Opinión · Rosas y espinas
Rufián y otros rufianes
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En España existe un fenómeno mediático, político y social que siempre me ha hecho reír mucho. A ver si lo puedo expresar sin carcajearme. Cada vez que un periodista, un político o un amigo están de acuerdo con algo que ha dicho o hecho alguien indepe, siempre se antepone una frase: "Yo no soy independentista, pero...".
La clave es el pero. Como si estar de acuerdo con un independentista en cualquier cosa hubiera de ser justificado porque nos avergüenza. Nos aleja de nuestros amigos y nuestras familias. Nos estigmatiza. Y nos mandan callar.
Eduardo Zaplana (PP), uno de los mayores presuntos delincuentes de la historia reciente de España, ha pasado menos tiempo en la cárcel que Oriol Junqueras. Lo mismo se puede decir de Luis Bárcenas. Felipe González ni siquiera fue juzgado por los asesinatos de los GAL. Y José María Aznar sigue haciéndose millonario, él y sus hijos, gracias al dinero ultrafascista estadounidense que no ceja en agradecerle su empeño genocida apoyando la guerra de Irak. Pero aquí lo que se ha castigado es poner unas urnas. Lo de las guerras, los robos y los asesinatos, ya tal, que diría el ínclito Mariano Rajoy.
Ortega y Gasset nos advertía, hace muchísimos años, que el problema español era irresoluble. No es que yo tenga en gran aprecio a este sobrecitado filósofo que consideraba a la mujer un ser inferior, casi de bestiario. Ortega venía a significarnos que es imposible conciliar un Estado que tiene tantas culturas tan diferentes, tantas naciones tan distintas que ni se entienden cuando hablan. De ahí viene esa tradición de comunicarnos a tiros, goyescos garrotazos y gruñidos.
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Vengo a contar esto porque yo no soy nacionalista, pero... si tuviera que elegir tres parlamentarios españoles que en los últimos años han dado todo por España son Gabriel Rufián, Oskar Matute y Néstor Rego (Esquerra Republicana, Bildu y Bloque Nacionalista Galego).
Mientras el PP y Vox viajaban a Bruselas a desacreditar a nuestro país diciendo que los fondos de recuperación estaban siendo usados para pagar putas y coca, nuestro nacionalismo múltiple arrimó el hombro y aparcó sus vindicaciones indepes por el bien común.
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Bildu la cagó cuando metió a una veintena de etarras en las listas electorales, lo que provocó un daño enorme en el voto progresista. En Euskadi, la jugada le salió bien, y quedaron a nada de superar al imbatible PNV (322.000 contra 297.000 votos en estas últimas e inexplicables elecciones). Pero hicieron tanto daño al espacio progresista que es para hacérselo mirar. La derecha acepta perfectamente la presencia de asesinos, curas pedófilos, narcotraficantes, ladrones y maltratadores en sus listas y en sus confecciones de gobierno, y los fachas les siguen votando. La izquierda es más sensible con estas cosas, y no entiende este desfile de modelos etarras en las listas electorales de un partido que habla tanto de paz.
A Bildu, esta opción sanguinolenta, le salió de puta madre. Pero a Esquerra Republicana su sentido del diálogo y de la honestidad política le está pasando factura, y está haciendo renacer a la vieja Convergencia del corruptísimo Jordi Pujol y sus secuaces.
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En España preferimos a los rufianes que a Rufián. Y, en Catalunya, también. Porque los resultados electorales de ERC han sido penosos y las encuestas para ese día terrible que nos espera en julio no son nada halagüeños. El diálogo y el buen rollo no ganan votos en Catalunya ni en España ni en el universo orbe.
No soy independentista, pero... yo prefiero a Rufián que a los rufianes, y me admiró ayer, en una entrevista en este mismo periódico, su defensa a Irene Montero: "Me parece penoso dejar en la cuneta a gente simplemente porque según qué medios la señalan. Creo que es un mal ejemplo para la izquierda". Ningún político en activo (que no sea del viejo Podemos) se ha atrevido a dar esta lección de compañerismo y reconocimiento al rival (para colmo, español). Por muy mal que le vayan las encuestas a ERC (y la desinformación sobre el solo sí es sí, recién refrendado por la Eurocámara, hace perder votos), la palabra de Gabriel Rufián hacia esa política españolísima llamada Irene Montero me hace sentir belleza, valentía, compañerismo, amor y un montón de sentimientos que no sé cómo expresaros sin hacerle la pelota al tal Rufián. Pero son los sentimientos que yo, en mi ignorancia anarquista, quiero en mi vida política. Como gallego, como español y como apátrida (los gallegos somos estas tres cosas a la vez).
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