Opinión · Comiendo Tierra
Esa derecha ladrona y mentirosa de toda la vida
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En río revuelto, ganancia de pescadores. Eso reza el refrán. El problema se agrava cuando sólo pescas en ríos revueltos, aprovechándote de los que pescan todos los días y mantienen el negocio. Y aún peor cuando tiras dinamita al río para coger después el botín. En momento de crisis siempre emergen los que no tienen pudor ni compasión ni empatía. En el fragor del momento se esconden mejor para perpetrar sus fechorías con impunidad. Un producto muy hispánico, con el catolicismo de las indulgencias, la Corte de los Milagros, el Latino de Hispalix de Luces de Bohemia y la mala gente que, como dijo Machado, "va apestando la tierra". El pícaro es un dechado de virtudes cívicas en comparación con los aristócratas, los reyes, los banqueros, los señoritos latifundistas y los generales que abandonaban a su tropa. El jeta profesional se puso los correajes de Falange y de las JONS en 1936 y fusiló rojos entre otras cosas para robarles. Hoy, esos jetas se hacen periodistas , pueblan las tertulias y hasta se dejan las patillas.
Para ver que la derecha está llena de sinvergüenzas ventajistas, vivos y sin escrúpulos basta mirar a todos los dirigentes del PP y de VOX que están en la cárcel, a los que están juzgados y a los que han sido condenados. Sin olvidar incluir también a los que les prescriben los delitos o los que tienen algún tipo de inmunidad. A esos ladrones, la actual dirigencia de sus partidos no les pide arrepentimiento ni que pidan perdón por sus fechorías ni que dejen de celebrar su riqueza cuando recuperan la libertad y con ella, por lo común, también todo lo que han robado. Para toda esa gente, estar en la política y robar es como empujar a alguien cuando no hay sitio en la balsa: su sentido común de supervivientes con derechos especiales. Felipe VI no le va a pedir contricción a su padre. Ya pidió una vez perdón y era mentira.
A esos ladrones, la actual dirigencia de sus partidos no les pide arrepentimiento ni que pidan perdón por sus fechorías ni que dejen de celebrar su riqueza cuando recuperan la libertad y con ella, por lo común, también todo lo que han robado.
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Lo que esta tropa significa es una constante de nuestras sociedades. Y esto vale para todos ellos sin diferencias: basta ver los trasvases de cuadros cuando unos y otros pensaban que su partido se iba a pique. Son idénticos (ahí está Albert Rivera, en sintonía con VOX y el PP, comparando a un tenista millonario descerebrado antivacunas al que no deja entrar en Australia -como en tantos sitios si no tienes la vacuna correspondiente- con esa gente pobre que se muere queriendo huir en una patera del hambre y la guerra). El entorno de la derecha, en tiempos de crisis, pone juntos a una cuerda de caraduras, tramposos y sinvergüenzas que aprovechan los momentos de incertidumbre y angustia ciudadana para enriquecerse. Se encuentran en los mismos lugares y no se pisan la manguera entre ellos. Salvo cuando la cosa se pone fea, que ahí ya no hay amigos (que se lo digan a Cifuentes y a Ignacio González o a Casado y a Díaz Ayuso).
Para esta gente los partidos son un tipo especial de organización oportunista que tiene la insana capacidad de atraer a ese porcentaje de canallas que siempre produce cualquier sociedad. ¿O acaso es extraño que un empresario agrícola que esclaviza a inmigrantes y los deja abandonados en la puerta de un hospital cuando tienen un accidente sea simpatizante de VOX? ¿O es acaso extraño que los que han organizado la campaña contra el Ministro Alberto Garzón, a través de la manipulación de las redes sociales, sean empresarios de macrogranjas que arruinan a pequeños ganaderos que, sin embargo, se han puesto en no pequeño número de su lado? ¿O es extraño que haya habido mil cargos y gente ligada al PP vinculada a los múltiples casos de corrupción?
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Si uno lee el texto de Marx sobre la Comuna de París de 1871, entre otro centenar de sugerencias sobre el futuro de la democracia aparecen unos actores políticos que han regresado a todos nuestros países: las ratas, dentro de las clases pudientes -o más o menos-, que operan políticamente con el único fin de enriquecerse. En este trabajo clásico de Marx se cuenta cómo esa gente sin escrúpulos -Julio Favre era un adelantado de la sinvergonzonería-, aprovechando la situación de excepción, entre ellas que el ejército prusiano estaba a las puertas de París, hicieron lo que fuera menester para enriquecerse, fuera robando, traicionando a la patria, dejando que masacrasen al pueblo potencias extranjeras o poniendo a los jueces prevaricadores al servicio de su egoísmo de clase. Estos, que no se perdían el desfile de las Fuerzas Armadas ni una regata de la época, pusieron al Estado a su servicio liberando a colegas condenados por estafa, cargando la culpa judicial en los subordinados por mamandurrías que solo beneficiaban a las élites, logrando que los jueces hicieran la vista gorda a las falsificaciones. En suma, naturalizando la estafa que protagonizaban las élites, al tiempo que fusilaban a la izquierda por haber levantado la voz. Por supuesto, nada que ver con lo que hace la extrema derecha de VOX y sus recientes colegas del PP en España o sus homólogos en América Latina. (Esto es ironía).
