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Opinión · Dominio público

Antisistema

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Una pancarta con una imagen del ultraderechista Javier Milei, de la alianza La Libertad Avanza, en el mitin de cierre de su campaña electoral, en Buenos Aires. REUTERS/Agustin Marcarian

El pasado domingo, cuando se conocieron los resultados de las elecciones primarias de Argentina, la prensa española hizo un esfuerzo casi unánime por resumir el triunfo de Javier Milei con un selecto puñado de epítetos. Unos lo llamaron “antisistema” y subrayaron su carácter excéntrico e inadaptado. Otros lo llamaron “radical” porque sus propuestas carecen de cualquier sentido de la mesura y salen a la luz en discursos sobreactuados y llenos de gorgoritos. Hay también quienes lo llaman “anticasta” porque La Libertad Avanza arremete por igual contra tirios y troyanos y apela a la novedad y a la frescura frente a la decadencia del viejo orden de partidos.

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Si nos paramos a pensarlo, no hay apenas un solo calificativo que la prensa de bien no haya empleado antes contra el 15-M, las Marchas de la Dignidad, las asambleas antidesahucios, los CDR o los centros sociales autogestionados. Hasta el título de “libertario”, que el propio Milei reivindica para sí, parece emparejarlo remotamente con el anarcosindicalismo, un movimiento vapuleado en la última década por las fuerzas de orden público en España a través de cacerías fraudulentas como las operaciones Pandora, Piñata y Ice. A Milei le gusta la etiqueta de anarcocapitalista aunque el anarquismo y el capitalismo se parezcan tanto entre sí como un huevo y una castaña.

Las urgencias de la prensa exigen titulares superficiales y adjetivos magnéticos que se repetirán como un acto reflejo hasta que la actualidad nos lleve a otras latitudes: el estallido de un volcán, una redada contra manteros, la última barrabasada de Vox o el meme viral de un perrito. Los titulares elogian o demonizan y crean estados de opinión con palabras simples y contagiosas que se clavan en nuestros cerebros como el estribillo de las canciones del verano. En este proceso hay algo de pereza intelectual o de cálculo político. ¿Por qué llaman “antisistema” a un movimiento global que representa el sistema en su forma más pura? ¿Es descuido o es estrategia? ¿Es periodismo o es propaganda?

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En uno de los vídeos que más ha circulado durante los últimos días, Milei resume su ideario con un berrinche exterminador frente a una pizarra blanca. “Ministerio de Cultura: afuera. Ministerio de las Mujeres: afuera. Ministerio de Educación: afuera. Ministerio de Salud: afuera”. Existe la tentación de deducir que Milei pretende abolir el Estado, pero ser trata de un espejismo, una ilusión, una engañifa. El Estado de Milei existe y está compuesto de jueces, policías y militares. Es decir, se trata del Estado capitalista en su versión más descarnada, donde la clase trabajadora no tiene otro derecho que producir plusvalor y sostener una estructura coercitiva que será empleada en su contra.

En una entrevista con Radio Perfil, la escritora Beatriz Sarlo define a Milei como un utopista de derechas que ha sabido sacar partido del descrédito que padece la política institucional. Ante la ausencia de discursos claros y contundentes, se ha formado una suerte de sentido común que reclama soluciones fáciles a problemas complejos. Dice Sarlo que el anarquismo lucha por la destitución efectiva del Estado mientras que la apelación de Milei al anarcocapitalismo, por el contrario, no es más que “una fórmula para enganchar giles”. Cualquiera que tenga ganas y tiempo para la reflexión puede darse cuenta de la estafa.

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Allá por 2008, tras la crisis de las hipotecas subprime y la quiebra bursátil, algunas voces cándidas detectaron síntomas de agotamiento en la economía capitalista. La historia nos enseña, sin embargo, que el capitalismo se alimenta de sus propias crisis. En medio de una intensa marea social de protesta y hastío, los poderes económicos incubaron nuevas formaciones políticas llamadas a canalizar el descontento hacia doctrinas favorables a los intereses del capital. “Han sido los patronos los que han plantado los fascistas, los han querido, les han pagado”, dice el personaje de Olmo en Novecento. “Y con los fascistas, los patronos han ganado cada vez más, hasta no saber dónde meter el dinero”.

Los nuevos populismos derechistas han conseguido que una gruesa capa de la sociedad haya abrazado el gregarismo más descerebrado como si fuera una modalidad de rebeldía. ¿Qué tiene de rupturista un ricachón vociferante como Donald Trump? ¿Qué hay de subversivo en una neofascista como Giorgia Meloni, criada bajo las faldas millonarias de Silvio Berlusconi? ¿Qué hay de revolucionario en un partido de marqueses y terratenientes como Vox, que babea con el Ibex 35 y rinde pleitesía a los monarcas? “¡Vivan las cadenas!”, gritaban hace doscientos años los feligreses absolutistas de Fernando VII. Y es que está todo inventado.

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Javier Milei no es tan diferente, por ejemplo, de Isabel Díaz Ayuso. Ambos han secuestrado la palabra “libertad” en beneficio de las élites. Ambos embisten contra la “corrección política” al tiempo que encarnan la política correcta por antonomasia. Ambos se reclaman depositarios del legado de Margaret Thatcher, lideran la enésima ofensiva sobre los servicios públicos y están dispuestos a pasar por encima de nuestras propias vidas si fuera necesario. No es una hipérbole ni una metáfora, sino un recordatorio de las residencias de Madrid como ejemplo práctico de la necropolítica liberal. El liberalismo no renuncia al Estado sino que lo reduce a su expresión más violenta.

No son antisistema; son el sistema delante de su propio espejo. Por eso promueven el vasallaje aunque lo vistan de libre albedrío. No son outsiders; son hijos de un imperio mediático que los ha aupado, los ha mimado y los ha disfrazado de santos o de rebeldes sin causa según conviniera en cada momento. No son anti-establishment; son el mismo establishment que los ha patrocinado a tocateja para que despiecen la sanidad y la educación a golpe de porrazos policiales. Son más viejos que el tebeo aunque desfilen con disfraces innovadores y siempre ha habido gente que los ha vitoreado. Siempre habrá clavos que admiren al martillo. Siempre habrá ratones que aplaudan al gato.

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