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Opinión · Dominio público

Las ganas de perder las elecciones 

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Imagen del Congreso vacío durante las primeras semanas de pandemia.- EFE

El biólogo y antropólogo Gregory Bateson forjó en 1958 el concepto de “cismogénesis” para referirse al proceso de diferenciación entre dos individuos o grupos sociales cuyas conductas constituyen desde el principio una respuesta aumentada a la interpelación del otro, determinada a su vez por el primero. Son, por lo tanto, relaciones de dependencia en circuito cerrado en las que cada uno de los miembros refuerza sin parar la respuesta de su interlocutor. Bateson distingue entre dos tipos de “cismogénesis”: la complementaria y la simétrica. En la primera, jerárquica y desigual, un polo dominante genera del otro lado una sumisión que justifica y demanda, a su vez, más ejercicio de poder: un ejemplo muy claro es el del amo y el esclavo o el del maltrato machista, en el que el dominante se va volviendo cada vez más y más dominante y el dominado cada vez más y más dominado, hasta la muerte o la rebelión. En la segunda, la simétrica, dos individuos o grupos de poder más o menos equivalente “alardean” uno frente al otro, obligándose recíprocamente a aumentar la apuesta o a enfatizar el desafío, y ello hasta llegar a la autodestrucción de uno de los contendientes o a la guerra abierta. En el mundo animal es lo que hacen, por ejemplo, los gorilas cuando se golpean el pecho frente a un rival que quiere disputarles el poder del grupo; en el mundo humano el caso más citado por la antropología es el del “potlatch”, una ceremonia kwaikutl en la que la agresividad y el poder se expresan a través del derroche simétrico de dos aspirantes a la jefatura, cada uno de los cuales está obligado a destruir más riqueza que el otro en una puja ostentosa potencialmente infinita. El potlacth, obviamente, está pensando sobre todo para asegurar la adhesión de la propia comunidad más que para extender el dominio o la influencia a otros grupos en el exterior. Así ocurre, por ejemplo, en las guerras, que suelen ir precedidas, y siempre van acompañadas, de esta lógica de potlatch: se empiezan intercambiando declaraciones belicosas orientadas a cohesionar el propio ejército y se acaban intercambiando balas cuyas víctimas reclaman más y más víctimas del otro lado.

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Pues bien, me atrevería a decir que la política española de los últimos años, y muy marcadamente la de las dos últimas semanas, ha estado presidida por la cismogénesis, tanto la complementaria como la simétrica. La democracia no puede ser hemisférica, como el cerebro, sino prismática, como el pensamiento, y por lo tanto debe evitar por todos los medios la reducción del discurso político al chantaje de dos polos enfrentados que obligan al espectador a tomar partido incondicional por uno de ellos. Ya es malo que esto ocurra en las redes y, aún peor, en algunos medios de comunicación abyectamente partidistas. Pero donde no debería ocurrir jamás es en el Parlamento. El Parlamento no puede ser un lugar “cerebral”; no puede ser la sede de una ceremonia de “potlach” regida por una simetría mortal. Esa ha sido la táctica, por ejemplo, de Ayuso, la presidenta de la comunidad de Madrid, que ha buscado sin cesar el enfrentamiento con el gobierno central con el propósito premeditado de radicalizar a los representantes de la izquierda, de manera que ellos mismos confirmasen la etiqueta “social-comunista” en la que basa su propaganda y que tantos réditos electorales le da. Y esa ha sido la táctica, claro, de los muy ayusistas dirigentes de Vox, cuya beligerancia guerracivilista, cada vez más nauseabundamente machista y xenófoba, busca provocar respuestas iracundas  con las que alimentar una puja cada vez más alta en un momento de debilidad.

El problema es que Podemos suele entrar al trapo, unas veces por convicción y otras por interés. No hay ninguna equivalencia ideológica -válgame Dios- entre Vox y Podemos. En el caso de esta última semana, Irene Montero ha recibido insultos ignominiosos por defender (mal) una ley con algunas sombras y muchas luces y por utilizar (bien) un concepto (“cultura de la violación”) que, en todo caso, pretendía asimismo, o sobre todo, mantener alta la puja del potlatch en su favor. Quiero decir que ni el radicalismo negro de Vox, bellacamente fascista, ni las respuestas airadas de Podemos, entre el victimismo y la exigencia de solidaridad, pretendían tener razón. Vox vive de la cólera izquierdista de Podemos; Podemos de los ataques infames que reciben Irene Montero o Pablo Iglesias. El resultado es que toda la actividad parlamentaria, todos los análisis periodísticos (incluido éste) y todo el bullicio en las redes se acaba centrando estos días en esta cismogénesis simétrica, de la que quedan fuera de cuadro no ya “los asuntos materiales” sino todas las otras noticias y todas las otras voces, sobre todo si son templadas y razonables. Las “formas” son también materiales por esto: porque permiten más pluralidad, más matices, más diálogo, más pensamiento. Y porque, en tiempos de cansancio y desencanto, incluso dan más votos.

