Opinión · Otras miradas
Marta y el apocalipsis: La canción de Zorty (y VI)
Escritor y guionista
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Este texto es la última parte de 'Marta y el apocalipsis', el relato por entregas del escritor y guionista Guillermo Zapata. Puede leer la primera parte aquí; la segunda, aquí; la tercera, aquí, la cuarta aquí, y la quinta aquí.
O puedes leer este resumen de lo publicado: Marta tiene un plan para acabar con Zooooort, el dios tentacular que está tomando el mundo poco a poco (empezando por la Comunidad de Madrid). Para llevarlo a cabo cuenta con la ayuda de “Tres”, una joven cosplayer de buena musculatura; Woke, un perro parlante con crisis de masculinidad; Julia, la compañera de piso, profeta de Marta y Pelayo, un joven desorientado en el fin del mundo.
Resulta que Tres tenía una cuenta de Instagram con casi diez mil seguidores en la que subía vídeos donde aparecía disfrazada de personajes de diversas franquicias multimillonarias, 'animes' muy populares, videojuegos, libros y un largo etcétera que iba desde lo más popular del mainstream hasta las cuevas más ignotas del underground. Los disfraces los fabricaba ella misma y las coreografías de los vídeos (sencillas, pero llenas de pasión) también eran cosa suya. La verdad que quedaba de lo más aparente. Por ese motivo no le costó demasiado convertir los diseños que había dibujado Marta en un disfraz competente y tampoco fue muy complicado interpretar el papel que le tocaba esa noche. Ni siquiera era súper raro que una cuenta como la suya difundiera un contenido como el que iban a reproducir.
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Otra cosa era “lo del perro”.
La clave de todo el asunto, según Marta, tenía que ver con convertir a Zoooooooort, en un dios inofensivo y tranquilo, incapaz de hacer daño a nadie, y para conseguir eso necesitaban que el vídeo tuviera un grandísimo impacto en redes, y para conseguir ese impacto no era suficiente con que Tres se disfrazara y cantara. Para Marta era fun-da-men-tal embutir a Woke en el interior de un disfraz de Zoooooooort para acompañar a Tres mientras lanzaba su vídeo. El perro era el punto de ternura, ironía y extrañeza, que todo viral necesita.
Woke intentó negarse, meó a todas las personas y cosas que se le acercaron, pero fue en vano. Mordió a Pelayo, cuya función en todo aquello era sujetar el móvil para grabar, pero fue inmediatamente sustituido por Julia, con lo que no sirvió de nada. Woke no pudo evitarlo. No pudo evitar que millones de personas (porque fueron millones) le vieran mirar a la nada, al más absoluto vacío de la desesperación, mientras Tres cantaba “Zorty Zorty, dios rosado, quiero quedarme a tu lado”. “Zorty Zorty Dios amado, eres suave y afrutado” disfrazada de seguidora de Zoooooort y lo más importante de todo: millones de personas le vieron disfrazado de mini dios rosa con tentáculos. Millones de personas vieron su cara de odio y pensaron una de estas dos cosas: “Qué gracioso” o “Qué mono”. De él. Se quería morir. Otra vez. Por qué no se le dejaba morir en paz. Por qué insistían en mantenerle con vida en un mundo que no entendía y le ponía furioso.
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Marta por el contrario estaba entusiasmada. Había sustituido la inquietud y el miedo apocalíptico por adrenalina y azúcar. Había diseñado los trajes, preparado la letra de la canción y diseñado su vídeo viral sabiendo que, si bien un vídeo de ese estilo no suele salir bien cuando se diseña, aquí jugaba con algunos elementos a favor. Al fin y al cabo, la gente estaba ATENDIENDO a nivel planetario a la enorme criatura que había aparecido sobre el cielo de Madrid, pero nadie se había atrevido a presentarse como seguidor de la misma. Todo el mundo estaba guardando un silencio lleno de inquietud. Había bromas, claro. Siempre hay quién se ríe a carcajadas ante la certeza del horror, pero estaban menos situadas, eran metáforas de la situación general y del tipo “Por supuesto que además del Covid, la guerra y el cambio climático ahora tendremos que lidiar con el dios vengativo venido del cielo”. No apuntaban directamente a Zooooort. Otro de los elementos que creía jugaban a su favor era la profecía de Juls. Si había acertado todo hasta ese momento ¿por qué no hacerlo ahora? ¿Por qué tenía que salir todo mal una y otra vez? No tenía por qué. No es que tuviera que salir bien bien, pero al menos no morir empalada por un tentáculo. Qué menos que eso. No obstante, cada vez que le entraba la angustia la callaba con una cucharada de helado de chocolate, vainilla y trozos de fresa (y limón y Stracciatela y melón y ocasionales visitas al fuet y cuando ya no quedaba fuet amplió su mirada hacia otros fiambres y, excepcionalmente, las gominolas).
