Opinión · Otras miradas
Militancia para sumar voluntades
Coordinador general de IU en Andalucía
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Rueda de prensa sobre la evolución de la erupción volcánica de La Palma. Lanzan pregunta impertinente, con tufo a bulo, si atina gana notoriedad, viralidad, y se convierte en un fake cliqueado. Ceden la respuesta al vulcanólogo. Se acerca rápidamente al micro y contesta con más celeridad aún. Escueto, directo y rotundo: “Es falso”, y se retira. Nemesio Pérez, el vulcanólogo, ya venía con alguna lección aprendida en cuerpo ajeno. No quiso extender una respuesta de la que sacar material tergiversado como le hicieran en más de una ocasión a otro científico gestor de crisis, Fernando Simón. En estos tiempos es difícil que una certeza se abra paso, hasta un geólogo tiene que andar precavido a pesar de dominar una ciencia cuyas magnitudes temporales de estudio alcanzan los miles de millones de años.
Sin embargo, las certezas, las verdades aprendidas, son muy necesarias para interpretar un proceso de cambio, geológico o de cualquier otra naturaleza.
En este país vivimos una crisis de régimen cuyo discurrir nos conduce a una encrucijada con dos vías posibles: el carril neoliberal autoritario o una salida de profundización democrática. El edificio tiene aluminosis y más nos vale hacer mudanza. Si no hay salida progresista, el régimen se nos cae encima y será la nueva oligarquía con la vieja derecha las que decidirán el futuro.
La coyuntura exige audacia y valentía para afrontar decisiones difíciles. La inercia es mala compañía. Y también exige memoria. En los procesos de cambio político de nuestro país ha tenido un papel fundamental la militancia. Comprender en profundidad la Transición exige valorar el impacto, en el devenir del proceso, que tuvieron los elementos más conscientes y organizados de las capas populares: las y los militantes. Por eso, en estos momentos hay que apelar a cuestiones tan primordiales como ampliar alianzas o persuadir a la ciudadanía con buenas narrativas y un relato estratégico, y también conviene considerar el papel imprescindible de la militancia para coger las riendas del proceso político y cimentar un Frente Amplio.
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En consecuencia, es condición sine qua non incorporar y hacer valer la militancia en el carácter protagónico que ha de jugar. Militantes que vehiculan su acción política y social desde movimientos sociales, partidos y sindicatos y, por ende, se convierten en una fuerza colectiva. No existe la militancia individual, es siempre un proceso colectivo. El militante es un ser gregario en sentido pleno: su activismo se sustenta en relaciones de reciprocidad y en su vida se inserta plenamente en su comunidad. La inteligencia colectiva emanada de las organizaciones es mucho más útil que la del mero intelectual crítico aislado en su verdad y desraizado del colectivo. ¿Es esto una alabanza a la militancia? Sí, pero es que hace falta robustecer el tejido social.
Ésta se identifica con ideas y valores. Esa es su argamasa, más allá de líderes (que los han de encarnar) o banderas (que los han de representar). Desde esa identificación compartida ponen en marcha proyectos estratégicos y establecen horizontes allende la coyuntura. La militancia comprende mejor los tiempos geológicos de la política. Sabe interpretar las erupciones electorales y los tiempos de calma sísmica.
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Además, su interlocución con la sociedad es directa. No precisa de mediadores. Las y los militantes interactúan con la ciudadanía de manera directa. Son capaces de trasladar estados de ánimo, de ilusionar y, muy necesario en esta coyuntura, incorporar a mucha gente anónima al proceso político. La militancia facilita los espacios para acoger y movilizar los malestares, deseos y aspiraciones de la gente. Hace protagonista a la gente. El tejido social precisa savia para crecer.
Decía Irene Montero el otro día que militar es un gran acto de amor. Es cierto. Es un acto moral. No hay proyecto de transformación sin un supuesto moral. La ejemplaridad moral de quienes se entregan a las causas colectivas es el mejor aval para el nuevo país que hemos de construir.
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Necesitamos certezas, referencias éticas en la cotidianeidad de la gente y capacidad para canalizar todas las voluntades. Feministas, ecologistas, sindicalistas y quienes día a día se organizan con la gente para intervenir en sus realidades concretas tienen una tarea histórica que cumplir. Su papel es irreemplazable para poner en marcha un proyecto de país para el que, como invocaba Yolanda Díaz en el acto del centenario del PCE, se necesitan todas las manos, todos los corazones y todas las mentes.
Sirvámonos del patrimonio del pueblo: la experiencia de lucha conservada y reproducida por sus organizaciones populares.
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