Opinión · Dominio público
El debate sobre el agente infiltrado o cómo humillar y ofenderse a la vez
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Ha pasado una semana desde que La Directa destapó al policía infiltrado que usó sexual y afectivamente a varias mujeres para obtener información sobre movimientos sociales. El asunto ha puesto muchas cartas sobre la mesa, y creo que merece una nueva vuelta para analizar algunas de las derivadas que se han dado al respecto. Porque más allá de las dudas sobre la legalidad o la proporcionalidad de la actuación policial y del premio de Interior regalando un puesto en una embajada al agente, leer y escuchar determinados comentarios y justificaciones al respecto, da buena muestra de algo mucho más aterrador.
Era previsible que aquellos que detestan cualquier disidencia, los lamebotas habituales y los activistas del establishment (a sueldo o por puro vasallaje) no solo justificasen el asunto, sino que se regocijaran en la humillación y en la deshumanización de las víctimas. No quisiera reproducir aquí la cantidad de basura que he ido bloqueando en las redes sociales estos días para no promocionar la miseria humana que envuelve a una parte de estos, la mayoría ocultos tras un perfil anónimo. Luego están los canallitas habituales que viven al margen del bien y el mal, que tan solo meten su pezuña desde su atalaya cuando saben que hay río revuelto y alguien les reirá las gracias o les acariciará el lomo: columnistas, periodistas, influencers o mentecatos de todo pelaje, con nombres y apellidos, que se apuntan a la danza simiesca de cuñaos patrios alrededor de unas mujeres humilladas e instrumentalizadas por el Estado. Esos que celebran el dolor con memes y chistes machistas, que se apuntan al escarnio por puro sadismo, desde la indolencia que les permite la distancia, no solo de ellas, sino también de sus causas, de sus luchas, y hasta de la misma decencia de la que presumen.
La denuncia interpuesta por las afectadas ha sido sobradamente motivada y explicada por colectivos feministas y por sus abogadas, como en este texto de la penalista Laia Serra titulado ‘violencia institucional sexualizada’ en el que desgrana sus argumentos y añade algo que la mayoría de los análisis sobre el suceso han obviado: “La infiltración es un método que no sólo consigue obtener información política y personal, también tiene un efecto represor, porque genera un miedo y una desconfianza que deterioran los vínculos personales que sostienen los espacios políticos, inhibiendo la participación y desarticulando los movimientos sociales, sean del signo que sean”. Y es que muy pocos medios han reparado en la cuestión de la libertad ideológica y de asociación, en la intencionalidad de estas prácticas más allá de la obtención de información sobre personas y colectivos que publicitan todo lo que hacen y cuyos espacios están abiertos al público. Esta práctica es una estrategia más para criminalizar a la disidencia (el clásico ‘algo habrán hecho’) y para intoxicar los vínculos que estos movimientos crean entre personas.
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Por esto, y por la gravedad del asunto, dolió todavía más que, personas que se declaran feministas, así como gente que teórica e ideológicamente podría estar más cerca de las afectadas que de sus espías, emplease el marco de los agresores debatiendo sobre si el hecho era en sí un abuso o no, o si la denuncia es pertinente, juzgando desde la barrera a las víctimas, menospreciando las decisiones de los colectivos afectados que llevan tiempo gestionando, reflexionando y consensuando cómo afrontar este asunto, o incluso dando lecciones sobre cómo deberían haber actuado las personas engañadas. Lo explicó muy bien Raquel Marcos Oliva en una columna de opinión, donde recordaba que el engaño “se produce en el contexto de una investigación policial que no tiene causa aparente”, e insistía en la gravedad de que “el Estado autorice o tolere que un policía nacional acceda a través del sexo a informaciones íntimas, personales y políticas con el objetivo de entrar en espacios legítimos de la sociedad civil”.
