No nos dejen solos
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Jefferson Díaz (@jefferson_diaz)
- Hagan el esfuerzo de escucharnos a los migrantes, de mirarnos a los ojos y de comprender las diferentes aristas que motivaron nuestra migración.
Una de las condiciones que caracterizan a la migración es la soledad. Ya sea que migres con tu familia o tus amigos; al encuentro de una oportunidad de trabajo o de estudios; o quizás huyendo de la represión, del hambre y la incertidumbre, migrar siempre nos plantea diversos ejercicios de soledad, de introspección, de catapultar cada uno de los recodos de nuestra personalidad hacia la empatía, y que van más allá de la mera ausencia física.
La soledad se convierte en un problema para los migrantes cuando deja de ser una herramienta de reflexión y pasa a ser el verbo principal en las narrativas oficiales de la migración. Ahí es donde tenemos a Estados, gobiernos y hasta organizaciones internacionales que se promocionan como “defensoras de los migrantes”, potenciando el desamparo más inclemente al no ofrecer ayudas efectivas para aquellos que migran bajo la desesperación de salvar sus propias vidas o aumentando las narrativas que criminalizan a la migración dependiendo del país de donde venga.
Gobiernos que dejan a la suerte a sus ciudadanos en otras fronteras, como el régimen de Venezuela, por ejemplo. Los venezolanos no podemos acceder a un pasaporte, a un acta de nacimiento o a nuestros documentos oficiales de educación, porque el gobierno mantiene secuestrado el derecho a la identidad y lo usa como una herramienta política para agredir a sus migrantes. Un español puede obtener su pasaporte sin tener que pasar por la pesadilla a la que se somete un venezolano viviendo en Madrid, que debe esperar meses soportando la burocracia y burla de las autoridades consulares venezolanas.
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Sin pasaporte no hay regularización migratoria, sin regularización migratoria es más difícil conseguir arriendo, o un empleo fijo o hasta algo tan sencillo como tener una línea para el móvil o una cuenta en el banco.
Sin pasaporte no hay regularización migratoria, sin regularización migratoria es más difícil conseguir arriendo, o un empleo fijo o hasta algo tan sencillo como tener una línea para el móvil o una cuenta en el banco.
Los migrantes se quedan en el limbo de las políticas públicas migratorias de la mayoría de los países de acogida, donde para regularizar tu estadía te exigen cumplir con unas condiciones más parecidas a sistemas distópicos que a las de sociedades que deberían estar involucradas en ese desarrollo humano y tecnológico que visualizamos para el siglo XXI.
Cuando la soledad se convierte en consecuencia de la represión, de construir muros y de perseguir sin piedad a los mecanismos de apoyo que generan las redes entre migrantes, ocurren desgracias como la de una niña venezolana de siete años que se ahogó tratando de cruzar el Río Bravo hacia los Estados Unidos, o como la muerte en Colchane, al norte de Chile, de Edgard Zapata, un venezolano migrante que fue víctima de las bajas temperaturas de la zona.
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América está atravesada por un camino vergonzoso de muertes de migrantes que fueron víctimas de la desidia de aquellos que pudieron haber hecho mucho más que repetir patrones de discriminación, y que dejaron solos a aquellos que consideramos “un enemigo” o “un invasor” sólo porque nacieron en países diferentes al nuestro.
Procuro no hablar en primera persona, pero en este momento de indignación, de escuchar en mi cabeza una y otra vez las declaraciones de la familia de esa niña venezolana que se ahogó en el Río Bravo, que estaba en manos de un coyote que trató de aferrarla para que no se la llevara la corriente, elevo mi voz como migrante que soy y pido que no nos dejen solos.
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No convirtamos a la soledad en uno de los esbirros que vende la idea de que perdimos nuestra humanidad o en un cercado interno que nos quite la sorpresa e ingenuidad ante la muerte, el olvido y las ganas de dejar ser presas del letargo.
No nos convirtamos en un cliché que repite desinformaciones y prepotencias para excusar nuestro miedo hacia lo que desconocemos. No nos dejen solos y hagan el esfuerzo de escucharnos, de mirarnos a los ojos y de comprender las diferentes aristas que motivaron nuestra migración. Como papá, esposo y periodista, migrar cortó en múltiples pedazos lo que soy, y he requerido de mucho tiempo en soledad para armar mi nueva versión; como un ejercicio para potenciar mi propia humanidad.
Pero sin temor a ser reiterativo, porque esto debe quedar muy claro, eso no significa que desde las instituciones y organismos que deberían velar por los derechos de todos los migrantes y refugiados hagan la vista gorda y nos dejen solos como un mecanismo de ayuda efectiva, y que su única solución posible sea un “sálvese quién pueda”.
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