La mezcla de azúcar, miedo y adrenalina era total cuando dieron al botón de publicar en la cuenta de Instagram de Tres. La viralidad se produjo de manera rápida y, sobre todo, generó réplicas inmediatas. Como si el vídeo se hubiera ajustado al momento en el que le saltaba el corcho de una botella de champagne emocional que tenía en vilo a media humanidad y que generaba un chorro de creatividad. Hubo versiones en ukelele y a capela, Heavy Metal y tecno, dembow y reguetón. Hubo remezclas de las remezclas y, por supuesto, cientos – sino miles – de perros fueron disfrazados de mini Zoooooorts, muchos de ellos, por cierto, con enorme alegría y entusiasmo, algo que terminó de deprimir a Woke.
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En algún momento de la madrugada del 26 de agosto, el dios Zoooooort sintió devoción. Una sensación de calor que inundó sus sentidos y empezó a mecer sus emociones como una barca en un lago tranquilo.
Esas criaturas que vivían vidas extremadamente breves en ese planeta asmático demasiado joven aún para afrontar la extinción… le amaban. Cantaban canciones a Zoooort y cada nota de cada palabra, la bien entonada y la mal ejecutada, cada una de ellas, le decía “Te queremos”. “Eres importante”. “Gracias por estar aquí”. Y eso le gustó. Pero al rato, un rato breve como todo lo que duraba menos que un “eón” era breve para Zoooort, notó cómo sus deseos cambiaban. Hasta ese momento su único impulso era crecer, poblar, llenar lenta pero inexorablemente, tomar cada vida para sí y exprimirla volcándose en su interior hasta formar un todo. Hasta ese momento se trataba de hacer de “lo otro” un yo. CRECER. Pero ahora Zooort empezó a pensar que le gustaría tener los ojos redondos y hacer ruidos divertidos. Y que le rascaran. Oh sí. Eso sería genial. Que le rascaran su tripita (para lo cual empezó a desarrollar una tripita).
Así que, si bien los deseos de llenar el vacío de sí mismo hasta ocupar la totalidad seguían allí, la idea de taparse con una mantita y hacer ruidos agradables también estaban ocupando una parte de su mente.
Al fin y al cabo, pronto sería septiembre y empezaría el fresquito. Ohhhh, ojalá fuera inverno ya. Zoooooort empezó a pensar que una cosa que le vendría bastante bien era un sofá. Un sitio donde amodorrarse. Otro concepto que se abrió paso a una velocidad pasmosa (porque todo lo nuevo es veloz cuando la existencia se mide en eones) fue el de “siesta”. Sonaba bien. Sonaba bastante bien. Sonaba tan bien que quizás debería empezar a probarlo desde ya mismo.
Y así. Zooooooooort se durmió.
En la pantalla de la televisión de Marta se veía a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Lucía traje rojo y sonrisa furiosa. Anunciaba que el gobierno de coalición había dejado una enorme criatura rosada en la sede la Comunidad de Madrid y que debía hacerse cargo de aquello. El presidente del gobierno, un Pedro Sánchez de vuelta de vacaciones con más canas, pero luciendo un moreno fenomenal, había manifestado que le ofrecía a la Comunidad de Madrid todo el apoyo para sacar de ahí a esa criatura, pero que tenía que solicitarlo de forma oficial. Llevaban así tres días. Mientras tanto Zooooort, o Zorty, cómo se le empezaba a conocer, había dejado de crecer. Parecía estar durmiendo. ¿Quién se habría atrevido a acercarse a la criatura? Tres lo había hecho y decía que su piel purulenta estaba empezando a cambiar y tenía la consistencia del algodón de azúcar.
