Opinión · Otras miradas
Borja Sémper, el príncipe y el sapo del cuento
Politóloga y socióloga
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En los cuentos de princesas hay una figura recurrente: la rana que por el beso de una princesa se convierte en príncipe. Lejos de analizar la zoofilia en los cuentos infantiles o la culpa que tienen de que muchas nos hayamos creído salvadoras de sapos que nunca iban a ser príncipes, me interesa esa representación de la bondad interior que puede salir a la luz gracias a una persona que no mire solo el físico y sepa mirar el interior. Pero ningún cuento enseñó si hay príncipes que pueden ser sapos.
Feijóo hizo una buena jugada comunicativa rescatando a alguien que se había construido un perfil amable, de consenso y dialogo con personas de diferentes ideologías. Tanto es así que Sémper y su pareja, Bárbara Goenaga, han hablado en diferentes platós de lo bonito de que el amor supere los roces de quienes tienen ideologías contrarias. También el dúo que formó con Eduardo Madina hizo que su imagen de moderado siguiese construyéndose gracias a minutos de radio, televisión y artículos que profundizaban en esa “oveja negra” del PP, e incluso de la política española. Un diamante dentro de un mundo cada vez más polarizado. Un príncipe azul dentro de un sector lleno de ranas.
Pero, Borja Sémper aparece en muchas ocasiones como una especie de trampantojo de la moderación. No es oro todo lo que reluce y todo el mundo acaba comiendo sapos o dejando al descubierto su verdadero lado anfibio. Sémper no iba a ser menos. Los pactos con Vox, los coqueteos con el discurso de la extrema derecha y los “deslices” de su jefe no han hecho más que sacar a relucir sus vergüenzas. Tiene que ser duro dar la cara por un partido cada vez más anclado a la derecha y a la vez no perder la compostura de hombre moderado. Borja Sémper viaja en un continuo mar de contradicciones y es difícil que no acabe ahogado en ellas.
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Quizás ya se está arrepintiendo del momento en el que aceptó la portavocía de campaña. La primera ola de municipales y autonómicas ha sido dura, pero de camino viene otra y apenas ha tenido tiempo para sacar la cabeza y respirar. Se lanzó a un mar de pactos con aquellos que se sentaban en la última fila en la clase y traicionaban hasta a sus amigos con tal de conseguir un poco de atención. Él lo dijo: iba a hacer todo lo posible para evitar los gobiernos con Vox. Además, Sémper, como cualquier persona meramente demócrata y a favor de los derechos humanos, puso una línea roja: no se puede pactar con un condenado por violencia de género. Pero la línea se fue difuminando y Sémper tuvo que tragarse otro sapo. Carlos Flores acabó sentado en la mesa de negociación y el PP llegando a un acuerdo vergonzoso con Vox en la Comunitat Valenciana y en cientos de ciudades y municipios más. La formación de Abascal no para de desafiar una y otra vez los “límites” del PP. Saben que tienen la sartén por el mango y están dispuestos a hacer que todo el que se acerque acabe quemado.
Pero los sapos no se crían solamente en las filas del partido ultraderechista, también en las propias. Sémper es el que va intentando limpiar el desorden que va causando Feijóo. Pero, por mucho que se apresure a recoger la mierda, siempre se acaba manchando quien la barre. El presidente del PP justificó la condena por violencia de género de Flores diciendo que “fue un divorcio duro”. No han tenido suficiente con eliminar concejalías de igualdad, borrar la palabra “machista” o “género” para sustituirla por “doméstica” y propagar bulos misóginos, sino que cuando un hombre insulta en varias ocasiones a su mujer, la acosa y la amenaza incluso en presencia de sus hijos, no es considerado maltrato psicológico. “Te voy a estar jodiendo la vida hasta que te mueras” tan solo son los efectos colaterales de una separación complicada para Alberto Núñez Feijóo. Y claro, a Borja Sémper no le ha quedado otra que matizar sus palabras y justificarse en que lo del “divorcio duro” no era la opinión de Feijóo si no lo que les había dicho Vox para minimizar los hechos. Además, no ha perdido ocasión para mostrar su cara de “hombre moderado” y seguir rechazando la posibilidad de que un condenado por violencia de género sea representante público. Aunque, a la hora de la verdad, la realidad se diferencie mucho de su fantasía.
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Una de cal, otra de arena. Tragar sapos y recordar que tú no lo eres tanto como ellos. Dar una a la ultraderecha, otra a la derecha y media al progresismo. Seguir construyendo tu imagen de moderado dentro de un ganado de carcas. Surfear las contradicciones sin caer en la falta de credibilidad. Borja Sémper hace equilibrismos para mantenerse en el lugar que tanto trabajo le ha costado estar. Pero, al fin y al cabo, comer tantas ranas te acaba atragantando y la veracidad de tus palabras termina desapareciendo. Sería una pena. Ganarían los más malos. Al fin y al cabo, la escucha y el respeto, por muchos claroscuros que tenga eso de la moderación, es un unicornio blanco en medio de un cuento de “Txapotes” tirados a la cara, banderas LGTBI tiradas a la basura y derechos puestos en duda. La moderación, por muy falsa que pueda ser en determinadas ocasiones, siempre es mejor que la derecha llena de odio y crispación que solo debilita la democracia.
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