican a monitorizar a estos grupos. Y siendo organizaciones legales, y con un lema tan ambiguo (que no advertía de lo que sucedería después) las autoridades permitieron el acto. 

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Esto no es nuevo. No se iba a convocar una marcha ‘contra sidosos y maricones’ ni se iba a poner una esvástica en el cartel. Llevan haciendo esto desde siempre: disfrazar bajo cualquier lema un acto de provocación para que no haya ninguna excusa legal para prohibirlo. Sin embargo, las autoridades sabían perfectamente quienes eran y lo que pretendían, y tenían la capacidad de gestionar esto, como hacen con muchos otros actos, de varias maneras. Y se optó por permitirlo, escoltar la marcha, y ya si eso luego, según se lo tome la gente, ya lo vemos. Lo que pasó ya se sabe: un desfile neonazi al grito de ‘fuera maricas de nuestros barrios’, insultos racistas, bengalas, banderas nazis y ‘fuera sidosos de Madrid’, cuyos videos dieron el sábado la vuelta a Twitter desatando una ola de indignación.

Los nazis y sus proclamas homófobas dejaron en evidencia las palabras de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso. La homofobia no estaba en la cabeza de la izquierda. Estaba bien visible el sábado en Chueca, envalentonada por el cada vez más normalizado discurso de odio y amparada por la ley que les permite usar la libertad de expresión para vomitarlo. El relato de la derecha sobre el supuesto victimismo del colectivo LGTBI y ‘la politización’ que dicen que hace la izquierda de los delitos de odio se vino abajo este fin de semana gracias a la marcha nazi. 

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Se visibilizó de la manera más desagradable posible cómo todavía hay quien odia a las personas por su orientación sexual y lo proclama a los cuatro vientos, y cómo se usa cruelmente una enfermedad (el Sida), para señalar y estigmatizar a todo un colectivo. También se visibilizó cómo estos mismos grupos señalan a otros colectivos como los migrantes y los menores no acompañados como parte del pack de su odio. 

Es fácil señalar a las autoridades por haber permitido esto, pero reflexionar sobre qué hicimos los demás para evitarlo ya cuesta más. Porque delegar toda responsabilidad en las autoridades, a las que constantemente se les acusa de ser indolentes con estos problemas, es escupir hacia arriba. Nadie pidió que el colectivo LGTBI pusiera su cuerpo ante los nazis ni que se enfrentara a ellos. Ni siquiera se convocó nada al margen del vecindario por parte de aquellos que sabían la que venía y alertaron días antes. Pero reflexionar sobre qué y cómo se podría hacer para haber evitado esta marcha nazi debería ser un deber de todos y todas, si de verdad queremos evitar que esto vuelva a pasar. A no ser que lo único que propongamos sea la pataleta en redes y esperar a que el Estado actúe. 

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Hace justo un año, el barrio valenciano de Benimaclet fue elegido también por la extrema derecha para celebrar el Día de la Hispanidad. No fue casual esta elección, ya que es también un barrio emblemático para la izquierda y los movimientos sociales de la ciudad. Como lo es Vallecas, donde también Vox, este mismo fin de semana, intentó de nuevo otra provocación sin éxito. En València lo intentan constantemente desde los 90. Primero con el barrio que tenía mayor tasa de población migrante, Russafa, en 1997 y luego en 2002. Y en Vallecas, en 2008, un año después del asesinato del joven antifascista vallecano Carlos Palomino, donde los nazis llegaron incluso a rodear a la madre de la víctima e insultarla mientras la Policía cargaba contra los antifascistas. 

En València, el pasado 12 de octubre salió bien, y miles de personas tomaron el barrio a cierta distancia de los nazis, con una convocatoria legal y con su propio dispositivo de seguridad, demostrando que, aunque esa tarde desfiló el odio protegido por cientos de antidisturbios, no era bienvenido. La noticia fue la firmeza antifascista de un barrio, y los nazis pasaron a ser actores secundarios que necesitaron a cientos de policías para pasear entre abucheos. Y lo mismo sucede en decenas de ciudades de toda Europa, cuando se celebran actos que ni siquiera confrontan los de los ultras, y simplemente muestran músculo y acaparan el foco mediático, dejando así en evidencia la minoría que son los intolerantes. Y la mayoría de estos casos, sin violencia ni confrontación directa. Se ha hecho así mil veces. Y de mil maneras. Lo contaba Hibai Arbide en un articulo que explicaba cómo se había derrotado a Amanecer Dorado en Grecia, y apuntaba múltiples frentes donde se puede actuar. 