Tres se encargaba también del Club de Fans de Zorty, pero insistía en que si se ponían a monetizar aquello era posible que Zooooort volviera a cambiar. Marta había tenido que reconocer que lo que decía le parecía sensato, a pesar de que entonces su gran operación como Community Manager (el único trabajo que parecía volver a su vida con regularidad) no iba a proporcionarle ningún dinero. Hacía unos días la “Dirección General de Eventos Cósmicos No Deseados” se había puesto en contacto con ella para trasladarle que le habían abierto un expediente por haber roto la cuarta pared hablando con el autor de una historia y cambiando con ello… En fin, un lucrativo negocio de cooperación público-privada con fondos europeos para que Sero Coorp lanzara su nuevo juego virtual en España. La comunicación había sido por mail y a pesar de ello habían logrado que se notara que le estaban pegando unos gritos. Por supuesto, del dinero prometido por ser heroína no iba a ver un duro. Y encima no se había podido ir de vacaciones.
Julia había iniciado una especie de relación con Tres, pero a su ritmo (al de Julia, porque Tres parecía bastante pillada) y se había ido a terminar la ruta de festivales veraniegos esta vez llevando consigo a Pelayo, que quería dar un “giro de 360 grados a su vida”. Seguía sin ser el cuchillo más afilado del cajón.
Marta, por lo menos, había logrado quedarse sola en casa. Bueno, más o menos sola. Woke seguía allí. Enfadado, sin hablarle y con varios intentos de acabar con su vida ahogándose en el water con cómico resultado (Marta había valorado la posibilidad de abrir una cuenta al “Perro de Zooort”, pero le había parecido demasiado cruel).
– Woke, nadie sabe que el del vídeo eres tú.
– Yo lo sé. No necesito que lo sepa nadie más.
– Además sales muy mono.
Woke soltó un bufido y se alejó de ella.
– ¿Quieres ver una pelí? – le dijo Marta.
Woke se detuvo.
– Quieres ver… ¿Aliens?
Ufff, Aliens, la sargento Vasquez estallando, Ripley volando los huevos de Alien, la escena del montacargas…
Woke no aguantaba mucho tiempo enfadado. Se dio la vuelta y saltó al sofá.
– Pero luego ponemos La Jungla 2 -dijo. Era su favorita. Al parecer, era cine de verdad “Sin agendas políticas”.
– Vale – dijo Marta – ¿sabes que los Aliens son un matriarcado, ¿verdad?
Marta rompió a reír. Woke intentó escapar, pero Marta le agarró y le volvió a sentar. De pronto, sonó un ruido que hacía años que Marta no escuchaba. El teléfono fijo de la casa estaba sonando. Ni siquiera recordaba que ese teléfono siguiera allí. Se acercó y lo cogió. Era su madre.
– ¡Hija! ¡Hija cómo estás! – Era una especie de pregunta/afirmación.
– Estoy genial, madre – ¿Era cierto? La verdad, se sentía muy bien.
– Llevo días llamándote al Sero – dijo su Madre.
– Ah sí, perdona, lo he apagado – Sorprendentemente, había seguido apagado en vez de encenderse sólo. No tan sorprendentemente, mientras tanto había seguido recopilando información usando los siete sensores secretos que incorporaba el dispositivo.
– Pues hija, no sé, si te vas a luchar contra bichos y cosas… Lo mínimo es llevar el teléfono.
– Era un dios, mamá. Zorty – Se sintió orgullosa de sí misma al decirlo.
– Ya lo hemos visto en el telediario. Dice la tía Carmen que por qué no te han entrevistado.
“Porque el gobierno está enfadado conmigo”. “Porque los fenómenos virales son anónimos”. “Porque nadie entrevista al Community Manager”. “Porque los héroes no quieren popularidad”.
– Porque los héroes no queremos popularidad – dijo con un punto menos de orgullo del que esperaba.
– Ya… Entonces, ¿ahora tienes trabajo?
– ¿Ahora mismo?
– Sí.
Marta suspiró.
– Mamá te oigo fatal, eh. Se corta. El teléfono es viejo y claro… Se corta. Luego hablamos.
Colgó. Woke la miraba desde el salón. Había salvado el mundo. Decidió que podía esperar una semana o dos antes de buscar trabajo. A veces las vacaciones empiezan en septiembre.
– Venga, dale al play -dijo.
Y Woke lo hizo.
FIN.
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