Opinión · Rosas y espinas
Feijóo y las 'femmes fatales'
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No voy a decir que los sucesivos gobiernos de Mariano Rajoy fueran pura neciocracia, aunque un buen plantel de sus ministros y portavoces sí merecieran tal neologismo. Pienso en Juan Ignacio Zoido, el ministro del Interior que en sede judicial traicionó a sus policías (caso procés), o en Rafa Hernando, portavoz parlamentario, un machirulo de barra que parece que siempre habla con y por la bragueta abierta.
Pero en aquel mariano páramo yermo de neuronas, dos flores germinaron entre el cardo y la cizaña, que dirían los horteras. María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría no solo competían en la longitud de sus apellidos, sino también en su excelsa formación académica (ambas abogadas de Estado), en sus diferentes formas de elegancia (Cospe coronada de peineta y Soraya enseñando cacha en la portada de El Mundo) y, sobre todo, en su desmesurada ambición. Ahora ambas andan sobrevolando la débil jaula del liderazgo de Alberto Núñez Feijóo, que aún huele sus carísimos perfumes por los pasillos corrompidos de Génova Trece. Y no son perjúmenes que le suliveyen, según los más sabios feijóologos.
Ahora las fiscalías del Estado y Anticorrupción han vuelto a sacar del florero a la florida Cospedal, pidiendo que se la vuelva a imputar por el caso Kitchen, la enésima trama corrupta del PP y una de las más divertidas, con todo el aparataje de espías intentando borrar las pruebas que conservaba Luis Bárcenas sobre la financiación ilegal del PP, con falsos curas secuestradores irrumpiendo en casa del ex tesorero y maniatando a su mujer y a sus hijos, con Villarejo entrando de incógnito tras los cristales tintados de un Audi en la sede popular.
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Si Soraya tenía a los espías oficiales del Centro Nacional de Inteligencia, Cospe no iba a ser menos que su némesis, y se montó con Villarejo una agencia mortadeliana y filoménica con unos espías entretenidísimos, que un día buscaban pruebas falsas contra Podemos y, al siguiente, trapos sucios de sus propios compañeros de partido.
No es de extrañar que Feijóo ande intranquilo con la posible reimputación de Cospe, pues si el partido no la apoya puede caer en la tentación de desvelar nuevas maravillas, incluso aclarar quién es M. Rajoy. Cospe, se sospecha, sabe más de las interioridades de muchos miembros del PP que el dueño de Intimissimi.
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Ya hace tiempo escribimos mucho los analistas y zangolotinos televisivos sobre la extrañeza que nos producía el hecho de que Feijóo esté confeccionando su núcleo duro con personas procedentes del entorno de Soraya. Se rumorea en los cenáculos más intrigantes que Feijóo está convencido de que fue Soraya la que filtró las fotos en el yate de Marcial Dorado. Pero, en tiempos de guerra, toda madriguera es trinchera, y con los frentes abiertos de la posible cantata cospedaliana y la volatilidad del pensamiento, o como se le llame a eso, de Isabel Díaz Ayuso, aliarse con antiguos enemigos puede ser la única opción. Y a Soraya siempre le sedujo el papel de única opción, sobre todo si más temprano que tarde hay alguna vacante en la presidencia del partido. Todo dependerá de las urnas.
Feijóo tiene que estar acojonado, porque ambas tres son femmes fatales de manual, a las que solo les falta comparecer en blanco y negro y sentarse en la mesa del gallego, pidiéndole fuego para un pitillo de larga boquilla y volutas de humo sensuales. Y Feijóo tiene pinta de no haber tenido fuego en la vida.
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La mujer de izquierdas evoluciona indefectiblemente en feminista, igual que la de derechas evoluciona en inexorable femme fatale. Y Feijóo no es San Spade, ni Pepe Carvalho, tampoco Philip Marlowe, ni el Eladio Monroy de nuestro llorado Alexis Ravelo. Si Feijóo no se explicaba por qué todas las vacas llevan nombre de mujer, a ver quién le documenta ahora cómo comportarse ante una femme fatale, que lo único que tienen en común con las vacas es la mala leche.
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