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Las cismogénesis simétricas constituyen, lo hemos dicho, circuitos cerrados y ello por dos motivos: porque clausuran el mundo en torno a dos posiciones en pugna y solo dos; y porque sirven para consolidar la propia posición. Vox enfatiza su insultante agresividad tradicional en un momento de debilidad, militando abiertamente contra la democracia. Podemos, por su parte, explota esas agresiones en el marco de una ya indisimulable pugna introspectiva con Yolanda Díaz, a la que obliga así a un silencio culpable o a decir cosas que quizás no desea decir. Es todo, por desgracia, un asunto puramente interno. El “potlatch” que Podemos mantiene con la derecha radical -es decir- no forma parte de su militancia democrática (o no solo) sino de una estrategia de fortalecimiento grupal que me atrevería a calificar de peligrosamente sectaria. Los partidos jerárquicos y de fuerte liderazgo, como lo es Podemos, se rigen internamente por mecanismos de cismogénesis complementaria; es decir, de dominio y sumisión. Ahora bien, uno de los rasgos más narcotizantes y cohesivos de la sumisión es el fanatismo: el fanatismo del esclavo en la defensa de su amo, el de la mujer maltratada en defensa del marido violento, el del soldado en defensa del caudillo carismático. La estrategia de cismogénesis simétrica de Podemos está orientada pues, a reproducir y aumentar, para empezar, los procesos de cismogénesis complementaria interna; es decir, lo que coloquial y militarmente se llama “cerrar filas”. Nunca han estado más cerradas esas filas y de una forma tan incondicional; y con muestras más inquietantes de intolerancia hacia el exterior. Al mismo tiempo, y de manera concomitante, esa estrategia de cismogénesis simétrica busca internamente un objetivo más ambicioso: aislar y debilitar a Yolanda Díaz y su proyecto. La cismogénesis complementaria, como hemos dicho, no deja más opciones que la sumisión o la rebelión. Cualquiera de las dos puede ser fatal para la iniciativa Sumar, a la que de momento ya se ha impedido, más allá de sus errores, despegar con libertad y con un poco de visibilidad ilusionada. Me sentiría muy inclinado a aplaudir la inteligencia, astucia y refinamiento de la táctica de los dirigentes morados si, más allá de su dudosa belleza, no estuviese encaminada a limitar las posibilidades de renovación de un gobierno de izquierdas tras los próximos comicios.

Podemos no puede ganar las elecciones, pero sí hacerlas perder. Ese es el poder que tiene en sus manos a la hora de negociar y el que -mucho me temo- no dudará en usar si esa negociación no conduce a una primacía interna sin reservas ni resistencias. La idea me produce pavor. Confieso que, sin ilusiones demasiado altas, todas mis esperanzas en esta España difícil de 2022 están puestas en esa renovación. Y confieso que Sumar me parece la mejor baza posible para esa tarea: por la posición de Yolanda Díaz en el juego político y sus logros institucionales, por su interpelación a las mayorías y porque, consecuencia de todo esto, pretende situar la política, como quiso el 15M e intentó el primerísimo Podemos, fuera de los procesos de cismogénesis complementaria y cismogénesis simétrica -apuestas de perdedores- que caracterizan hoy a la formación morada, cuya participación es, en cualquier caso, nos guste o no, indispensable. Que sea indispensable y tenga tantas ganas de perder las elecciones es lo que me llena de aprensión y, a veces, de irritación. Queda tiempo y vivimos en un tiempo político zigzagueante y acelerado, pero me temo que, tras estas dos semanas intensísimas de cismogénesis podemita, el margen para Sumar se ha estrechado. No sé me ocurre qué podría hacer, salvo seguir pensando siempre más allá y más lejos de los potlatch y las trincheras.

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