Y por qué las víctimas siguen votando a sus verdugos requiere una clara explicación, que nos contará que donde ayer estaba la iglesia hoy están los medios de comunicación
Para las clases privilegiadas, las mayorías son carbón para sus calderas. Y por qué las víctimas siguen votando a sus verdugos requiere una clara explicación, que nos contará que donde ayer estaba la iglesia hoy están los medios de comunicación. Pero no nos engañemos. Su abanico de posibilidades es amplio. Cuando las elecciones no sirven a las élites, ponen en marcha sus planes B. Donde pueden morir 600.000 españoles, aunque ellos seguirán hablando de Calvo Sotelo.
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En España, no dudaron en despedir a millones en 2008, en cobrarles a los pobres las culpas de la especulación de los ricos, en quitarles las viviendas porque no podían cubrir las hipotecas de pisos sobrevalorados cuando eran despedidos, en subirles las cuotas de la universidad amenazándoles con que nunca obtendrían trabajo digno sin un título, y asuntándoles con multas y con cárcel si protestaban contra los ladrones o pretendían concienciar a las masas para que dejaran de ver Sálvame, el Programa de Ana Rosao el de Susana Grisso y se cagaran en los muertos de los que les estaban robando la vida.
Leer los textos de Marx sobre la Comuna de París ( “La guerra civil en Francia”) deja una sensación de “esto me suena”, lo que explica por qué las élites no tienen el mínimo interés en que la gente joven estudie ciencias políticas, sociología, historia o filosofía y prefieren que estén exclusivamente -nótese: exclusivamente- tomando cañas, siguiendo los mil eventos deportivos, comprando nimiedades, cotilleando en las redes y en las televisiones o absortos en las series. Porque también nos gustan en el lado izquierdo del valle las cañas, estar guapos, las competiciones deportivas y las series -el petardeo, algo menos, aunque no se nos escapa que es profundamente humano-. Pero hemos aprendido que hay que salirse de esa burbuja y preguntarse por la vida y sus afanes para que nuestro paso por el mundo no sea solamente ser combustible para los malditos fogones de los malditos hijos del maldito Satánas -haciendo esfuerzos para no decir lo que el castellano nos brinda-.
Esa derecha de señoritos de toda la vida siempre ha gozado de las últimas novedades tecnológicas para afianzar su abuso. Controló históricamente la iglesia, las universidades, los periódicos, las radios, las televisiones, los clubes de fútbol, la idea de patria, los desfiles y las procesiones y ahora las redes sociales, whatsapp, instagram y cualquier cosa que pudiera servir para pensar y que ellos las usan para que no pienses.
La izquierda latinoamericana ha recuperado la nación para las mayorías. En Europa ese ha sido un negociado de la derecha, especialmente cuando se han hecho nazis o fascistas o franquistas.
El capitalismo es una bicicleta que si dejas de pedalear te caes. Por eso necesitan estirar siempre la cuerda más y más hasta que se rompe. Cuando se rompe, llaman a sus mercenarios, donde los oficiales son ellos, y la tropa, gente de abajo a los que les pagan un poco más para que mantengan disciplinados a los demás de su estrato. Mientras tanto, hasta que llegan los de las pistolas, la lucha es cultural. La izquierda intentando hacer ver a las víctimas que la culpa no es de otras víctimas sino de los verdugos, y los verdugos cargándole las culpas a las víctimas o a los que las defienden. La izquierda diciendo que esto de la convivencia va sobre todo de derechos, y la derecha que basta con ser español o francés o italiano o norteamericano. La izquierda latinoamericana ha recuperado la nación para las mayorías. En Europa ese ha sido un negociado de la derecha, especialmente cuando se han hecho nazis o fascistas o franquistas.
Habrá que intentarlo, porque el primer paso de la democracia es el que está más cerca. Pero es fácil deslizarse hacia ese barrio que levanta el brazo con el saludo fascista: basta que le entregues un chivo expiatorio, que le convenzas de que la patria esté en peligro o que busques a alguien a quien echar las culpas para que ese currante, al que han convencido para que se sienta sobre todo “patriota”, se convierta en un zombie de la extrema derecha. El rojipardismo tiene una superficie de contacto con la extrema derecha -no que sean lo mismo, pero que se encuentran diciendo cosas parecidas-que necesariamente levanta susceptibilidades en la sensibilidad demócrata y especialmente socialista.
Es un enorme error recuperar las tesis de Carlyle de que la historia la hacen los grandes hombres, sean héroes, estadistas, consultores, Presidentes o spin doctors. Marx nos enseñó que detrás de la historia están las condiciones materiales, la correlación de fuezas, el grado de conciencia.
Es tiempo de organizarse, porque de muchas cosas nos vamos a enterar solo si podemos hablar con otros interesados en las mismas cosas. Momento de dedicar esfuerzos a la creación de partidos-movimiento. Es un enorme error recuperar las tesis de Carlyle de que la historia la hacen los grandes hombres, sean héroes, estadistas, consultores, Presidentes o spin doctors. Marx nos enseñó que detrás de la historia están las condiciones materiales, la correlación de fuezas, el grado de conciencia. Los hechiceros con una varita mágica, aunque sean capaces de hacer magia son efímeros y no dejan poso. Tiempo pues de instruirse, porque el mundo es complejo y nos apabulla, especialmente con su posverdad y sus fake news disparadas diariamente a ritmo de ametralladora. Y por todas las dificultades, es también tiempo de conmovernos, de sentir con los demás, de no tolerar ningún abuso, de saber, mirando al pasado, en qué lado de la historia nos colocamos. Porque es verdad que necesitamos todo nuestro entusiasmo, que es el mayor antídoto contra los malos finales en los tiempos oscuros.
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