Opinión · Otras miradas
La mentira de las aulas seguras
Secretaria General de la Federación de Enseñanza de Comisiones Obreras de Madrid
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Desde que comenzó la pandemia los docentes hemos hecho todo lo posible por garantizar el derecho a la educación, es decir, por mantener las aulas abiertas. Nos hemos enmascarado, de lunes a viernes, seis o siete horas al día, dejando nuestras caras cansadas llenas de marcas y heridas. El profesorado que trabaja con los más pequeños ha tenido que salir adelante, manteniendo el tipo y el ánimo, dando clase a niños y niñas sin vacuna ni mascarilla, arriesgando aún más que los demás. Según un reciente estudio de la oficina estadística del Reino Unido, la posibilidad de contagiarse de los docentes ha sido, a lo largo de la pandemia, un 43% superior a la de otros trabajadores.
Estamos expuestos, muy expuestos. Ni nuestras mascarillas, ni el gel hidroalcohólico, ni las ventanas abiertas son suficientes. Hemos ido a trabajar dejando en casa a personas mayores, con asma o inmunodeprimidos, con pánico por si a la vuelta llegamos nosotros acompañados del virus. Llevamos dos años trabajado con la máxima precaución, con mucho riesgo y bastante miedo. Y hay que dejarlo claro: si la educación ha sobrevivido hasta ahora, si las aulas han permanecido por lo general, abiertas, ha sido por el incansable trabajo y sacrificio de los docentes.
Segundo trimestre del segundo curso en pandemia, aquí seguimos. Nuevo año, nueva variante. La OMS dijo, desde el principio, que aunque Ómicron fuese menos agresiva, no había que bajar la guardia, pero aun así no se tomaron las medidas oportunas en la Conferencia Sectorial de Educación.
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La realidad es que impera una tremenda falta de rigor en los protocolos que bordea la absoluta ineficacia. Por ejemplo, cuando los centros y las familias consiguen que les cojan el teléfono, Salud Pública aplica criterios muy dispares. Hay centros con más de cinco contagios que no son considerados brotes y otros centros que sí lo son. Hay centros que tienen que esperar a tener 8, 10 y hasta 15 casos hasta que se decide confinar el aula. Seguimos sin medidores de CO2, sin filtros HEPA, sin un fortalecimiento serio de los comités de seguridad y salud. ¿Hay alguien al timón? ¿Quieren que este barco llamado educación sea el Titanic? Porque, ¿qué han hecho por cuidarnos y protegernos más allá de mandar abrir las ventanas en invierno, mientras ellos estaban en su despacho, con la calefacción puesta?
Tampoco se consolida la bajada de ratios. El curso pasado, como el profesorado sabe de primera mano, la bajada de las ratios mejoró los resultados y la atención en el aula, y también disminuyó la conflictividad. Funcionó. Trabajamos con menos riesgo y el alumnado ejerció su derecho a la educación más protegido. Entonces, si la bajada de ratios funcionó y la pandemia sigue aquí, ¿por qué no se ha conservado y ampliado la medida? Comunidades como Madrid, Andalucía o Murcia no tardaron en despedir a los refuerzos Covid y regresar a las aulas masificadas, ignorando los efectos positivos de ese apoyo tan necesario y dejando los centros educativos sin defensas ante una próxima ola. No escucharon a los docentes ni a las familias.
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De esas aguas, estos lodos. La mayoría de las comunidades, con plantillas docentes ya de por sí mermadas, se enfrentan ahora a un número cada vez mayor de bajas causadas por la nueva variante: hace dos semanas denunciábamos que entre el 4 y el 6% del personal de los centros educativos no puede incorporarse a las aulas debido a un contagio, porcentaje que en muchas provincias ya ha superado el 10%. Es inadmisible que con estas cifras históricas las diferentes administraciones sean incapaces de hacer su trabajo. En todas las comunidades hay un retraso estructural a la hora de cubrir bajas (cuando son cubiertas, que no es siempre), y en todas ellas somos los docentes y el alumnado los que, a duras penas, mantenemos a flote el derecho a la educación. Porque de eso se trata: del derecho a la educación y de la igualdad de oportunidades, que solo se puede garantizar si las aulas permanecen abiertas y con plantilla suficiente.
La medida estrella de los que se negaron a mantener los refuerzos Covid y los que ahora no son capaces de sustituir las crecientes bajas es muy sencilla: dejar las ventanas abiertas. Esa ha sido su gran propuesta, la única, he ahí el resumen de su gestión de la crisis: abrid las ventanas y que corra el aire. Lo cierto es que ese "que abran las ventanas" suena tan frío e indiferente como el "que coman pasteles" de Maria Antonieta. Muestra una profunda desconexión con la crisis que se está viviendo en los centros educativos. Y nos deja con una gran pregunta: si no hay recursos ni plantilla suficientes, ¿adónde han ido a parar los fondos europeos?
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A día de hoy los colegios, en lugar de ser un dique de contención del virus, son su principal foco de propagación. Sí, esos colegios que llevan dos años siendo “sitios seguros”, como afirmó Javier Imbroda, o incluso que son "los lugares más seguros”, como dijo Díaz Ayuso. Las cifras cuentan otra historia: 332.877 alumnos españoles están aislados por positivo covid o en cuarentena por otras causas, lo que equivale a un 4,25% del total, siendo los menores de 12 años la franja de edad que más incidencia registra. Pero repitamos el mantra que parece regir la gestión de esta pandemia: los colegios son lugares seguros.
En el caso de niños y jóvenes, estos dos años de pandemia han atravesado por completo sus años de desarrollo, han afectado los hitos de crecimiento y sociabilidad, y la personalidad de muchos niños ha ido tomando forma con una crisis sanitaria mundial de fondo. Esta situación ha afectado a la salud mental de los estudiantes mucho más de lo que nos imaginamos. Dentro de la pandemia hay otra pandemia no menos preocupante que concierne a la salud mental de ellos y ellas.
Es muy alarmante que en los centros educativos, solo en el primer trimestre, se haya triplicado la apertura de protocolos por intento de suicidio. Aumentan las autolesiones, la depresión, la ansiedad y los trastornos de alimentación. Es de imperiosa necesidad que orientadores sean contratados de inmediato y que en los centros el profesorado tenga acceso a formación sobre cómo actuar en estos casos. A la base de la educación están los cuidados y la preocupación por la integridad física y mental de los estudiantes. Sin salud mental no puede haber educación de calidad.
Dos años después, aquí seguimos. Achicando el agua y manteniendo el barco a flote, mientras los diferentes capitanes discuten cómo dirigir el barco. No saldremos de esta gracias a las diferentes administraciones, sino a pesar de ellas. Saldremos de esta, como siempre lo hemos hecho, desde los centros, desde la comunidad y el apoyo.
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