Opinión · Dominio público
Olona al rescate del hombre blanco maltratador
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Hay un abismo cultural en la socialización política de chicas y chicos jóvenes, una brecha abierta entre una generación de mujeres feministas y una quinta de hombres que han hallado identidad o bien en la reacción más furibunda o bien en el desprecio banalizado, en el machismo convertido en broma, en la negación de la violencia. Pocos abismos de polarización tan grandes como el que media entre feministas y machistas de nuevo cuño en base a modelos profundamente tóxicos. Detrás de esa guerra cultural, de la ausencia de un modelo alternativo que les valga y no sea una glorificación de la violencia, asoma una red algo más oscura y antigua de resentimientos y pasiones bajas. Hace tiempo que dan la batalla de las ideas lo que en Estados Unidos se ha conocido como los Men’s Rights Activists y la manosfera, el mundo incel, la supremacía masculinista más bochornosa. A ese discurso, hilvanado con el de la conspiración de las denuncias falsas y la demonización de las leyes de violencia de género, rinde pleitesía Macarena Olona. Los varones “abandonados” son su base y ser ariete contra el feminismo su vocación.
Es en parte por todo esto por lo que el proyecto de Olona es débil, frágil, aunque ella quiera erigirse en salvadora de la extrema derecha española tras unos malos resultados de Vox en las autonómicas y municipales, condición necesaria para dar un paso adelante. En el marco español, su guerrilla cultural se pasa de frenada y su asociación «por la igualdad iberoamericana» sólo mueve a sus seguidores —una base de varones, muy vinculada también al culto a la policía, al culto a lo militar, a autoridades ya derechizadas— fanatizados.
Repite una y otra vez el mismo mensaje y los mismos eslóganes («no mata un hombre, no humilla un hombre, no maltrata un hombre…»); en su último vídeo, con los preparativos para la presentación de su proyecto en España, coloca en la diana a Jorge Javier Vázquez, recolectando todo el resentimiento de esos sectores sociales que la secundan hacia la España bujarra, progre o incluso roja, señalando a la mariquita mala como auténtico maltratador frente a esos pobres padres privados (para ella, injustamente) de sus hijos por ser objeto de alguna denuncia por malos tratos. Lo de Olona parece, a ratos, precisamente un lobby, una política llevando el estandarte de lo que podría ser una Asociación de Víctimas de la Ley de Violencia de Género o contra las denuncias falsas.
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Es una insistencia en una cuestión cultural y minoritaria que le impide a su proyecto lograr algo que no sea restarle votos al resto de opciones de la derecha en unas eventuales elecciones generales; igual que sus posibilidades eran topadas por su tono fascistoide en los debates, su expresión cultural demasiado radicalizada. Italia es un país moralmente más conservador que España y Olona no puede ser Meloni. Y el crecimiento de la extrema derecha italiana no vino originalmente de las obsesiones que nutren la ambición de Olona, demasiado ecléctica, incapaz —porque no representa del todo eso— de ser una opción más tradicionalista, quedándose en una agresividad retórica y cultural ya capada.
Macarena Olona acude políticamente al rescate de la ficción del hombre blanco, heterosexual, maltratador. Podría haber sido una dirigente más habilidosa, más sibilina, pero le falta astucia para disfrazar sus convicciones y cree en exceso firmemente en lo que dice. Hay un sector grande al cual esa caza de Jorge Javier Vázquez, incluso aunque no le tengan a la figura particular simpatía, produce cierta sensación de horror, más que otra cosa; no produce nuevos adeptos, sólo satisface a sus forofos, que bastante limitados son ya. A la izquierda nos produce fascinación porque es el villano perfecto, una caricatura demasiado clara, pero de un tiempo a esta parte se trata de una caricatura monocorde. Tiene más potencial para provocarnos a nosotros que para realmente crecer por su banda. Sólo puedo recomendar que esperemos y, con palomitas, apreciemos el tamaño del boquete que le pueda hacer a Vox; con un trasvase ligero de votos basta. Es tan exagerada que da involuntariamente la razón a quien demoniza; cultural y electoralmente, a quien más puede acabar beneficiando Olona es a la izquierda. Que disfruten en ese lado de sus neurosis y demonios.
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