Opinión · Ecologismo de emergencia
El silencioso genocidio de la naturaleza en España
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Mi padre tiene 92 años y recuerda que, cuando era joven, en el arroyo de su pueblo castellano veía a menudo unos pajarillos que llamaban los siete colores. Y los reconoce cuando le enseño la imagen de un martín pescador, ese pequeño ave que nunca pude ver ahí y que ahora está en peligro de extinción en todo el país. En realidad es una de tantas especies de aves que estamos matando en ese genocidio silencioso que va vaciando los campos del trinar de los pájaros.
Estos días pasados se han presentado dos informes de los que encogen el estómago y que están muy relacionados. Por un lado, el esperado Libro Rojo de las Aves de la organización SEO/Birdlife. Diecisiete años después, su segundo gran diagnóstico, el panorama es desolador: el 56% de nuestras aves están en mal estado de conservación y hasta una de cada cuatro, amenazada por la extinción. Es más, 12 ya están extintas, cuatro totalmente y ocho ya no existen en estado salvaje. Es verdad que otro 44% no está mal y que alguna especie que casi desaparece del todo en el pasado (como el quebrantahuesos o el buitre negro) ha mejorado, pero ¿y si nos quedamos con menos de la mitad?
El otro informe no es más alentador. Lo ha presentado la Fundación Europarc España, el Anuario del Estado de las Áreas Protegidas. Es estupendo ver la cantidad de hectáreas protegidas que tenemos, más de 1.600 en el país con más biodiversidad de Europa y tenemos más reservas de la biosfera que nadie en el mundo (53). Aún así, no cumplimos lo prometido para 2020: aunque casi llegamos al objetivo de proteger el 17% del territorio, sólo lo hacemos con el 12% de nuestras aguas marinas. Y recordemos que el objetivo global es conseguir un 30% en sólo ocho años.
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Sin embargo, lo preocupante es que todo indica que protegemos sobre el papel, pero poco hacemos para que sea real. Es más, según Europarc, si bien aumentan los espacios protegidos (desde 2019 hay 31 áreas más) también lo hace el deterioro de la conservación de esas zonas. Denuncian, especialmente, la situación en zonas esteparias, humedales y alta montaña; eso sí, casi todas las áreas protegidas tienen planes de gestión, pero ¿qué falla si con todo eso no somos capaces de salvar lo ya protegido? ¿Qué ocurre con lo que no lo está? Mientras escribo me viene a la cabeza la reciente visita que hice al humedal Soto Gutiérrez, en el Parque Regional del Sudeste de Madrid, zona protegida en la que no hace tanto se censaron hasta 228 especies de aves diferentes. Fui a visitarla y había sido totalmente desecada este mismo otoño por el dueño de la finca, sin ningún tipo de acción sancionadora hasta el momento por parte de la Comunidad de Madrid.
Marta Múgica, directora de la fundación, reconoce que “no hay una política de ordenación del territorio potente” y que “es difícil de organice en el sistema español”. Señalaba que es imprescindible que las 17 comunidades autónomas colaboren entre ellas, algo que es de perogrullo -la naturaleza no sabe de límites autonómicos-, pero que no está siendo fácil. Pero es que, además, recordaba esa compartimentación de políticas en las que las políticas del medio ambiente parecen ir por un lado y el sistema que lo destruye va por otro: no hay más que ver lo que cuesta que la Política Agraria o la Política Pesquera Común de la UE se "ambientalice", con las sonadas protestas de quienes no saben ver que sin vida silvestre nos hipotecan el futuro. “Todo el mundo debe ceder y colaborar”, señalaba Múgica, si bien recordaba cómo, en todo caso, siempre es mejor proteger que no hacerlo y que especies como el oso pardo, el lobo o el mejillón de río y otras, sobre todo de zonas Red Natura 2000, están mejor que si no lo fueran.
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El termómetro de las aves
Poner el foco en las aves en un país que es, además, paso obligado para millones de migratorias, es fijarse en uno de los termómetros más evidentes de nuestra riqueza natural. SEO/Birdlife lleva casi 70 años estudiándolas. Tras analizar la situación de 359 de las 622 especies que tenemos, nos cuenta que algunas como el sisón común casi ha desaparecido, que el urogallo o el escribano palustre están en peligro crítico y que ver al siete colores que tanto veía mi padre en el hoy seco y contaminado arroyo de su pueblo, es cada vez más difícil. Y nos habla de la amenaza que pende sobre la perdiz roja, de la que cada año se cazan un millón y medio de ejemplares; o sobre las tórtolas, de las que son tiroteadas 300.000. ¿Cómo es posible? Y otra pregunta, ¿cuánto hace que no ve un cernícalo común? Porque su declive es tal que de común cada vez tiene menos, lo mismo que ocurre con el incansable vencejo, según el informe de la organización ornitológica.
Es verdad que hay éxitos a la hora de recuperar especies, del oso pardo al quebrantahuesos o la cerceta pardilla, y es gracias a programas estratégicos, que en el caso de las aves sólo existen para 12 especies del total de las amenazadas. Nicolás López, coordinador del Libro Rojo, recordaba que comunidades como Castilla y León no tienen aún un catálogo de sus aves y que en Madrid, no hay ninguna estrategia de conservación para algunas de las especies amenazadas.
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Ahora bien, volviendo al asunto de las "especies emblema": ¿hay que esperar a que casi no estén para invertir un dineral en que vuelvan a estar? Porque lo que las mata parece estar claro: el sistema agro-alimentario en el que estamos inmersos, el mismo que se salta la protección de nuestras áreas más valiosas para seguir destruyendo hábitats a cambio de rendimiento. También afecta el cambio climático y los grandes complejos de aerogeneradores en zonas de montaña, evidentemente, pero son los ecosistemas semi-naturales los que peor están, según el documento. Pesticidas a diestro y siniestro, contaminación urbana, exceso de luz nocturna, químicos, millones de toneladas de plomo en los campos...
Todo se confabula para vaciar la naturaleza de vida salvaje, la misma que nos acompaña y nos ha permitido sobrevivir desde hace dos millones de años a los humanos. Asunción Ruiz, directora de SEO/Birdlife, señalaba en la presentación del documento que “la protección ya no basta para conservar”, que no es suficiente con recuperar algunas especies en crisis, aunque haya que hacerlo, y que hay que “romper los falsos mantras porque la biodiversidad es rentable” y está en los campos que nos dan de comer. Recordaba que ahora tenemos con los fondos de recuperación una oportunidad para invertir en cambiar la economía que destruye, hay que cambiarla por la bioeconomía que siembra vida.
Estamos de camino para la transición energética, necesaria porque el cambio climático no nos dará tregua, pero no es suficiente, como no basta con tener más áreas protegidas, imprescindibles sí, pero vacuas si las queremos solamente en los papeles y no en los territorios. Los expertos lo tienen claro: la biodiversidad es clave. Y para mantenerla hay que perseguir desmanes, legislar, prohibir impactos y promover con ayudas públicas el cambio hacia una agricultura ecológica, una pesca también ecológica, unos vertidos inexistentes, una basura gestionada como se debe… y, por encima de todo, un cambio de sistema basado en que consumir menos es mejor. Igual así conseguimos que las aves vuelvan a alzar el vuelo…
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