Opinión · Otras miradas
El Spartak moscovita, campeón de copa de un país que ya no existía
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El 10 de mayo de 1992, con el Este de Europa viviendo un proceso de transformación que llevó a la desaparición del mundo que había surgido tras la Segunda Guerra Mundial, el Spartak de Moscú se proclamó campeón de la última copa soviética. En un partido que puede ser considerado como una perfecta metáfora de su tiempo, el Spartak, que congregaba las simpatías de la mayoría de los moscovitas hasta el punto de ser considerado como “el equipo del pueblo” dada su condición de entidad surgida del sindicalismo, sin vinculación alguna con las instituciones policiales o militares soviéticas, se impuso por dos goles a cero al CSKA, su acérrimo rival ciudadano, que presumía de su condición de equipo del ejército y, por lo tanto, de símbolo evidente del poder.
Esta final copera fue el último gran partido que se disputó en el estadio Lenin de Moscú mientras llevaba todavía este nombre. De hecho, durante la primavera de 1992, este recinto deportivo había sido privatizado, a imagen de muchas de las grandes empresas de la Unión Soviética, y, a partir de junio de ese mismo año, empezó a ser conocido con el nombre oficial de Luzhniki.
Más allá de la lógica satisfacción por el triunfo, la victoria espartaquista fue especialmente celebrada por sus aficionados ya que permitía al equipo moscovita avanzar al Dinamo de Kiev en el palmarés de la copa soviética para convertirse así en el dominador absoluto de esta competición con diez títulos en sus vitrinas.
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El triunfo del Spartak no supuso únicamente una victoria en la última copa soviética sino que comportó que el equipo completara una hazaña absolutamente singular en términos históricos al proclamarse campeón de una competición que todavía llevaba el nombre de un Estado que, en diciembre de 1991, había dejado de existir.
Esta circunstancia fue posible porque, en 1984, la Unión Soviética había cambiado su sistema de organización del torneo del KO y, a diferencia de su campeonato de liga, había optado por seguir el sistema que se aplicaba habitualmente en Europa Occidental donde este tipo de trofeos de disputaban a caballo entre dos años naturales.
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Así pues, la copa de la URSS de 1992 empezó a celebrarse en abril del año anterior en un momento en el que la Soyuz, la Unión, el nombre con el que sus ciudadanos conocían popularmente a la Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas, vivía una profunda crisis fruto de los procesos independentistas iniciados, principalmente, en las repúblicas bálticas y caucásicas.
Aun así, nada hacía presagiar que la URSS pudiera desaparecer en un plazo relativamente corto de tiempo, sobre todo si tenemos en cuenta que, el 17 de marzo de 1991, el país había aprobado en un referéndum y por una amplia mayoría un tratado que ratificaba su unión que había contado, eso sí, con el boicot de las principales repúblicas separatistas.
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La última copa soviética inició su andadura durante la primavera de 1991, sin contar ya entre sus participantes con los equipos de las repúblicas que habían proclamado su independencia y que ya habían empezado a perfilar sus propias competiciones, como es el caso de los países bálticos.
Sin negar su transcendencia política, esta circunstancia tenía un impacto relativo a nivel deportivo dado que los auténticos dominadores del fútbol soviético no se encontraban en las ribas del mar Báltico sino que había que ir a buscarlos entre los equipos rusos y ucranianos que, estos sí, no dudaron en participar en esta copa de la Unión Soviética.
Los acontecimientos políticos que tuvieron lugar a lo largo de la disputa de esta competición tuvieron un evidente impacto en su desarrollo hasta el punto de provocar numerosos abandonos como consecuencia de las independencias que algunas de las hasta entonces repúblicas soviéticas fueron proclamando a lo largo de 1991. Lo demuestra que en plena disputa de la copa se retiraron de ella los clubes armenios, ucranianos, kazajos y bielorrusos.
El impacto que estas decisiones tuvieron sobre la competición fue de tal magnitud que tres de las cuatro eliminatorias de cuartos de final no se pudieron disputar fruto de la renuncia de los clubes ucranianos, una situación inédita que permitió que un club de lo más modesto, como es el caso del Pamir Dusambé tayiko, consiguiera llegar hasta las semifinales después de haber superado las dos eliminatorias previas, la de octavos y la de cuartos, por incomparecencia de sus rivales.
Esta situación provocó que la semifinal que enfrentó, a partido único, al CSKA moscovita con el Pamir tayiko se disputara ante solamente 2.000 espectadores, un dato que pone en evidencia el escaso interés que despertaba una eliminatoria que, en circunstancias normales, debería haberse disputado ante la atenta mirada de decenas de miles de aficionados.
La explicación del escaso interés que, en aquel abril de 1992, despertaba la copa soviética debe ir a buscarse en otro acontecimiento histórico que trastornó la vida de los ciudadanos de la Unión. En diciembre de 1991, y contra todo pronóstico a pesar de las independencias que el Estado soviético había tenido que afrontar en los últimos tiempos, la URSS dejó formalmente de existir.
La todopoderosa Unión Soviética se disolvió a una velocidad supersónica y dejó paso a la Comunidad de Estados Independientes, la CEI, en el preciso instante en el que la copa soviética de 1992 estaba disputando sus octavos de final.
Este mismo nombre de CEI fue el que popularmente se utilizó para designar a los integrantes del que oficialmente era el Equipo Unificado que participó bajo bandera olímpica en los juegos de Barcelona 92 y que agrupaba en sus filas a los atletas procedentes de doce de las antiguas repúblicas de la URSS, todas a excepción de Estonia, Letonia y Lituania, las tres repúblicas bálticas que se negaron a formar parte de este equipo.
La situación kafkiana que se desencadenó como consecuencia de la disolución de la Unión provocó que su copa de fútbol fuera uno de los últimos referentes soviéticos en desaparecer. Aunque formalmente, después de lo sucedido en diciembre de 1991, las distintas eliminatorias de la competición fueran oficialmente presentadas con el nombre de “Copa de la URSS-CEI”, haciendo así referencia a la recién nacida Comunidad de Estados Independientes, lo cierto es que en el imaginario popular la competición continuó siendo la copa de la Unión Soviética.
Así pues, cuando el 10 de mayo de 1992 el Spartak conquistó la última copa soviética tras derrotar en el estadio Lenin al CSKA, los espartaquistas se alzaron con la victoria en una competición que llevaba el nombre de un país que ya había dejado de existir. De hecho, pocos días antes de aquella final ya había comenzado la disputa de la primera copa de Rusia, el torneo que tomó el relevo de la copa de la URSS en territorio ruso, un modelo que siguieron todas las antiguas repúblicas que formaban la Unión que no dudaron en poner en marcha sus propias competiciones de carácter independiente.
El interés que despertó aquella final, a pesar de ser uno de los partidos de máxima rivalidad en Moscú, puede ser considerado como relativo ya que solo algo más de 40.000 espectadores se congregaron en el estadio Lenin, un recinto que podía albergar hasta 100.000 aficionados.
Las razones del escaso éxito de esta histórica final pueden encontrarse en que las nuevas competiciones rusas, como la primera liga, que empezó en marzo de 1992 y que también terminaría en las vitrinas del Spartak, ya estaban en marcha y que Rusia y sus repúblicas vecinas vivían un proceso acelerado de des-sovietización.
A pesar de ello, para la historia quedará para siempre que el Spartak de Moscú, el “equipo del pueblo ruso”, se proclamó, en aquel mayo de 1992, como campeón de la copa de un país que había dejado de existir. Algo de lo que muy pocos clubes pueden presumir a lo largo y ancho del planeta.
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