Opinión · Otras miradas
Las British Ladies y el origen feminista del fútbol femenino
Historiador, escritor y profesor. Autor del libro 'Futbolítica'
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Al igual que su homologo masculino, el fútbol practicado por mujeres encuentra sus raíces en la Inglaterra industrial de la segunda mitad del siglo XIX. En aquellos tiempos, la creciente popularidad de la variante masculina de este nuevo deporte despertó el interés de varias chicas por practicarlo. Aun así, los primeros partidos de fútbol femenino, con abundantes enfrentamientos entre solteras y casadas, eran más bien actividades folklóricas asociadas al hecho matrimonial que servían, sobre todo, como escaparate para los jóvenes británicos que buscaban esposa, y donde había escaso interés por descubrir las habilidades futbolísticas de las jugadoras.
Los primeros enfrentamientos serios y con carácter competitivo de la variante femenino del fútbol no llegaron hasta 1881 cuando una selección escocesa se vio las caras con una de inglesa en una serie de encuentros disputados en Edimburgo, en Glasgow y en el norte de Inglaterra. A pesar de las buenas intenciones de sus promotoras, en aquella época el fútbol femenino todavía distaba mucho de la normalización como lo demuestran hechos como que las futbolistas optaran por jugar con nombres ficticios para evitar posibles represalias o que varios de aquellos primeros partidos terminaran con graves incidentes, llegando, en algún caso, a una invasión violenta del terreno de juego que hizo escapar por patas a las jóvenes deportistas que los habían disputado.
La tradicionalista Inglaterra victoriana no veía con demasiados buenos ojos la práctica femenina del fútbol y las críticas machistas eran constantes en una prensa que reprochaba a las jugadoras su aspecto, su vestimenta o su nivel deportivo, llegando a apuntar que el fútbol era un deporte exclusivamente masculino y que no era deseable que las mujeres lo practicaran. Una teoría que contó con la complicidad de numerosos doctores que, bajo pretendidos argumentos médicos que sostenían que el juego podía afectar a la fertilidad femenina y, en consecuencia, poner en cuestión el rol reproductivo que la sociedad les asignaba, no dudaron en añadirse a la campaña que pretendía prohibir que las chicas británicas pudieran jugar al fútbol.
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Las posiciones machistas no lograron persuadir al grupo de chicas que, en 1894, decidió publicar un anuncio en el The Daily Graphic con el objetivo de reclutar jugadoras para formar el primer club de fútbol femenino de la historia.
A pesar de la presión social existente, hasta una treintena de jóvenes respondió al llamamiento provocando el nacimiento, el 1 de enero de 1895, del British Ladies Football Club, el equipo pionero del fútbol femenino que contaba como entrenador con el entonces jugador del Tottenham Hostpur, Bill Julian, uno de los pocos futbolistas masculinos que se atrevió a manifestar de forma abierta su apoyo al deporte femenino.
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De entre las promotoras de este club pionero cabe destacar dos figuras clave que demuestran que la lucha de las jóvenes británicas por jugar a fútbol era parte inseparable de la lucha de las mujeres por su emancipación. La primera era la aristócrata Florence Dixie, marquesa de Queensberry, pero a la vez activa deportista, viajera, escritora, corresponsal de guerra y feminista de la primera hora. La segunda, Nettie Honeyball, el seudónimo con el que era conocida la joven futbolista de clase media que, juntamente con Dixie, había promovido la publicación del anuncio en el The Daily Graphic.
Por encima de su distinto origen social, ambas eran convencidas militantes feministas que no tan sólo defendían el derecho de las mujeres a jugar al fútbol sino también su derecho al voto, la mixidad en la educación, un acceso igualitario a todas la profesiones o, incluso, que la corona británica pudiera ser heredada por la hija primogénita del rey.
