Opinión · Dominio público
El asalto a la Junta y el chuletón de Pedro Sánchez
Periodista
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"Tengo a la gente más leal, ¿Alguna vez habéis visto algo así? Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente y no perdería votantes", dijo Donald Trump pocos días antes de que empezaran las primarias en las que sería elegido candidato republicano para la Casa Blanca en 2016. Pocas veces, un político ha expresado mejor la sensación de la que gozan algunos representantes públicos y lo mucho que, lamentablemente, se parece a la realidad. Trump no solo ganó esas primarias, sino que se convertiría en presidente de los Estados Unidos. Y esta fue quizás una de las declaraciones más suaves que nos dejó el magnate que afirmaba que, cuando eres una estrella como él, puedes hacer lo que quieras con las mujeres: “Agarrarlas por el coño. Puedes hacer lo que quieras”, decía. Y nada. Ganó las elecciones.
Su mandato estuvo plagado de declaraciones incendiarias, de insultos, de machismo, de racismo y de guiños a grupos violentos de extrema derecha como los que asesinaron a la activista antifascista Heather Hayer en una manifestación neonazi. De mentiras, de escándalos, de micros off the record que captaban cómo se meaba constantemente en la cara de sus votantes, a los que trataba de gilipollas haciéndoles creer cualquier milonga que quisieran escuchar. Y cuando perdió las elecciones, esa misma gente que durante años había sido fanatizada, fue convencida de que había un complot contra él, y se lanzó al asalto del Capitolio para reinstalarlo en la Casa Blanca.
Esta semana hemos visto a una masa enfurecida intentar asaltar la Delegación de la Junta en Salamanca, después de que el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León (TSJCyL) haya suspendido la legislación aprobada por PP y Vox que relajaban los controles de la tuberculosis bovina, que puede transmitirse a los humanos. Aunque son casos que guardan una obvia distancia, las semejanzas entre ambos actos de insurrección y la gasolina que los prendió no los alejan tanto.
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PP y Vox sabían que sus propuestas iban a ser tumbadas. Como cuando Trump sugirió a sus asesores anunciar la construcción de un foso de cocodrilos en la frontera con México o disparar a las piernas de los inmigrantes que cruzaran la frontera, algo que sabía, era irrealizable. Pero lo que pase luego ya no es cosa suya. Lo importante decir lo que unos quieren oír. Prender la mecha y mirar desde lejos como arde todo.
El lunes se desató la ira tras conocerse la decisión del TSJCyL y algunos de los ganaderos se lanzaron al asalto. Habían creído a la extrema derecha que les prometió barra libre, y luego se dieron de bruces con la realidad. Así que a la greña, a dar palos, que ni la salud pública ni nada les va a parar. Eso sí, bandera de España en mano y azotando a los policías con ella, por si había duda de que eran patriotas y lo hacían todo por España. Pero es que, además, la Policía que custodiaba el acceso al edificio permanecía impasible ante los ‘golpes patriotas’ (con un palo con la bandera de España), sin cargar, sin porrazos siquiera, sin detenciones. Tomen ustedes nota.
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No es la primera vez que vemos un intento de asalto a las instituciones en España. En febrero de 2022, otro grupo de ganaderos intentó hacer lo mismo en el pleno del Ayuntamiento de Lorca, en Murcia. Se debatía una moción que limitaba la distancia de las granjas con el núcleo urbano, una medida que pretendía poner la salud pública por delante de los intereses económicos de algunos, como debe ser, y como se espera de toda institución pública. La protesta de aquel día, que terminaría en asalto, había sido respaldada por PP y Vox, y en el episodio violento aparecería además un cargo del PP. El partido condenó posteriormente los hechos, al contrario que su socio ultraderechista, que tanto esta semana en Castilla y León (que además ostenta la consejería de Agricultura) como hace un año en Lorca, justificó la ira de los empresarios.
Más allá del asalto a las instituciones, algo que no debemos normalizar, el debate obligado es también el de la salud pública, y por qué la derecha se empeña en anteponer un puñado de votos y los beneficios de unos pocos ante la salud de la población. Aunque esto no es ninguna novedad, sino algo intrínseco al capitalismo, algo tan evidente y cercano debería hacer reflexionar a cualquier ciudadano ¿Quiere usted comer carne sin ninguna garantía de que esté libre de tuberculosis? ¿Confía usted en quien legisla a favor de que no existan controles suficientes que garanticen que está usted a salvo?
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Pero existe otro debate ineludible en estos asuntos, aunque sea algo que algunos hayan dado ya por perdido, y es el uso de la mentira y la perversión de las instituciones para servir al relato y a los intereses de un partido, a pesar de las consecuencias que esto pueda traer. Con el objetivo de destruir un gobierno o a un adversario político a toda costa, parece que todo está permitido. Incluso pegarle fuego a la misma institución que gobiernas o que pretendes gobernar. Y cuando se demuestra la patraña, cuando has retorcido la verdad, las instituciones y el pescuezo de tu contrincante y te lo has cargado todo, aquí no ha pasado nada. Veremos en qué queda este nuevo asalto al capitolio salmantino, y qué reproche recibe la Junta por provocar esta situación.
También debo confesar que, ante este episodio, me ha resultado inevitable pensar en el chuletón que mencionó Pedro Sánchez para ridiculizar al ministro de su mismo gobierno, Alberto Garzón, cuando este aconsejó comer menos carne, una de las muestras más obscenas de esa deslealtad que ha salpicado esta última legislatura, y que, de carambola, toca de lleno en el tema que nos ocupa sobre ganadería y salud. Y aunque esto no sea ninguna novedad en política, cuando lo que está en juego no son solo las instituciones sino nuestra salud y nuestra vida, se debe afrontar con la seriedad que lo merece. Una pena que, a poco más de un mes de las elecciones generales, todos empecemos a temer a la extrema derecha como si todavía no nos hubiésemos enterado de que ya estaba aquí y que iba a por todas. De que la mentira lleva años instalada en nuestra política, en nuestros medios y en nuestro día a día. Y de que el chuletón, como tantas otras cosas, se lo van a acabar comiendo ellos.
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