Opinión · Dominio público
Borrell en el Jardín de las Delicias
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Josep Borrell, Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, intenta convencernos de que no quiso decir lo que dijo, metafóricamente hablando, cuando en un discurso dirigido, por si fuera poco, a una nueva Academia diplomática Europea que se inauguraba con su presencia en el Colegio de Europa en Brujas pronunció literalmente esto: "Sí, Europa es un jardín. Todo funciona. Es la mejor combinación de libertad política, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad ha logrado construir, las tres cosas juntas […] La mayor parte del resto del mundo es una jungla, y la jungla podría invadir el jardín”.
El mandatario europeo quiere convencernos de que en sus palabras no había un profundo desprecio por otros seres humanos y por otras culturas que salgan de las fronteras europeas, o quizás, de las fronteras de la Unión Europea, que no es lo mismo. El problema es que, a la primera, la disculpa puede colar -un mal asesor, un mal día, una mala expresión ...-, pero a la segunda, parece que a la tercera o más, la disculpa suena a choteo de la opinión pública.
Fue en marzo de este año cuando Miquel Ramos recogía en este periódico la peligrosa misma metáfora que Borrell ha utilizado la semana pasada y en cuyo fondo viene insistiendo desde hace tiempo como base de su discurso. Sí, hay una idea fuerza en su discurso que se repite sin cesar y eso dista mucho de ser un fallo. Lo hace, como recordó Ramos en Público, durante una entrevista que dio a Pablo R. Suanzes en El Mundo el pasado 4 de marzo; ante la nueva escuela diplomática en Brujas, o durante una conferencia en la Fundación Carlos de Amberes, en Madrid, el pasado 11 de octubre, con otra figura literaria de idéntico fondo: “No podemos ser herbívoros en un mundo de carnívoros”.
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Conozco a compañeros y compañeras de oficio que han empezado a llamar a Borrell "el ministro europeo de la guerra", muy alejado del liderazgo de la diplomacia (sic) de la UE que le es propio. Sin embargo, el fondo del mensaje de Borrell (¿racista? ¿belicista? ¿clasista? ¿xenófobo? ¿colonialista? ...), supura, como mínimo, un tufo a soberbia y desprecio que lo hace incompatible con las funciones que ocupa, aunque la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se empeñe en apoyarlo una y otra vez en sus excesos dialécticos, ora abroncando a embajadores, ora pidiendo a los/as europeos que ahorremos en gas para hacer la puñeta a Putin, ora llamando jungla a todo aquello que no sea la exquisita Europa, que de exquisita no tiene nada y si no, vayan a Hungría, Polonia, Bielorruisa, Italia o a Ceuta y Melilla.
La Europa que ve Borrell, suponemos, es la suya, la de los altos funcionarios que viven en su particular Jardín de las Delicias, donde todo es poder y placer, que son lo mismo en Bruselas y en la obra del Bosco, ajenos al sufrimiento de una Europa real cuyos presuntos valores humanísticos se resquebrajan en las fronteras del Mediterráneo casi cada día, en la abandonada Afganistán a todas horas o en sus concesiones obscenas de antaño a las políticas neoliberales, las cuales han elevado de forma preocupante las tasas de desigualdad -lideradas por España-, como ya advertían los analistas de medio mundo antes incluso de la pandemia.
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Que el máximo responsable de la política exterior y de seguridad de la UE, que un jefe de la diplomacia, ponga a Europa como referente para el mundo de fieras salvajes que le rodea mientras se libra una guerra en su suelo sería un chiste si no fuera una tragedia, además de una baza de caramelo para quienes apoyan a Putin y para los gobiernos que se resisten a condenarlo, particularmente, porque consideran que la UE es solo un apéndice de esos EE.UU. que guerra en la que se meten, país que condenan al olvido y el caos. Si ya confirmamos, entonces, que la incontinencia verbal de Borrell no obedece a la ignorancia ni a la falta de experiencia ni al despiste, ¿qué quieren que pensemos sobre sus ideas? Nada bueno.
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