Opinión · Posibilidad de un nido
Tu aplauso a Emma Thompson es nuestro castigo
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Recuerdo que hace años, cuando yo empezaba en las tertulias políticas, desde algunas horas antes de entrar, temblaba. No tenía ni idea de cómo funcionaba aquello, yo no había entrado por recomendación de ningún grupo editorial o partido político, como suele suceder, sino porque un día me entrevistaron como desahuciada. No me entrevistaron en tanto que periodista, analista ni escritora. Lo hicieron porque me acababan de desahuciar y me empeñé en hacerlo público. Les hizo gracia mi tono, poco habitual, y al fin y al cabo llevaba más de 25 años en el oficio, así que allí entré, entre patosa, iracunda, tajante y grotesca, pero siempre roja, y allí sigo.
Un día, se acercó a mí uno de los jefes de programas y me dijo “tú eres imprescindible, te adoro”. Y añadió: “estás aquí porque eres imperfecta, porque no lo haces del todo bien, con un par”. Lo entendí perfectamente. Me adoraba porque no me importaba exponerme en público. Aguanté la hostia como pude, “con un par”. Quizás él lo dijo a modo de elogio, no importa, pero era una hostia con toda la mano abierta.
Me sucede lo mismo cuando se aplaude a las muchachas gordas que, “pese a” estar gordas, muestran sus cuerpos en las redes sociales. Se acostumbra –desde hace relativamente poco, es cierto– a elogiar su arrojo, su valentía, cómo “abren caminos”, cómo “rompen tabúes” y lugares comunes de ese tipo. En realidad, lo que se hace es llamarlas gordas. El hecho de que sean gordas va por delante y su supuesta “valentía” consiste en no dar importancia a algo considerado intrínsecamente malo, o sea estar gordas. Si el hecho de estar gordas no fuera considerado malo, ellas no necesitarían valentía alguna ni habría nada por lo que aplaudirles.
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Es la misma trampa peluda que encierra la película Good luck to you, Leo Grande (Buena suerte, Leo Grande, en la versión española). Se habla mucho de ella porque la actriz Emma Thompson aparece a sus 63 años completamente desnuda ante un espejo. La cosa va de la siguiente manera: Thompson interpreta a una viuda en la sesentena que contrata los servicios de un prostituto para vivir una sexualidad que no ha tenido, si es que se puede llamar sexualidad a algo en su vida, que no. En una narración teatral de varios encuentros nos muestran los avances de la pareja.
Voy a dejar de lado la sonrojante construcción del personaje masculino, que sirve de excusa para alabar las labores propias de la prostitución y encumbrarlas, literalmente, a un servicio que debería ser sufragado por el Estado para el bienestar de la población y buen funcionamiento de la sociedad. Baste decir que es muy guapo, muy joven, muy educado, muy culto, muy sensible e incluso me atrevería a decir que alguien podría considerarlo feminista.
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Me interesa el retrato que hacen de la señora madura. A Emma Thompson la vemos arrancar con los mohínes propios de una profesora de instituto con terno anticuado y pacato. Después, aparecen las transparencias en la blusa, los camisones, los tirantes, la enagua, y la mujer va ganando lo que podría haber sido desde el principio, sencillamente una hembra madura con un cuerpo redondeado y bonito bajo la seda o la sábana. Finalmente, la vemos follar. No follar un poco debajo de la sábana, sino hacerlo en las más variadas posturas. En todos esos momentos, su cuerpo es gozoso y bello. Por supuesto no es una chavala ni Sharon Stone, pero la cámara le da la plenitud que merece, y resulta indudablemente sexi.
Ah, pero todo lo anterior no tendría gracia sin su trampa peluda. La misma de las gordas. Llegado cierto momento, cuando ya hemos visto el cuerpo de la Thompson en todo su esplendor y un buen puñado de posturas, incluido un gracioso cunnilingus, la plantan –se planta– ante el espejo desnuda. Y entonces sí, entonces podemos decir lo valiente que es al mostrarse así con 63 años. Antes de ese plano, demasiado dramático para lo que nos ha llevado hasta él, no hemos caído en admirar el supuesto “valor” de la actriz por mostrarse desnuda con el cuerpo que corresponde a sus años. Es entonces, forzadamente, cuando lo hacemos y, con ello, penalizamos la edad de las mujeres. Lo hacemos además en un entorno netamente erótico, relacionado con el placer. Si “se atreve” a hacerlo, señal de que tiene que vencer algo malo. Ni más ni menos que su carne madura deseando.
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Recomiendo a quienes aplauden el valor de la actriz que vean la película ahorrándose esa escena final. Ya verán cómo se construye la realidad, ya verán las trampas que nos castigan, ya verán cómo cambia el retrato.
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