Opinión · Otras miradas
El negocio de la discapacidad
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El otro día haciendo scroll en Twitter leyendo un poco de todo y sin fijarme particularmente en nada, di con el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, un día que de poco más sirve que para lanzar promesas al viento sobre cómo se mejorarán las condiciones de las personas con discapacidad. Promesas sobre cómo se mejorará la vida de la gente, las condiciones laborales, la inclusión social, bla bla, la equidad, accesibilidad, igualdad, el fin del estigma, bla bla, y así hasta el año siguiente. La realidad es que poco o nada se habla a diario sobre un problema que afecta a 3,8 millones de personas, un 9 por ciento de la población de nuestro país.
Cuando me diagnosticaron esclerosis múltiple supe que era el principio del fin de mi vida sana. Y eso significa dejar de ser productiva para el mercado laboral capitalista que siempre quiere más y más hasta devorarnos como Saturno hizo con sus hijos. No me imaginaba trabajando ya de pie 8 horas en un bar sirviendo copas o en cualquier otro trabajo que implicara mucho esfuerzo físico. Es por eso que estoy opositando y no por mi amor leguleyo, dicho sea de paso. Entonces salí del armario y conté mi situación para poder aportar mi granito de arena y denunciar las condiciones en las que nos encontramos en nuestro colectivo. No hay opción para nosotros en este mercado laboral tan siniestro como imposible.
Conté lo que pude contar entonces cuando me cerraba de por vida -eso espero- las puertas del infierno de la empresa privada; y lo conté por enfado y odio a quienes permiten situaciones de semi esclavitud. Muchas personas ocultan su diagnóstico clínico por miedo a ser despedidas, eso es algo que jamás tendría que ocurrir, cargar con la culpa cristiana de simplemente ser quien se es, sin más pecado que ese, tener una discapacidad.
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El 28 de septiembre de 2019 podía leerse en La Voz de Galicia: "Denuncian la explotación laboral de discapacitados que ejercen de guías en el Palacio Real". Ya dentro del artículo cuenta como los trabajadores de una filial de ACS aseguraban estar sometidos a jornadas laborales de hasta 11 horas por poco más de 500 euros al mes. Y si buscas en Google encuentras muchas noticias similares en las que se denuncia la situación de este colectivo invisible, que se suma a un largo etcétera como las migrantes, racializadas, trans, mujeres pobres, en exclusión social, etc…
Y en ese sentido y al hilo de un tuit que escribía en el que podía leerse que "Los trabajadores con discapacidad cobran un 17 por ciento menos que el resto" eran varios que me respondían denunciando la situación de semi esclavitud de los centros especiales de empleo.
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-"Centros Especiales de Empleo que pagan la hora festiva con un plus de 50 céntimos.....pues ya me dirás", me decía un usuario.
-"Y esto en el mercado ordinario. Porque luego está el mercado protegido, con una tasa de transición que oscila entre el 1% y el 5%. Están subvencionados para facilitar el retorno, pero son recursos finalistas. Es decir, deberían ser trampolín, pero son una telaraña", comentaba otra persona en Twitter.
-"Los centros especiales de empleo y centros de rehabilitación laboral, fábricas de esclavitud donde reina la miseria salarial, la beneficencia y la infantilización", explicaba un tuitero.
-"Que tengan un convenio laboral propio de centros especiales de empleo para directamente legalizar (y normalizar) cobrar menos que cualquier otro trabajador del mismo sector de actividad ya da una pista de que son nichos de explotación y precariedad, sin más", añadía una tuitera.
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Así, como podéis ver en estos tuits de denuncia, mientras empresas se comprometen a contratar a personas con discapacidad en nombre de la inclusión, la realidad es que muchas de ellas perciben dinero por parte del Estado para explotarlas como a cualquier trabajador. En eso sí son inclusivos.
Escribo este artículo con la tristeza y medio certeza de que a pocos les importará esta situación que cuento, porque al fin y al cabo no afecta a toda la población en edad de trabajar, pero de eso van la solidaridad y la empatía, de preocuparse y ocuparse de situaciones cotidianas que no afectan directamente. Pero yo siempre intento denunciar estas situaciones, por si suena la flauta y alguna vez se consigue algo más de justicia social en un colectivo que debería tener las mismas opciones que el resto de la sociedad. Por pedir que no quede.
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