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Son cuatro y no hay que hacerles caso, se dice. Vale, pero hemos visto que, aunque tú no les hagas caso cuando pasen por debajo de tu casa, las redes se encargan de hacerlo viral. Los nazis no desaparecen si dejas de mirarlos. Ni el problema se esfuma esperando una sanción por sus proclamas homófobas y racistas. Tampoco es necesario enfrentarte a ellos para darles más publicidad y encima victimizarlos. Sin embargo, existen mil maneras para, al menos, evitar que sean los protagonistas de la jornada, y revertir el foco mediático hacia otro marco: el de la conciencia, la firmeza ante el odio y la solidaridad con todo colectivo señalado. Imaginación no falta. Ni gente. Ni medios. Ni capacidad. 

Tras la manifestación nazi, puse un tuit tratando de explicar esto, que quizás no fue afortunado. Lo del sábado era demasiado precipitado y no se pudo hacer con tiempo y garantías, por lo que no caben tampoco reproches. Mis disculpas si sonó así. Por eso quería aprovechar esta página para matizar esta reflexión e invitar a que este debate esté sobre la mesa. Ha pasado muy poco desde el asesinato de Samuel, mientras seguimos conociendo agresiones homófobas cada semana. Hemos sufrido el júbilo de la extrema derecha ante la falsa denuncia del joven del Malasaña, cuyo caso ha sido utilizado para negar el problema y acusar a la izquierda y a las víctimas de exageradas y de politizarlo todo. Los ánimos están a flor de piel, y el miedo es evidente. Quizás lo de Chueca nos pilló a todos y a todas a contrapié, pero saquemos algo bueno de esto, aunque duela: pensemos cómo se deben de gestionar este tipo de asuntos si realmente queremos que esto no vuelva a pasar. O, al menos, que no sea el odio el protagonista sino la solidaridad. Siendo conscientes de que las instituciones demasiadas veces no acompañan, o peor, que tienen doble vara de medir según quien convoque un acto. Ejemplos nos sobran. 

Pero en este asunto, con los nazis, no es necesario que les declares la guerra. Hace tiempo que ellos te la declararon a ti. Por ser como eres. Por existir. Y en esto, no estamos solos. Y eso es importante que nadie lo dude. No debemos aislarnos. Ni mirar hacia otro lado. No hay ninguna formula mágica para acabar con este odio, ni con la extrema derecha, pero no se puede permitir que nadie tenga miedo a pisar la calle por ser como es. Ni que los cuatro chavales que decidan salir a protestar estén solos. El miedo, aunque es natural y razonable, y todos lo tenemos, es parte de su victoria. Pero esto no es un asunto de responsabilidad individual. Hay decenas de colectivos para gestionar esto, capaces de combinar los cuidados con el activismo. Y mil maneras de hacerlo. No solo mediante protestas, ni en reacción a algo concreto. Es labor continua, y ningún reproche a quien lo lleva a cabo.  

La enorme red de movimientos sociales que tenemos es capaz de articular una respuesta a esta oleada de odio. Y hacerlo bien, sin poner a nadie en riesgo. Lleva haciéndolo muchos años. Incluso sin ir a remolque de las convocatorias de los ultras o de las agresiones. Los colectivos que representan a todas esas personas señaladas por la ultraderecha, los que los confrontan, los espacios donde sobra la imaginación y la indignación ante lo que estamos viviendo, existen. Y trabajan día tras día. Con lo de Chueca, quizás sea el momento de darle una vuelta a estos acontecimientos y no esperar a que pase otra desgracia para salir a la calle. Ni que esto lo solucione el Gobierno o a que los medios dejen de normalizar los discursos de odio y dar voz a sus voceros. 

Tenemos que empezar a hablar de cómo se empieza a construir un nuevo escenario en el que el odio tiene que dejar de ser el protagonista. Como dijo Marita Zambrana de SOS Racismo el sábado en un tuit: “Ya va siendo hora que la indignación en redes sea el motor hacia la acción política, se transforme en indignación en las calles, en autoorganización, en apoyo a organizaciones que llevan años denunciando opresiones sistemáticas a nuestros colectivos”. Y que los gritos contra determinados colectivos sean silenciados por miles de voces contra el odio. Donde la noticia sea la solidaridad, la firme defensa de los derechos humanos y el orgullo de cada uno de ser lo que es. 

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