Opinión · Posos de anarquía
Qué barata se vende España
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Ayer fue un día muy triste para cualquiera que de veras se sienta demócrata y sepa que lo es. Ver el modo en que se rindió pleitesía al emir de Qatar, el jeque Tamim bin Hamad al-Thani, fue absolutamente decepcionante. La recepción con todos los honores que le brindaron los reyes, ver cómo la cúpula del gobierno y empresarial de España sucumbía a sus dólares es una muestra más de en cuán baja estima nuestra élite de poder tiene al respeto por los Derechos Humanos (DDHH) más esenciales, dispuesta siempre a canjearlos por un puñado de monedas.
España va de mal en peor en cuestión de calidad democrática y eso siempre es una muy mala noticia. A medida que madura nuestra democracia, adquiere vicios que terminarán generando tumores letales. Los honores de Estado que nos avergonzaron ayer a las personas que defendemos los DDHH recordaron mucho a la visita de Estado de Vladimir Putin en 2006, cuando el presidente ruso ya era lo que es hoy aunque no hubiera invadido Ucrania, y al que muy gustosamente el entonces alcalde de la capital, Alberto Ruiz Gallardón, le entregó la Llave de Oro de la Villa de Madrid.
Con sus diferencias, que nadie se llame a engaño: al-Thani y Putin son de la misma calaña. Lo que distingue el trato que hoy se le dispensa a uno y otro reside en a quién se vende España y su lección ha sido a Qatar. El error diplomático de avalar la invasión ilegal del Sáhara Occidental por parte de Marruecos ha supuesto un revés al suministro de gas de nuestro principal proveedor, esto es, Argelia. Para paliar tal patinazo, se pretende estrechar lazos con Qatar, cuyas reservas de gas licuado son ingentes.
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Al-Thani es un lobo con piel de cordero y nuestra élite de poder -político y empresarial- se asemeja más a una gallina, sino a un avestruz. Ya en los años 80, Joseph Nye y Robert Keohane acuñaron el término de soft power para referirse a esa capacidad que ejercen algunos Estados para persuadir o convencer a otros de que hagan lo que desean sin tener que recurrir a la coacción o al empleo de la fuerza. El jeque está blanqueando su dictadura con movimientos como el de ayer, mientras países como España emponzoñan sus democracias al someterse a su poderío económico.
Anunciar la inversión en nuestro país -sin detallar sectores- de alrededor de 5.000 millones de dólares parece motivo suficiente para que quienes mueven los hilos en este país acudan a su reclamo, pero no como abejas a un panal de rica miel, sino más bien como moscas a una boñiga. Hace menos de un año que nueve refugiados sirios presentaron una demanda ante el Tribunal Superior del Reino Unido, acusando a funcionarios y empresarios de Qatar, en coordinación con los Hermanos Musulmanes, de lavar dinero para el Frente al-Nusra, considerado la filial siria de Al Qaeda.
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Ese es el tipo de dinero al que acude codicioso el empresariado español y del que se vanagloria la Corona y el Gobierno de proporcionar al país. Dinero de una dictadura, cuyos lazos con el terrorismo están fuera de dudas, financiándolo tanto dentro como fuera de sus fronteras, y siendo habitual refugio para miembros de Al Qaeda y los talibanes, sobre los que tanta tinta ha corrido hace meses tras volver a tomar Afganistán. Incluso desde la Administración estadounidense se llegó a ligar al exministro del Interior de Qatar y miembro de la familia real, Abdullah bin Khalid al-Thani, con los ataques del 11-S, avisando a su autor intelectual, Khalid Shaikh Mohammed, antes de que pudiera ser capturado por EEUU.
Al mismo tiempo, los informes de Amnistía Internacional acerca de Qatar son demoledores, indicando cómo los derechos de los trabajadores son constantemente pisoteados -todavía más visibilizados con las muertes en la construcción de los estadios para el Mundial de fútbol de este año-, cómo las mujeres son ciudadanas de segunda o tercera o cómo se produce discriminación por nacionalidad y orientación sexual, castigando con hasta siete años de cárcel la homosexualidad.
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Las libertades de prensa y de expresión son inexistentes, realizando detenciones arbitrarias, castigándose de manera abusiva sin asistencia letrada y produciéndose desapariciones de activistas y periodistas. Sencillamente, es una dictadura. Asimismo, las mujeres continúan bajo un sistema de tutela masculina, ligadas a su tutor varón que a efectos prácticos es dueño y señor de su vida, tomando la decisión final acerca de cómo y con quién han de casarse, estudiar en el extranjero con becas públicas, trabajar en muchos puestos del gobierno, viajar al extranjero hasta cierta edad o recibir servicios de salud reproductiva. Una mujer en Qatar pierde automáticamente la tutela de sus hijos e hijas cuando se produce un divorcio.
Todo lo referido no importa. Basta ver la cena de gala dispensada al jeque o cómo el alcalde de Madrid José Luis Martínez Almeida le entregó la llave de Madrid como hiciera Gallardón con Putin en 2006, y que el pasado mes de marzo le fue retirada, pese al voto en contra de Vox. Cuando se vende el alma al diablo, no hay gestos de retirada de honores que la devuelvan a su ser. Se ha perdido, especialmente, cuando uno trata de rectificar más por inercia que por convicción. Nuestra democracia madura plagada de achaques que terminan parcheándose con vicios, como el de aliarse con depredadores de vidas humanas a cambio de dinero. El pasado martes fue un día muy triste, que pasará a la Historia como otra ocasión perdida de que nuestro país actúe con principios morales inquebrantables y, en lugar de ser siempre vagón de cola a rebufo de terceros, ser referente democrático de primer orden, sin dejarse comprar de saldo con monedas manchadas de sangre.
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