Opinión · Otra economía
Pedro Sánchez y la guerra de Ucrania
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No es justo generalizar, pero tengo el convencimiento de que los mensajes lanzados por buena parte de los políticos son efímeros y tramposos, quizá porque ya han comprobado que pueden sostener una cosa en un determinado momento y al poco tiempo decir o hacer la contraria, sin que ese ir y venir tenga consecuencias electorales, ni siquiera suscite una impugnación en sus propios partidos. La lógica del statu quo y los intereses que se mueven en torno al mismo son muy poderosos.
Esta es la impresión que tengo con Pedro Sánchez, secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y presidente de gobierno. Su intervención, con la que se cerraba el XXVI congreso de la Internacional Socialista donde ha sido elegido presidente de la misma, ha consistido en un discurso florido, como ya nos tiene acostumbrados, plagado de referencias al compromiso de los socialistas con la igualdad, el trabajo digno, el progreso social y la paz; destaca en ese discurso el mensaje de que "debemos abrir el tiempo de la diplomacia" para abordar la guerra desencadenada por la invasión rusa de Ucrania, un conflicto que se encuentra cronificado y que amenaza con agravarse.
Sería una estupenda noticia que los partidos socialistas, con el PSOE a la cabeza, se comprometieran con un camino de paz y que esa voluntad política cristalizara en propuestas concretas por parte de la Unión Europea (UE). Pero, como siempre, los hechos ponen en su sitio a la grandilocuente y vacía retórica utilizada por Pedro Sánchez.
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Preside un gobierno -no lo olvidemos, el "más progresista de la historia de España"- que ha decidido aumentar de manera sustancial el gasto militar, claudicando a los requerimientos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que exige de sus miembros que, al menos, sitúen el presupuesto militar en el 2% del Producto Interior Bruto. Una organización que, supeditada a los intereses estratégicos de la potencia estadounidense, ha contribuido a generar un escenario de confrontación con Rusia (sin que, por supuesto, ello justifique la intolerable invasión de Ucrania por parte del ejército ruso) y ahora, en línea con la política seguida por Estados Unidos, también sitúa a China entre sus adversarios estratégicos.
Ese aumento en el gasto militar -para el que se utiliza el eufemismo de “defensa”-, aprobado el gobierno de Pedro Sánchez y que es considerado como una piedra angular de la política exterior española, se produce en tiempos de crisis, con una inflación que no se conocía desde hacía décadas, con una sanidad y educación públicas contra las cuerdas, con una degradación climática y medioambiental que avanza de manera imparable, con una desigualdad que aumenta sin cesar, con una economía que necesita una profunda reestructuración en clave de equidad y sostenibilidad... pues bien, en ese contexto, más recursos para satisfacer las exigencias del complejo militar-industrial y el formidable negocio asociado a la fabricación y compra/venta de armas.
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El mismo Pedro Sánchez que está al frente de un partido y de un gobierno que han defendido abastecer de armamento al ejército ucraniano, haciendo suya de esta manera una política que, como de hecho está sucediendo, sólo podía alargar la guerra y agravar el sufrimiento de la población civil. El mismo que hace unos días defendía, en un alarde de cinismo que se ha convertido en moneda común, que el Parlamento Europeo declarara que Rusia es un "Estado promotor del terrorismo", olvidando que, por citar un ejemplo muy destacado, Estados Unidos ha sido el principal baluarte de dictaduras crueles y grupos terroristas, y ha promovido guerras, como la ilegal invasión de Irak, que han dejado la estela de millones de muertos, poblaciones hambrientas y enfermas y economías devastadas.
Y por citar un último y diría que escandaloso ejemplo de militarismo altivo e irresponsable: la actuación del “socialista” Josep Borrell, al frente de la diplomacia comunitaria, vicepresidente de la Comisión Europea y miembro destacado del PSOE. Cual aguerrido general, con declaraciones incendiarias, echando más leña al fuego, se ha dedicado en cuerpo y alma a promover un escenario de confrontación, sumándose con entusiasmo a los "halcones" más agresivos de la administración estadounidense.
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Estoy de acuerdo, es el tiempo de la diplomacia, urgen propuestas que favorezcan el diálogo y pongan fin a la guerra. Pero para avanzar en esta dirección, que no será fácil, necesitamos mucho más que gestos destinados a la galería y a generar titulares en los grandes medios de comunicación.
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