Opinión · Las carga el diablo
Domingo de suspense
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Ni el PP de Aznar en sus peores tiempos suscitó jamás tanto miedo como el de Núñez Feijóo. Votamos este domingo dejando atrás, posiblemente, la peor campaña electoral desde que se restauró la democracia. La más triste, la más crispada, la más enconada. El gallego, a quien muchos creyeron moderado cuando aterrizó en Madrid tras la defenestración de Pablo Casado, ha resultado ser la peor opción posible para una convivencia en paz.
Llegamos a esta jornada electoral exhaustos por un lado y aliviados por otro, al menos quien esto escribe. Llego exhausto por haberme visto tantas veces obligado a gestionar lo mejor posible la indignación que me producían los mensajes de odio de esta derecha salvaje que nos ha tocado en suerte, mientras una izquierda escasamente beligerante exhibía pegada endeble y se dejaba comer la tostada. Por otro lado, decía, siento alivio porque ya se acabó y ahora, por fin, toca votar.
Por fin quedaron atrás el festival de mentiras a granel de Feijóo, el tormentoso cara a cara con Pedro Sánchez; por fin quedó atrás el irresponsable intento de sembrar dudas sobre el funcionamiento de Correos con el objetivo de reventar la campaña al más puro estilo trumpista, por fin quedaron atrás las entrevistas con Alsina, Motos, Ana Rosa, La pija y la quinqui; quedó atrás el debate a siete, y el último a tres, sin Feijóo y con una Yolanda Díaz más agresiva de lo habitual pero apenas alejada del discurso de Pedro Sánchez…
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Hoy veremos si tanta confraternización Yolanda/Pedro-Pedro/Yolanda consiguió tapar o no la fuga de votos de Sumar al PSOE, ¿o no era ese el objetivo? Si lo era, igual hubiera resultado mejor para la izquierda que tanto ese debate como la campaña electoral entera hubieran girado en torno a los marcos de un Gobierno de coalición del que ambos parecen renegar ahora, al menos en parte. Como decía al comienzo, es el PP el que debe darnos miedo y no Vox, porque la amenaza ultra no transmite la impresión de ser tanta como para que la gente corra en masa a votar izquierda.
El PP, que no arrimó el hombro en toda la legislatura, ni siquiera durante los peores tiempos de la pandemia, y que cuando no gobierna siempre demoniza a su rival y lo intenta deslegitimar es, repito, el verdadero peligro. Cualquier candidato de izquierdas no habría salido vivo de una campaña electoral en la que se hubieran exhibido fotos suyas de vacaciones con un narcotraficante cuando, según Feijóo, “solo” era contrabandista. Ningún candidato de izquierdas hubiera podido resistir tampoco tras ser pillado in fraganti soltando mentiras tan de grueso calibre, como asegurar que el PP subió siempre las pensiones conforme al IPC o que el caso Pegasus se archivó por falta de colaboración del presidente del Gobierno.
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Las papeletas en las urnas deberían hacer justicia y zanjar tanto mal rollo, pero mucho me temo que, ocurra lo que ocurra, no va a ser así. Si gana el PP y le dan los números para gobernar con la ultraderecha, el panorama no puede ser más inquietante. El aperitivo vivido este último mes con los pactos autonómicos será un juego de niños comparado con la presencia en el Gobierno de la nación de un partido como Vox, que ya ha anunciado sin cortarse un pelo que piensa presionar para incendiar Catalunya y el País Vasco, resucitar el franquismo, perseguir inmigrantes y derogar leyes progresistas una tras otra: memoria histórica, violencia de género, LGTBI... Eso para ir abriendo boca.
Ocurrirá así si gana el PP, pero si los números dieran para que fuera posible conformar un Gobierno de coalición PSOE-Sumar, no dudemos que entonces continuaríamos, a partir del minuto uno, con el infumable raca-raca que enfangó la legislatura que ahora acaba. ¿Serán capaces de cuestionar el resultado como Arenas y Gallardón hicieron en 1993? En aquel entonces fue Aznar quien desautorizó el intento al reconocer públicamente la victoria socialista. Pero ni Feijóo es Aznar, ni el Aznar de ahora tiene nada que ver con el de entonces, cuando hablaba catalán en la intimidad y llamaba a ETA Movimiento Vasco de Liberación.
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Si a la izquierda le dan los números este domingo y las derechas aceptan el resultado sin montar ningún pollo, aún así me pregunto cómo actuarán cuando se constituya el Parlamento y posteriormente un nuevo Gobierno de coalición. ¿Volveremos a las andadas en las sesiones parlamentarias, a la crispación, la descalificación y el insulto como único método de hacer oposición? ¿Otra legislatura más intentando tumbar el Gobierno legítimo desde el primer día?
Una jornada electoral como la de este domingo merece más paz que la que hemos tenido durante la campaña. Si la participación es masiva igual hay remedio, porque España es progresista y en esta legislatura, en palabras de Rodríguez Zapatero, “se han hecho las cosas bien”. Aunque ni Yolanda ni Pedro, por cierto, hayan defendido la gestión del Gobierno de coalición durante la campaña con la vehemencia suficiente. Ni con la contundencia que hubiera sido esperable.
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