Opinión · Otras miradas
La moto que nos venden sobre la transición energética
MIGUEL PAJARES Antropólogo social, miembro de Ecologistas en Acción y autor del libro 'Bla-bla-bla, el mito del capitalismo ecológico' (2023, editorial Rayo Verde)
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La Agencia Internacional de la Energía, en su último informe, 'World Energy Investment 2023', dice que la inversión en tecnologías de energía limpia está superando significativamente a la que se hace en combustibles fósiles, y hace afirmaciones como que "en 2023 la energía solar eclipsará la producción de petróleo por primera vez". Concretamente, prevé que en el 2023 se invertirán alrededor de 2,8 billones de dólares a nivel mundial en energía, y que de ellos más de 1,7 billones se destinen a tecnologías limpias. Este informe ha despertado cierto optimismo por lo que a la transición energética se refiere, y no han faltado titulares que señalan que por fin el petróleo da paso a la energía solar, dando casi por sentado que estaríamos ya iniciando el declive en el consumo de petróleo, o más aún, el declive de todos los combustibles fósiles.
De entrada conviene señalar que, cuando la AIE habla de 1,7 billones de inversión en tecnologías limpias, incluye no solo las energías renovables, sino también los vehículos eléctricos, la energía nuclear, las redes de suministro, el almacenamiento, los combustibles de bajas emisiones, las mejoras de eficiencia y las bombas de calor. Cuando buscamos en el informe la inversión en renovables del 2022 resulta que fue de 600.000 millones de dólares, mientras que la inversión en combustibles fósiles fue de 930.000 millones. Se sigue invirtiendo más en combustibles fósiles que en renovables. Y lo cierto es que en los últimos años, desde la pandemia, el incremento de la inversión en combustibles fósiles ha sido sostenido y la AIE prevé que en el 2023 siga creciendo. En concreto, prevé que la inversión en petróleo y gas crecerá un 7 % en este año.
Por transición energética deberíamos entender el hecho de que el crecimiento de las energías renovables conlleve decrecimiento en el consumo de combustibles fósiles, algo que justamente no está ocurriendo. Más bien, lo que sucede es que, por mucho que crecen las energías renovables, también crecen los combustibles fósiles. ¿Por qué ocurre tal cosa?
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Para entender esa paradoja debemos tener en cuenta el punto del que partimos. Según el último 'Statistical Review of World Energy' de BP, el del 2022, del conjunto de la energía primaria que gastamos en el mundo (595,15 exajulios), solo el 6,7 % es energía renovable (39,91 exajulios), y eso incluye la biomasa y otras fuentes que la AIE considera renovables, que, si las excluimos, resulta que las renovables solar y eólica solo son el 1,7 % (10,4 exajulios). Los combustibles fósiles representan todavía el 81,4 % de la energía primaria que consumimos. Este es el punto de partida, de modo que por muy alto que sea el porcentaje de crecimiento de las energías solar y eólica, que lo es, necesitará mucho tiempo para comenzar a sustituir a los combustibles fósiles.
Pero la paradoja se explica por algo más, y es el hecho de que el crecimiento económico, elemento central en el funcionamiento del sistema capitalista, demanda incremento del gasto energético; y eso es algo que no hemos logrado corregir pese a que haya muchos tecnooptimistas que afirmen que la eficiencia energética nos llevará a crecer económicamente sin incrementar el gasto de energía. Lo cierto es que se está cumpliendo la paradoja de Jevons, que dice que una mejora de la eficiencia energética genera una mayor actividad y no supone ningún ahorro de energía. Los datos lo demuestran con contundencia: desde 1990, la eficiencia energética ha crecido notablemente, pero el gasto energético no solo no ha disminuido sino que ha aumentado un 75 % (de 340 a 595 exajulios).
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Este incremento continuo en la demanda de energía es lo que hace que no estemos prescindiendo de los combustibles fósiles. Las energías renovables crecen mucho, pero como crece más la demanda energética, también crece el consumo de combustibles fósiles. En las dos primeras décadas del siglo xxi, las renovables crecieron espectacularmente, más o menos un 400 % en cada década: si tal crecimiento lo traducimos en petróleo, las renovables pasaron de casi 60 millones de toneladas equivalentes en el 2000 a casi 800 millones en el 2020. Pero ese aumento de 740 millones no impidió que también aumentara mucho el consumo de combustibles fósiles, ya que la energía total consumida creció en más de 4800 millones de toneladas equivalentes.
Y todo indica que eso es lo que va a seguir pasando. Un informe del Gobierno de Estados Unidos emitido en el 2021 señaló que entre el 2020 y el 2050 la energía consumida por cada dólar de aumento del PIB mundial iría disminuyendo gracias a la eficiencia energética, pero, aun así, el crecimiento del PIB seguiría impulsando el incremento del consumo energético. Su vaticinio fue que el crecimiento económico se comerá todas las mejoras en energías renovables y eficiencia energética sin que pueda disminuir el consumo de combustibles fósiles. La regla de tres que nos dibujó es bastante simple: más crecimiento económico lleva a más gasto de energía, y más gasto energético lleva a mantener el consumo de combustibles fósiles, aun cuando crezcan las energías renovables y la eficiencia energética.
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Si esto es así, debemos concluir que no estamos haciendo ningún tipo de transición energética. Hacerla significa reducir el consumo de combustibles fósiles para que puedan disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero. El citado informe del Gobierno de los EEUU vaticina que "el crecimiento del PIB seguiría impulsando el incremento del CO2 emitido". Así que, cuando se nos anuncia que el desarrollo de las energías solar y eólica está acelerando la transición energética, se nos está vendiendo una moto.
¿Podría, pese a todo, haber un desarrollo tan grande de las renovables que nos llevara a esa reducción drástica del consumo de combustibles fósiles que necesitamos para combatir el calentamiento global? Si queremos hacerlo manteniendo el crecimiento económico, tendría que ser un desarrollo de las renovables muy, pero que muy, grande, y eso tropieza con los límites de la minería. No hay que olvidar que esas energías dependen de unos metales que son escasos. Como tampoco hay que olvidar que la minería es tremendamente dañina para el medio ambiente y que, además, requiere mucha agua, que cada vez es más escasa, especialmente en los países del sur que es donde la minería se ha desarrollado.
No hay más alternativa que abandonar el crecimiento económico. Si no vamos a una nueva situación de decrecimiento, no lograremos hacer ningún tipo de transición energética, y mucho menos la transición ecológica que necesitamos. Hay que ir a una economía decrecentista que permita satisfacer las necesidades de la población con un menor consumo de energía. Ello requiere de cosas como una relocalización industrial generalizada que permita la reducción drástica del transporte, una reconversión también generalizada de los monocultivos de la agricultura industrial en agricultura campesina, una reducción contundente del consumo suntuario del 10 % más rico de la población, y mucho más del consumo del 1 % más rico, un desarrollo de las empresas públicas en todos los niveles gubernamentales que le quite el control de la economía a los poderes corporativos y financieros, un gran desarrollo paralelo de la economía social y cooperativa. La lucha contra el cambio climático requiere de todo eso, y si no hacemos esas cosas no estamos haciendo frente a la emergencia climática. Aumentar la energía solar y eólica, mientras todo lo demás sigue igual, no sirve de mucho.
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