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Opinión · Otras miradas

Las nuevas 'pamadres' se confiesan

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El teatro documental es teatro y no. Los que actúan se interpretan a sí mismos, cuentan episodios personales, su versión de sus hechos. Lola Arias es un referente mundial de este tipo de teatro. Ha decantado el género hasta convertirlo en uno propio. En España lo vimos ya en Campo minado en 2018; una obra de carne y hueso en la que seis veteranos de las Malvinas, tres de cada bando, se reconcilian en escena mientras van contándonos en primerísima persona qué es la guerra, quiénes y por qué van y qué hace en sus cuerpos y en sus almas o como las llamemos. En estos días de guerra europea todavía me resuenan dentro algunas de las cosas que me dijeron, que me confesaron, que compartieron desde las tablas de los Teatros del Canal y desde otras muchas tablas de medio mundo.

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Ahora, cuatro años después, Lola Arias vuelve a nuestros escenarios con Lengua de madre y el efecto es parecido:  incomoda, cuestiona y desnuda verdades trascendentes en un artefacto teatral mayúsculo, tan puro teatro como pura vida.

Producida por el CDN y por el Teatro LLiure, Arias ha reunido a nueve mapaternidades tan distintas como reales: Paloma, lesbiana que fue madre por el método ROPA, es decir, gestó en su vientre el óvulo fecundado in vitro de su pareja; Susana, feminista okupa histórica que abortó tres veces a lo largo de su vida y es madre; Rubén, padre gestante, hombre trans que congeló algunos de sus óvulos antes de hacer la transición y parió el año pasado; Eva, madre biológica de un hijo, adoptiva de otro y con un tercero en acogida; Pedro, padre por gestación subrogada junto a su pareja gay; Silvia, madre heterosexual de dos hijos hermanos por ovodonación; Candela, persona no binaria que cría en colectividad a su hija, en una comunidad donde todos se consideran padres y madres de los hijos del grupo; Besha, migrante de República Democrática del Congo sin papeles que fue madre en suelo español y le propusieron que diera a su hija en adopción, y Laura Ordás, que jamás será madre por elección propia.

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No están tod@s las que son, pero sí es un muestrario bastante exhaustivo de maternidades y paternidades tan verdaderas como las tradicionales y cada vez más numerosas. Es muy interesante darnos cuenta de cómo la ciencia y los sueños van por delante, cómo algunos los han alcanzado, cómo la familia se ha trascendido a sí misma, cómo la vida y sus posibilidades se han hecho más grandes, cómo nuestros deseos de mapaternidad siguen ahí, como siempre, o incluso más amplios porque se han hecho mucho más factibles.

Reconocerlo tiene efectos secundarios claros en el público. Los más conservadores encajan peor las mapaternidades menos convencionales. Sin embargo, también es una prueba de fuego para los que nos creemos más progresistas. In vitro sí, ¿pero con óvulos de otra fecundados con esperma de tu marido convirtiéndote en vientre de alquiler de tu pareja? Aborto, sí, ¿pero tres veces en la vida? Trans, vale; ¿pero hombre trans que quiere ser padre gestando en su vientre a su hijo? Adopción, pues claro; pero ¿acoger a un hijo que te pueden quitar en cualquier momento y que seguro te quitarán en unos años? Lesbianas que son madres con esperma donado y óvulos propios, por supuesto; ¿gays que quieren ser padres de hijos con su carga genética, igual que las lesbianas, pero con su esperma y óvulo y vientre donado? Ah, no. Eso es vender cuerpos. Es decir, ¿ellas sí y ellos no?

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En este viaje de poco más de dos horas los espectadores se enfrentan a sus prejuicios, los conocidos y los ignorados. Y, como l@s protagonistas, viven un proceso de “afectación” más que de “aceptación”, como me dijo Silvia Nanclares, una de las protas. Lola, en el trabajo de improvisaciones, de ensayos y búsqueda, les pedía que se aceptaran. Silvia cree que el proceso les llevó más lejos: “Como compartimos material muy sensible y mostramos nuestras vulnerabilidades se produce una afectación más que una aceptación; nos cogemos afecto y eso hace que todo se vea distinto”. Es como un “vaciado ideológico; por momentos te preguntas: ¿Y ahora qué hago con mis principios?”. Silvia se declara contraria a la maternidad subrogada, pero reconoce que al conocer a quien fue padre por este procedimiento, que también protagoniza la obra, y a su hijo, a su pareja, a su familia, a la madre que no cobró, eso hace que ya no sea un vientre de alquiler: “Es Pedro”. Además, añade que está convencida de que la obra los ha transformado y más los va a transformar cuando decanten lo que les está pasando, lo que están viviendo y no solo pensando. Silvia me confiesa que a veces te puede caer mejor gente que piensa muy distinto que aquellos con los que compartes más ideas y eso es algo que, en etapas de polarización, olvidamos o nos escondemos.

Lola Arias puso en pie este proyecto en Bolonia, en Italia, y ya lo prepara en Alemania y más países. La versión italiana contó con una mujer provida, muy religiosa. En España no encontró una que quisiera participar en esta enciclopedia de la reproducción en el siglo XXI, y eso también cuenta cosas.

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Así que, con este dato, resulta todavía más incomprensible que esta producción con función social tan obvia no vaya a girar por nuestros teatros públicos como apuesta por la convivencia, por la comprensión en la diferencia, por “la afectación” en el sentido que ha inventado Silvia Nanclares: como el cultivo del afecto y el cariño hacia el diferente, un paso más allá del respeto, un alimento valioso para la cohesión social.

Lengua de madre solo se representará en España del 11 de marzo al 10 de abril en el teatro Valle-Inclán de Madrid y del 22 de abril al 8 de mayo en el Lliure de Barcelona. Perderse Lengua de Madre es perderse la oportunidad de repensar lo importante y repito: las instituciones públicas tendrían que ofrecer sí o sí espectáculos del pensamiento como éste que, además, es un monumento al amor con mayúsculas. Al fin y al cabo querer ser madre o padre es querer querer y cuidar y, después de ver esta obra, la pregunta que surge es: ¿cómo oponerse a eso?

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