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Opinión · Dominio público

Maldita libertad

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El otro día tuve la valentía de escuchar una entrevista a Inés Arrimadas en uno de mis podcasts favoritos, El sentido de la birra. Duraba una hora y cuarenta y tres minutos. Supongo que en Semana Santa unos se arrastran por el suelo mientras otras expiamos nuestros pecados a golpe de turra neoliberal. Me llamó la atención (¿me la llamó?) su uso de la palabra libertad para amasar un pastiche de cuestiones que poco tienen que ver las unas con las otras, protegidas todas ellas por su paraguas naranja (que ya está el pobre destrozaíto, pero ese es otro tema). Entre estos conceptos enumeraba: la regulación de la prostitución y de la gestación subrogada, el aborto, la eutanasia y el matrimonio homosexual.

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Así que, más allá de Arrimadas, que ya poco espacio le queda en el hemiciclo, no quisiera dejar yo pasar esta oportunidad de hacer una petición a las altas esferas, sean quienes sean aquellos que manejan nuestras vidas, legislaciones y movimientos. Me dirijo, pues, a ministerios, comités, consejerías, logias y cualquier otra estructura organizativa cuyo título suene a poderío y a manejar el cotarro. Tómenlo como un "a quien corresponda, dos puntos".

Solicito -solicitamos, me atrevo a hablar en plural- que se nos quite de una vez por todas esta maldita libertad a las mujeres. No la Libertad -la de Delacroix, que es alegoría y por tanto humana-, sino esta libertad en concreto: la que nos convierte en mercancías que comprar, vender y alquilar por minutos, horas y meses. ¿Saben a la que me refiero, no? A la libertad amiguita del patriarcado y capitalismo, esa que nos convierte en títeres parlantes que, al abrirse el telón de Twitter, comentan cosas como "yo es que me depilo porque quiero". Si pusiéramos esta frase en el traductor de Google con lengua de origen "objeto" y lengua de destino "persona", saldría: "Yo es que voy a que me arranquen los vellos mamíferos a tirones sin piedad porque si salgo con ellos a la calle me siento una mujer poco deseable, incluso asquerosa, una sensación insoportable ya que he sido adoctrinada en que mi papel en esta sociedad es justo este, el de ser deseable".

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Hablo también de esta libertad que nos da la oportunidad de tomar determinadas decisiones, como por ejemplo, prostituirnos, tal y como comentaba Arrimadas. Estamos cansadas de decidir, con absoluta libertad y como las mujeres adultas que somos, que nuestra manera de pagar la casa y las facturas sea alquilando nuestros cuerpos a repugnantes puteros. ¡Desistimos! ¡Renunciamos! Preferimos, como alternativa, no ser más pobres que las ratas. Que se nos dé la libertad de elegir un trabajo que nos dignifique como seres humanos y, en caso de encontrarnos en una situación de ínfima precariedad, ayudas a la vivienda y formación gratuita con las que tirar para adelante con nuestras vidas.

Por tocar un poco la más asfixiante actualidad, rehusamos también esta jodida libertad de alquilar a una señora nuestro útero. No nos ha terminado de convencer lo de elegir pagar la educación, comida y ropa de nuestros hijos -esos de los que sí somos madres y no sólo hornos gestantes- con el dinero que la rica de turno nos paga por esa personita que hemos creado durante nueve meses. Ese pequeño humano con el que hemos establecido vínculos y al que se han llevado muerto de miedo después de un parto del que hemos tratado de sentirnos ajenas.

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Es, a estas alturas, ya una súplica: no nos dejen elegir algo así nunca más. Oblíguennos de una vez por todas a través de sus poderosos mecanismos a considerarnos personas llenas de dignidad y a no vulnerar nuestros derechos humanos.

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