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Opinión · Otras miradas

Votar bien

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«Votar "mal" o votar "bien" no es casual; es una manera de decidir si se ha optado por una forma de sociedad —la democrática— o no está claro o, más bien, como ocurre todavía en América Latina o en África, ya no en el Asia, por ejemplo, donde todavía todo parecía en veremos hasta hace poco tiempo». Si esta cadena de palabras no ha servido para que te aclares aún acerca de la enjundiosa cuestión de votar bien es porque no tienes ni un marquesado ni un Nobel de Literatura. Probemos suerte pues con la cadena que subsigue inmediatamente a la anterior en la columna dominical de Vargas Llosa en El País. «El voto bienintencionado o malintencionado no es anterior a la elección; es, más bien, una confirmación de los pasos previos a la asunción de la validez segura o escasa de la razón electoral».

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¿No te queda claro? Por mi parte, he de confesar que, tras un par de décadas enmarañado en los peores enredos gramaticales de la historia del pensamiento occidental, ésta ha sido la más dura de mis batallas hermenéuticas: he salido con un esguince sintáctico, una fractura semántica y un importante desconcierto metafísico, porque de metafísica es de lo que parece hablarnos en su columna el lúcido y elocuente señoro. No obstante, puede que esto de votar bien y aquello de la metafísica no tengan mucho que ver. De hecho, si probamos a saltar de las disquisiciones incomprensibles a la ciencia política estándar, la cosa adopta un cariz completamente diferente. ¿Qué podría significar eso de votar bien en el contexto de una democracia representativa? El trabajo de Thomas Ferguson, Benjamin Page, Martin Gilens o Larry Bartlett puede servir de punto de partida: basta con comparar las decisiones tomadas en los parlamentos y las opiniones de la población. Este trabajo lleva décadas arrojando un resultado curioso: los parlamentos de las democracias representativas representan a una parte muy exigua de la población, en concreto, a ese pequeño porcentaje ubicado en la cúspide de la pirámide de la renta.

¿Qué podría significar entonces eso de votar bien en el contexto de una democracia representativa? Pues quizá algo así como que el voto sirva para corregir esa total desconexión entre decisiones políticas y opiniones populares. Este tipo de cosas suceden a veces, principalmente en ese tercer mundo que, nos explica Vargas Llosa, no sabe votar. Y como no sabe votar, pues escoge candidatos erróneos que luego hay que deponer mediante golpes de Estado, terrorismo internacional, etc., un trabajo que ha venido realizándose muy democráticamente desde un país en el que se vota muy bien. Desde Mohammad Mosaddeq o Salvador Allende a Jean-Bertrand Aristide o Manuel Zelaya la historia es tan larga como la hilera de cadáveres. En ocasiones la cosa no sale bien, y aunque el golpe de Estado se lleve a cabo de acuerdo con las reglas democráticas, como sucedió en Venezuela en 2002, un levantamiento popular puede restituir al presidente en su puesto. Luego, la principal consultora de la región podría añadir más errores al voto erróneo de la población, informando sistemáticamente de que, durante el mandato de Chávez, Venezuela encabezó las encuestas de opinión en dimensiones como el apoyo popular a la democracia o el optimismo sobre el futuro. Sin embargo, estas son cuestiones de hecho que poco pueden interesarle al metafísico. Aquí de lo que se trata es de votar bien, y tan claro como que el ser es y que la nada nadea es que en el tercer mundo no saben votar, y de ahí los necesarios correctivos democráticos.

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En fin, que el pasado domingo fue un día desafortunado para los pocos amigos de la prosa clara y la sensibilidad democrática que aún leen El País: a las lecciones de metafísica de Vargas Llosa se añadía ese día la despedida de Elvira Lindo, que no sólo sabe escribir con claridad, sino además acerca de cosas con alguna relación con la realidad. Quizá se sumen ahora Inda o Losantos a Vidal-Folch, Savater, Azúa y Vargas Llosa.

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