Opinión · Otras miradas
Dos mil doscientos veintidós
Ilustradora y dibujante de cómics
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A Trini Tinturé y a Noe
Trinidad es, desde el instante en el que la conocí, la única Diosa a la que podría rezar. De sus manos ha salido Emma una de las historietas más populares de los años 70 en España. Es indudable que podría ser Diosa, Hija y Espíritu Santo y por ese motivo desfilo ante ella como lo haría frente a una imagen de Semana Santa: piadosa y humilde.
Trini me recibe en el salón de su casa, sentada y con las manos sobre su regazo. Miro su pequeño cuerpo resistiendo el paso del tiempo. Su memoria empieza a fallar, pero no importa, hace mucho que dijo lo que tenía que decir con sus dibujos.
De aquellas manos nudosas que ahora reposan tranquilas hubo un tiempo que salieron miles viñetas y páginas que forman parte ya de la memoria sentimental de muchas mujeres de nuestro país, incluso del extranjero. Generaciones enteras que crecieron con las aventuras de una bruja que con su madre y su abuela viajaban en el tiempo y comenzaban
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una nueva vida en la década de los 80.
Enero de dos mil doscientos veintidós escribe Trinidad en la dedicatoria del ejemplar de Emma. Podría ser verdad, podríamos encontrarnos en ese futuro con ayuda de un buen encantamiento, pero lo cierto es que solo somos dos generaciones de autoras: la de 1935 y la de 1983 mirándose con respeto. Trinidad ya dibujó sobre la importancia de hacer genealogía hace mucho, pero su sabiduría descansa en algunas carpetas y fotocopias viejas de las que nadie parece interesarse demasiado.
Me descubro llorando. Hago verdaderos esfuerzos por contenerme pero es como el gesto de derramar un vaso: torpe e inevitable. Siento que me abruma el peso de su historia, de su cotidianidad dibujando. Quiero ser capaz de describirlo pero aún no encuentro palabras para hacerlo. Solo sentí algo parecido en Roma, cuando lloré sin parar viendo un cuadro de Raphael. Lo llaman síndrome de Stendhal y me acabo de dar cuenta que no solo se produce por la belleza solemne de los museos, también al contemplar la vida de una autora de tebeos.
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¿Qué pasa cuando se nos acaba la mina del lápiz?
Contemplo a Trinidad en su vulnerabilidad. Siento su abandono porque ya lo he visto antes: es el que sufren siempre las mujeres artistas. Se las borra cuando dejan de ser productivas, también cuando su arte es ‘menor’ o cuando desafían el canon masculino. Siempre les reconocerán a ellos antes que a ellas. Todos fallan. Fallamos continuamente. El Estado y el público también. El olvido y la desmemoria les expulsa del sistema y hacemos que dependan de la generosidad de sus familias, si es que las tienen. La cultura envejece y solo es noticia cuando se muere. No somos capaces de cuidarla.
Nos vamos ya. Antes, Trinidad nos ofrece bombones. Insiste mucho en ello. Apenas tengo hambre pero los cogemos y marchamos. Se me escapan algunas lágrimas aún. De su generosidad silenciosa nos alimentamos nosotras, es lo que ocurre siempre. Lo extraño es que no me ardieran los ojos antes.
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