Los medios ni siquiera se preocuparon por el rigor tras saltar la noticia. La mayoría han hablado de que el agente se infiltró ‘en el independentismo’, incluso atreviéndose a señalar a ‘el entorno de la CUP’, algo que, leyendo la noticia de La Directa descartas en los primeros párrafos: eran movimientos sociales de barrio, vinculados más bien al anarquismo, y muchos de sus participantes, ni siquiera con una adscripción política clara. Pero qué más da. Todos son igual de malos para ellos y merecen todo lo que les pase. Por eso, los medios tampoco parecían preocupados sobre qué buscaba el agente ni qué importante trama logró desarticular. Obtener información de movimientos sociales y de quienes no siguen la corriente, ya lo justifica todo para ellos. Para ello, los plumillas habituales que parecen más voceros de la Brigada de Información que periodistas, a quienes luego untan con premios económicos de miles de euros desde los mismos cuerpos policiales por su ‘labor informativa’, o quienes nunca dudan de sus notas de prensa, ya se encargaron de reforzar la necesidad de controlar a los disidentes por cualquier medio, porque ‘siempre se ha hecho’, y porque, como siempre, es por nuestro bien.
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Sin embargo, lo que parece que más indignó a los mismos que hacían mofas con el asunto, fue la ironía empleada por Pablo Iglesias para denunciar el caso. El exvicepresidente bromeó en su programa de La Base dedicado a este asunto sobre infiltrar a agentes en el PP y hacer exactamente lo mismo que había hecho el poli infiltrado, esto es, usar sexual y afectivamente a varias personas y ofrecerles drogas, ya que, sabidos los antecedentes de este partido, seguro que se destapaba alguna ilegalidad. Varios medios y algunos políticos picaron el anzuelo. Lo que les pareció gracioso cuando se hacía a un grupo de chavales de barrio, les resultaba bochornoso cuando se refería a gente de bien, es decir, a políticos del PP. Iglesias insistió en que los antecedentes criminales que han salpicado no pocas veces a miembros del PP podrían motivar tanto o más un hecho así, como algunos lo justifican con los movimientos sociales: ‘más delitos que ese colectivo vecinal de Barcelona, ha cometido’, le dijo a la cara a Margallo el pasado lunes en una tertulia en Cadena Ser.
â Pablo Iglesias ? (@PabloIglesias) February 6, 2023
La tranquilidad con la que este agente actuó de infiltrado, igual que la que tenía el anterior topo llamado ‘Marc’ descubierto también por La Directa el pasado verano, demuestran la debilidad de las acusaciones y las sospechas que algunos pretenden esgrimir para justificar ambos casos. Dicen que siempre se ha hecho, y nos ponen ejemplos como el de Mikel Lejarza, infiltrado en ETA, o de otros en bandas criminales de narcos y terroristas internacionales, en un intento por comparar estas organizaciones con los movimientos sociales de barrio. Pero omiten que estos acaban haciéndose hasta la cirugía estética para cambiar de cara, no como Marc, que sube luego sus fotos a sus redes tranquilamente a los pocos días de ser descubierto. Tampoco que ni que las puertas de las sedes de los movimientos sociales están siempre abiertas y sus participantes van a cara descubierta.
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El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, que ya nos tiene acostumbrados a no ver nunca excesos aunque se le presenten detenidos con la cara desfigurada de las torturas, o decenas de cadáveres en la frontera tras acreditarse mediante imágenes cómo varias de estas personas fueron expulsadas en caliente por nuestras fuerzas del orden, por fin dijo la suya en este caso. Como era de esperar, todo bien, como siempre. La actuación del agente se justifica ante la necesidad de "prevenir la comisión de delitos" y generar los datos y la información "necesaria" para garantizar "la seguridad de todos", dijo ayer. "Vivimos en una democracia no militante", ha dicho, y ahí "no se persiguen las ideologías o las ideas", sino "hechos". Está por ver qué hechos ha perseguido y evitado con esta infiltración.
Sea como fuere, ha venido bien este asunto para ver la catadura moral de más de uno y una, para que se retrataran, para poner frente al espejo aquellos que se regocijaban en la humillación y luego se ofenden cuando les das a entender que quizás eso se lo merecían más ellos que las protagonistas involuntarias de este episodio lamentable de violencia institucional. Porque es fácil justificar cualquier ataque del Estado a la libertad ideológica y asociativa cuando este es contra otros. Aunque hasta hoy no han sido acusados de nada ni se ha justificado tal operación mediante ningún hecho objetivo más allá de su ideología concreta.
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