Opinión · Dominio público
La expectativa del Debate
Expresidente del Gobierno
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Desde que, a iniciativa de Felipe González, en 1983, se estableciera como pauta parlamentaria un debate anual “sobre la situación general de España”, emulando los que se hacen en el Reino Unido con ocasión del discurso de la Reina en la apertura de cada período de sesiones o, bajo la lógica de una forma de gobierno distinta, en Estados Unidos con el debate sobre el estado de la Unión, ha tenido lugar entre nosotros con dicha periodicidad. Así ha sido salvo en los años en los que hay elecciones generales o estas se han repetido (la investidura es ya, por antonomasia, un debate político general) o excepcionalmente en tiempos recientes a causa de la pandemia.
Tuve ocasión de participar en nueve de ellos, tres como líder de la oposición y seis como Presidente del Gobierno. Y los recuerdo bien. Recuerdo bien la preparación tanto de los discursos iniciales como de las réplicas, distribuyendo contenidos entre unos y otras, así como la actividad de encargar fichas a mis colaboradores, y su estudio después. También la dificultad de liberar suficiente tiempo de la agenda los días precedentes para culminar esa tarea preparatoria y poder ir así más confiado al lance.
En eso no varía mucho la condición institucional desde la que se encara el debate, ya encabezando la oposición, ya dirigiendo el Gobierno. Pero hay grandes diferencias en todo lo demás.
El Presidente en su discurso inicial ha de referirse a los diversos problemas que aquejan al país tratando de conciliar una cierta e inevitable pretensión de exhaustividad (porque después a buen seguro se le reprocharán las omisiones) con la identificación de las prioridades que definen un estilo de gobierno, un relato sobre el mismo. Para esto último pueden resultar determinantes los anuncios, la propuesta de las nuevas medidas contenidas en esta intervención inicial.
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No hay debate del estado de la nación sin ellos. Reclaman la atención de los medios, conforman los primeros titulares, y marcan el tono de la sesión al menos hasta el cara a cara entre el Presidente y quien lidera la oposición.
Esta tiene, por su parte, una pretensión más concreta o delimitada, golpear al Gobierno donde más le puede doler y hacerse visible como recambio, como alternativa. No faltará la invitación, más o menos retórica, a algún tipo de acuerdo o de pacto (el Presidente habrá hecho también la suya).
Yo siempre he pensado que quien aspira a dirigir el país debe merecerlo desde que se postula para ello, haciéndose cargo de sus problemas y no fiándolo todo al desgaste del gobierno y a la crítica que hace responsable a este de circunstancias que están manifiestamente fuera de su alcance, y más en coyunturas como la que atravesamos. Pero me temo que esto es lo que vamos a escuchar sobre todo en las próximas horas de ese lado de la bancada.
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Como no puede ser de otro modo, pues, Gobierno y oposición comparecen al Debate condicionados por el distinto papel que desempeñan en el ecosistema político. Sin embargo, confluyen en un mismo propósito que marca el vaticinio sobre el resultado de aquél: la iniciativa política, quien ha sido capaz de transmitir que la encarna, que la sigue encarnando, que la ha recuperado o bien que la ha perdido cediéndosela al rival.
Obviamente, se trata de un intangible sujeto a especulación, pero casi siempre ese es el rastro que queda tras un Debate sobre el estado de la nación, una idea más o menos nítida de quien lleva la iniciativa. Y que impactará sobre las tendencias electorales para confirmarlas, intensificarlas o revertirlas.
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A pesar de que nos hallamos ya en tiempo estival, parece claro que hay expectativa de debate entre nosotros, que hay interés por el mismo, tras haber transcurrido algunos años desde que no se ha celebrado. Y ello, aunque en esta ocasión le va a faltar el cara a cara entre el Presidente y quien aspira a sustituirlo, el código de signos que suele desprender esa cara a cara, en buena medida la piel del debate.
Se me han pedido unas líneas generales sobre cuál es mi percepción sobre este tipo de acontecimiento político, el debate sobre estado de la nación ya llegará el momento de valorar su resultado. No me resisto de todos modos a añadir algo.
Puesto que lo que caracteriza al tiempo político que vivimos, quizá como nunca antes con tanta intensidad en las últimas décadas, es su excepcionalidad, las extraordinarias circunstancias que lo agitan y la alta incertidumbre vinculada a ellas, lo más decisivo para valorar la idoneidad de un gobierno, y de quien lo dirige, es su capacidad de reacción ante ellas, y la selección de las prioridades que guían a esta reacción.
Lo determinante en el momento actual es la agilidad en las respuestas y la claridad de los valores que las inspiran, la identificación de lo más perentorio, de lo más necesario para preservar la cohesión social y la estabilidad de nuestro país. Saben lo que pienso, creo que el Debate lo pondrá de nuevo de manifiesto.
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