Opinión · Posibilidad de un nido
Gocemos, compañeras, gocemos
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Tengo la incómoda sensación de que este feminismo se nos ha quedado estrecho, que esta lucha feminista nos aprieta. Vamos poco a poco ocupando los espacios tradicionalmente masculinos y no veo que nos sintamos a gusto, que vivamos mejor. Y sin embargo se trataba de eso, ¿no? De vivir mejor, de no sufrir. ¿De qué sirve ocupar más sillones en la Real Academia si no nos mejora los días? Quizás antes deberíamos preguntarnos si nos gusta la Real Academia. Pero es más profundo. Vamos ocupando lugares en los espacios tradicionalmente masculinos –que, como todo lo masculino, no tiene que ver son nosotras– pero no hemos sido relevadas en todo el resto de trabajos no remunerados. Por eso hablamos constantemente de los cuidados. Nosotras ocupamos sus sitios, pero ellos no ocupan los que han sido tradicionalmente nuestros y los días pasan sin respiro.
Siento que, además de vivir mal, estamos sufriendo. Muchas de las mujeres que se encuentran hoy en la lucha feminista sufren, y eso es lo contrario de una lucha gozosa, o sea, deseable. Sufrir no es de valientes, dejemos eso para el cine bélico y el western. Pelear sin resultados satisfactorios inmediatos ni a la vista, tampoco. Llevo tiempo haciéndome una pregunta: ¿sufrimos menos las mujeres ahora que hace 25 años? Lo dudo. Lo dudo mucho. ¿Nos atacan menos, nos agreden menos? Francamente, no.
Todo ha cambiado definitivamente y en el caso de las mujeres no es exactamente para bien. Se trata de la comunicación, como siempre. Nunca antes en la Historia de la humanidad, así de bestia, millones de mujeres habíamos podido narrar públicamente la violencia que hemos sufrido y que sufrimos. ¡Muchos millones de mujeres! No narrarla en abstracto, sino de forma testimonial, una a una, nombre a nombre. El mundo ya es otro. Me cruzo con el técnico de sonido, con el editor, con el taxista, y pienso: "Ahora ya lo sabes, ahora no puedes negarlo, fingir ignorancia; pero sigues haciéndolo". Me cruzo con el camarero, el periodista, el fotógrafo, voy a una presentación literaria y pienso lo mismo. Todo el rato me sucede. Los miro a la cara y me pasma que nada haya sucedido, que se sigan comportando como antes de que sucediera. Miro a los hombres y pienso: "Ahora, por primera vez en la Historia, hemos podido señalaros, a todos, una a una, abrumadoramente". Lo han hecho políticas, actrices, autoras, científicas, deportistas, y sobre todo millones de mujeres sin presencia pública. Y nada.
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Ya está. Hecho está. Por fin. Ya ninguno puede alegar ignorancia, tralariro, tralará, para no mover un dedo. Y no han movido un dedo.
Bien: adiós. Una tarea menos, compañeras: tratar de explicarnos ante los hombres, de contarles que el dolor que nos infligen es universal y cotidiano. Una certeza más: ningún hombre cede ni cederá sus privilegios, ni siquiera cuando dichos privilegios suponen dolor, violencia y muerte para el resto, o sea, nosotras. ¿Es una pena? Sin duda. Es una pena para ellos, porque son los que no avanzan.
Ah, pero precisamente ahí reside uno de los grandes muros contra los que nuestro avance, que sí existe, choca. Ellos han decidido, activa o pasivamente, no avanzar, y con ello convierten nuestro avance en sufrimiento. No ocupan nuestros espacios en los cuidados, en el tiempo de trabajo no remunerado, y a la vez nos castigan por entrar en los suyos. Nos castigan duro. Las mujeres que osamos ocupar el espacio público y hacerlo políticamente pagamos un precio que considero demasiado caro, que no vale la pena. Y es muy terrible esto que digo.
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El feminismo debe plantear, de eso se trata, nuevas formas de vivir, nuevas formas económicas, sociales, de consumo, de crianza, de relacionarnos en todos los ámbitos. Nuevas formas no basadas en la violencia, la avaricia ni la competición sin piedad ni inteligencia. Sin embargo, los ataques contra nuestros avances son tantos y tan violentos en esos mismos ámbitos, en todos, que el movimiento feminista hemos acabado trazando nuestra actuación en responder a su violencia, en una "respuesta a". Y esa respuesta a la violencia no solo es dolorosísima, sino que está lastrando la posibilidad de desarrollar nuevas formas de organización íntima y social. Perdemos tanto tiempo en responder que no soñamos.
Salgamos de ahí, compañeras, salgamos de ese cepo. Ahora ya ha cambiado todo, ya está narrado. Ya está. Sucedió. Los medios de comunicación tradicionales han construido con minuciosidad el silencio-violencia. Los nuevos medios y redes están montando, muy rápidamente, un atroz manual de agresiones. Y sin embargo ahí seguimos, boqueamos en la red en la que nos han apresado.
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Solo veo dos salidas, y mira que le doy vueltas. La primera consiste en erizar nuestra respuesta, hacerla más violenta. Pero eso sería más de lo mismo, seguir en sus espacios enloquecidos y viejos. La segunda, apartarnos, salir de esa pescadilla que se muerde la cola, y construir nuestros propios espacios. Podemos hacerlo y ya hemos empezado, de ahí sus ataques cada vez más fieros: la vida común, las atenciones, los cuidados, el respeto por el entorno, el cariño, la lucha hombro con hombro por una vida mejor, nuevas formas de amores e, insisto, respeto, mucho respeto.
Hemos empezado a dejar de sufrir, y resulta gozoso. Tratar con otras mujeres, compartir lo pensado y lo hecho, tantísimo, rescatar a las olvidadas, aprender de la vida común y las experiencias, compartir las violencias que todas conocemos tan bien, reírnos, reírnos, reírnos, bailar. De repente nos vamos encontrando aquí y allá, en espacios que no retratan la lucha tradicional, que no son lugares dolorosos ni de sufrimiento, y podemos hacerlo porque hemos tomado conciencia del engaño y nos hemos apartado. Lo hacemos sin ellos. Sin ellos, que conociendo nuestro dolor y horror, no han respondido, no han estado a la altura. Sin ellos, que nos hacen la vida peor, que multiplican nuestro sufrimiento.
Se nos ha prohibido, por encima de todo, gozar, y sobre todo en los últimos tiempos. Hemos visto cómo las más jóvenes dejaban de hacer públicos sus bailes, sus juergas, sus salidas, sus disfrutes, por considerarlos fuente de señalamiento y violencia. Bailar, cantar, beber, follar han pasado a estar penalizado para las mujeres en esas redes de atrapar. Pero hemos salido y se está francamente bien.
Gocemos, pues, compañeras. Construyamos otros espacios posibles donde la vida resulte más fácil, donde al menos no se sufra. Gocemos porque, además, un movimiento político cuya imagen se centra en el dolor y la amargura no parece ciertamente un lugar muy apetecible para estar. Si este feminismo se nos ha quedado estrecho, si esta lucha feminista nos aprieta, nos la quitamos y nos quedamos en pelotas. A toda lucha sigue otra, a todo paso, el siguiente, y el paso que acabamos de dar es histórico, el suelo que pisamos es ya otro. Vamos a celebrarlo, ¿no?
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