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Así pues, mientras la marquesa de Queensberry se convirtió en presidenta del nuevo y flamante British Ladies, Honeyball se hizo cargo de la secretaría de la entidad. Aun así, que el principal cargo dirigente del club recayera en manos de una aristócrata no impidió que la mayoría de jugadoras que se integraron en sus filas tuvieran un origen bastante más modesto.
A pesar de las diferencias de clase, las futbolistas compartían convicciones feministas con la marquesa de Queensberry, como es el caso de Helen Matthews, una conocida sufragista que ya había participado en la serie de partidos de fútbol femenino de 1881 vistiendo la camiseta de la selección escocesa.
El nuevo British Ladies debutó públicamente el 23 de marzo de 1895 en Londres con un partido que logró congregar a más de diez mil espectadores y que enfrentó a dos combinados del club con las jugadoras divididas, atendiendo a su origen geográfico, entre un equipo del norte y el otro del sur del Reino Unido.
El encuentro supuso un notable progreso en la lucha por el reconocimiento del fútbol femenino ya que, por vez primera, las futbolistas pudieron jugar sin cotilla ni zapatos de tacón alto. Aun así, la acogida que el partido tuvo en las crónicas de los principales periódicos británicos se movió entre la censura y la burla, una circunstancia que no hizo desistir a las entusiastas deportistas que, en poco más de un año, llegaron a disputar cerca de un centenar de partidos de exhibición por toda Gran Bretaña. Unas actividades donde el deporte femenino era ciertamente el protagonista, pero donde también tenía su espacio la lucha por los derechos de las mujeres.
De hecho, la práctica futbolística del British Ladies sirvió para poner encima de la mesa algunos de los aspectos reivindicados por el movimiento feminista y que ponían en cuestión las ideas existentes en la sociedad victoriana de la época alrededor de temas como el vestuario, el ideal de feminidad o la sexualidad de las mujeres.
La misma Nettie Honeyball argumentaba que había tomado la decisión de impulsar la creación del club precisamente para "demostrar que las mujeres no son las criaturas ornamentales e inútiles que los hombres han dibujado" al tiempo que añadía que la práctica futbolística femenina era un acto de "emancipación" que hacía presagiar que en un futuro "las mujeres se sentarán en el Parlamento y tendrán voz en la dirección de los asuntos que las afectan".
El feminismo de la secretaria del club se completaba con el de su presidenta, la marquesa Florence Dixie, militante sufragista que, al margen del derecho al voto, defendía la plena igualdad entre géneros hasta el punto de abogar, absolutamente a contracorriente en aquellos tiempos, porque la corona pudiera ser heredada por la hija primogénita del rey, por la mixidad en la educación, por el acceso igualitario a todas las profesiones y posiciones, o, porque, como había sucedido en el fútbol, las mujeres tuvieran el derecho de llevar la misma vestimenta que los hombres.
Entre otras muchas cosas, Dixie era la autora de una novela de ciencia-ficción feminista, publicada en 1890 bajo el título Gloriana o la Revolución de 1900, que se avanzaba a su tiempo y que retrataba un Reino Unido donde se reconocía el derecho femenino al voto y donde se dibujaba un país que llegaba a finales del siglo XX con un gobierno de mujeres que lo llevaba a la paz y a la prosperidad.
Desgraciadamente, a pesar del fervor de sus impulsoras, el British Ladies tuvo una vida efímera ya que desapareció en septiembre de 1896, poco más de un año después de su primer partido, fruto de la falta de recursos económicos para proseguir con su actividad.
El fútbol femenino volvía a la oscuridad y comprobaba como la Football Association, la federación inglesa, impulsaba medidas en su contra como la que adoptó en 1902 y que prohibía que los equipos masculinos se enfrentaran a combinados femeninos incluso en partidos benéficos y vetaba que las mujeres pudieran utilizar sus instalaciones. Unos impedimentos que frustraban el sueño de aquellas pioneras que habían convertido el fútbol en un instrumento de vindicación de la emancipación femenina.
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