Opinión · Otras miradas
Mirar a Ucrania con ojos sirios
Periodista hispanosirio y editor en aljumhuriya.net
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En el ambiente sirio opositor al régimen asadiano late estos días un sentimiento de que lo que está sucediendo en Ucrania no nos es ajeno, algo que se trasluce claramente de la cobertura mediática, la intensa actividad en redes sociales sobre lo que sucede en ese país y, también, la llamativa participación de la diáspora siria en las protestas contra la invasión rusa y las manifestaciones y concentraciones de solidaridad con Ucrania, que han llenado las calles de Europa y Estados Unidos en los últimos días. Este fragoroso sentimiento desborda la mera solidaridad hacia una especie de identificación con los ucranianos. Muy en segundo plano, algunos de nosotros sentimos algo de inquietud y, en un plano posterior, se sitúa una cierta amargura. Empecemos por ella.
Con amargura, no nos referimos aquí a un victimismo ofendido porque la gente se ha preocupado por otros o porque uno se ve con más derecho a ganar la carrera de quién ha sufrido más, pues nada se puede decir sobre ese tipo de amargura. Sin embargo, que se sienta un poco de amargura frente a la invisibilidad de Siria y la indiferencia hacia su causa con la Rusia putinista, antes y durante esta guerra, es comprensible: tras siete años de salvaje intervención militar rusa en Siria, de matanzas en cuya perpetración se ha regodeado, de un ingente proceso de desinformación, y de una guerra de barrido moral de todo aquello que no sea asadiano, uno se enciende al ver cómo figuras públicas, «expertos» y periodistas internacionales acaban de descubrir, tan solo el pasado jueves, la atroz dimensión imperialista del putinismo. En las últimas semanas, ha sido habitual leer páginas y páginas de análisis y evaluaciones de la situación que se atrevían a indagar en lo más profundo de la estrategia rusa sin mencionar a Siria o el punto de inflexión cualitativo que significó su intervención en ese país, sin la cual no puede entenderse la actual guerra rusa contra Ucrania, ni en el coste humano y de valores que ha tenido. Se sorprenden hoy de que Putin lance ataques militares descontrolados, no fría y estratégicamente calculados, de que no le importe el sufrimiento de sus víctimas, o de que su propio lenguaje y el de sus medios de propaganda se caracterice por la mentira, la violencia y el tono de exterminio. ¿Qué pasa? ¿Se trata de una ignorancia autocomplaciente o de un repugnante racismo que ve «natural» que países «no civilizados», como Siria, sean destruidos y ahogados en sangre? ¿O quizá se trata de ambas cosas?
Tras la amargura, se abre paso necesariamente la inquietud al reflexionar sobre las principales fuerzas políticas y militares ucranianas que resisten hoy valientemente en defensa de su país frente a la invasión putinista. Sus asombrosas valentía y perseverancia merecen nuestro respeto sin lugar a dudas, pero, desde el punto de vista de un opositor al régimen sirio, no hay ninguna otra razón para sentir cercanía, puesto que, salvo algunas excepciones en el ámbito de la cultura y del activismo por los derechos, y no tanto en lo político, esas fuerzas ucranianas no han mostrado en los últimos años ningún interés por nosotros, a los que deberían identificar como compañeros de fatigas putinianas. En ese discurso dominante con tufillo nacionalista que caracteriza a la amplia mayoría de esas fuerzas no hay nada que suscribir. Además, no existe contradicción entre el desprecio hacia cómo Putin presenta su sucia guerra contra Ucrania como un llamamiento a «desnazificar» el país con la necesidad de señalar que existen grandes organizaciones neonazis y nacionalistas radicales ucranianas sobre el terreno, con una presencia miliciana nada desdeñable y gran influencia en el Estado, el ejército y las fuerzas de seguridad. No cabe esperar de ellas otra cosa hacia los árabes y musulmanes como nosotros que un racismo similar a ese del que hemos sido objeto por parte de la derecha esencialista partidaria de la Rusia putinista, su patrocinadora y fuente de financiación, además de un tono cargado de entusiasmo sionista desatado entre gran parte de los políticos ucranianos, como el propio presidente Zelenski. Mantener cierta distancia con estas fuerzas y una mirada crítica hacia ellas es una necesidad imperiosa y no se contradice en absoluto con apoyar el derecho de los ucranianos a la autodefensa ante el ataque de un enemigo como la Rusia putinista. Lo que hemos vivido desde el estallido de la revolución siria hace once años nos sitúa en la mejor posición para acercarnos a esta cuestión con sensibilidad crítica.
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No obstante, a la amargura y la inquietud, les precede una amplia identificación, más profunda que la mera «solidaridad». No se explica por el mero hecho de compartir como enemigo a la Rusia putinista, sino que existe una dimensión más profunda: conocemos esos tanques y distinguimos esos aviones. El padre que llora mientras lleva a su hija atemorizada buscando un refugio se asemeja a cualquier padre corriendo por las calles de la Alepo asediada bajo los bombardeos asadianos y rusos; el médico que se desploma tras no lograr reanimar a una niña a la que se le ha incrustado metralla en la cabeza y empieza a gritar maldiciendo a Putin tiene el mismo tono de voz que el médico del Al-Ghouta que cosía heridas que no dejaban de aumentar, mientras los soldados de Kadirov, Putin y Bashar al-Asad estaban a tiro de piedra de su hospital. Nos sentimos identificados con las imágenes de las colas de autobuses, y distinguimos también la imagen de la mujer que arrastra una pesada maleta a través de un paso fronterizo. La conocemos: esa es nuestra vida y esos somos nosotros. Nuestra experiencia nos ha curtido para identificarnos con ese tipo de escenas, lo que supone una energía humana enorme, que se traduce en la capacidad de construir los puentes y espacios de entendimiento y empatía tanto en Siria como en el mundo, que ambos espacios tanto necesitan, y dicha capacidad constituye un capital político importante para nosotros, sobre el que hoy resulta imperativo tomar conciencia y en el que debemos invertir.
A su vez, la amargura puede constituir un valor político si resiste a convertirse en un victimismo flagelador para sí mismo y para los demás, y se transforma en energía de trabajo. Lo mismo pasa con la inquietud, que se traduce también en la capacidad de examinar los detalles y matices y elaborar una postura política compleja frente a ellos, sin necesidad de ningún tipo de tribalismo, ya sea puritano o negacionista.
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Con su temeraria arrogancia imperialista, el putinismo se encuentra hoy en la situación más delicada de su historia, lo que exige de nosotros, los demócratas sirios, una acción política rápida y ampliamente participativa: identificarnos con sus víctimas civiles ucranianas, que sufren hoy lo que hemos sufrido y sufrimos; respetar la valentía de las fuerzas ucranianas en su batalla por la defensa de su país, sin renunciar al necesario distanciamiento político y ético con un amplio sector de las mismas; y decirle al mundo «os lo dijimos». Esto último no con el objetivo de cobrarnos una venganza sin más sentido que el de satisfacer nuestro narcisismo facebookero, sino para colocar a la causa siria en el lugar que merece en el debate político internacional, como un terreno en el que inevitablemente hay que centrarse en la batalla por el fin del putinismo y sus lacayos asadianos, ahora que muchos han descubierto que Putin es un carnicero. Más vale tarde…
Texto original publicado el 1 de marzo en aljumhuriya.net traducido del árabe por Naomí Ramírez Díaz
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