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Opinión · Dominio público

De fugado a regatista en Sanxenxo

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Si la dignidad política no lo impide, este fin de semana el rey emérito estará subido en un velero -el Bribón para más señas- de regatista por la costa gallega en una imagen surrealista pero muy gráfica de lo que la monarquía significa: privilegios e inviolabilidad ante la comisión de delitos, cuestiones ambas incompatibles con una democracia.

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¿Qué ha pasado para que el, hasta hace poco, rey fugado y refugiado en esa plutocracia que son los Emiratos Árabes Unidos, lejos de rendir cuentas ante la justicia, acabe navegando en Sanxenxo, uno de los destinos turísticos más afamados de Galiza?

Pues básicamente, por el medio lo que se ha producido es una gigantesca operación de blanqueo en la que han participado PP-PSOE -ese bipartidismo que nunca falla cuando se trata de sostener el statu quo-, poderes económicos, instituciones como la Fiscalía y una parte substancial de los medios de comunicación, casi los mismos que durante décadas callaron, miraron hacia otro lado e incluso ensalzaron el papel de un monarca que, como se ha visto, utilizó el cargo para su enriquecimiento personal al más puro estilo comisionista Premium.

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Y se ha visto no precisamente por el empeño de los partidos estatales, que han votado en el Congreso en contra de investigar la turbia fortuna del emérito como reclamaba el BNG y otras formaciones políticas, con una contumacia digna de mejor causa -hasta quince veces, ¡que se dice pronto! -. Ni se ha visto tampoco gracias al empeño de una Fiscalía que desde que el asunto entró por su puerta apeló a todos los elementos posibles para cerrarla cuanto antes: inviolabilidad por razones de cargo antes de la abdicación de conveniencia en 2014, prescripción de delitos y regularizaciones parciales efectuadas como traje a medida.

Avisar al supuesto defraudador de que está siendo investigado resulta inaudito y, por lo mismo, revelador de hasta qué punto se quieren mantener los privilegios de una monarquía cada vez más cuestionada, llena de sombras y que hace aguas, por más que los fontaneros de régimen intenten tapar los boquetes por los que se escapa el apoyo social sobre el que el CIS ha corrido un tupido velo desde hace años, evitando preguntar a la ciudadanía qué opinión le merece una dinastía, la borbónica, cuyo comportamiento ha sido y es de todo menos ejemplar.

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Porque sí, tenemos al rey fugado, el monarca-comisionista que recibe en su cuenta de Suiza 100 millones de euros de otra monarquía, la de Arabia Saudí, esa donde los partidos políticos o los sindicatos están prohibidos o donde las mujeres son ciudadanas de segunda por ley. Pero tenemos también a un cuñadísimo condenado por corrupción y, casualidad, fraude fiscal, y el desfile judicial de una infanta que, de nuevo gracias al inestimable papel de la Fiscalía, salió airosa porque nada sabía.

Tenemos a las nuevas generaciones de los borbones, exhibiendo un nivel de vida que nada tiene que ver con el de la mayoría de la gente joven que soporta una tasa de paro brutal, precariedad y bajos salarios. Seguro que muchos se preguntan cómo se financia. Y tenemos un rey, Felipe VI, que dejó claro que lo de una España plurinacional no va con una institución que, pese al lavado de cara y de gestos fáciles, sigue anclada en el pasado.

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¿Y por qué recala en Sanxenxo el emérito? Más allá de la regata, porque lo acoge con los brazos abiertos el alcalde de la localidad, del PP, claro. Y porque el presidente de la Xunta ha celebrado su visita con tanto entusiasmo que ha declarado que la llegada del monarca fugado es una publicidad que interesa y que, además, “coloca a Galiza en el mapa”. Lo entrecomillo porque tan locuaz declaración es literal.

Pero, en fin, cómo pedirle al Partido Popular que se sienta incómodo con el cobro de comisiones, cuando decapita a quien las denuncia y tilda de “pillos” a los que se forran con pelotazos millonarios en plena pandemia. Ese es su listón ético.

En todo caso, como portavoz nacional del BNG, decirle al PP de Feijóo que Galiza está en el mapa gracias a los gallegos y a las gallegas que, lejos de tener cuentas B en Suiza, pagan sus impuestos y salen adelante con su trabajo y con su talento y se merecen mucho más que un presidente de la Xunta que les falte al respecto diciendo que la llegada de un señor que se marchó por la puerta de atrás prestigia a Galiza.

En una democracia del siglo XXI, la monarquía, donde la jefatura del Estado se alcanza por herencia y de manera vitalicia, es puro anacronismo, máxime si, como es el caso, está teñida de corrupción, es una institución obsoleta igual que el régimen del 78 que la auspició. En una democracia avanzada no hay súbditos sino ciudadanos y ciudadanas libres e iguales. Ergo…

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