Opinión · Otras miradas
X y desinformación: la fábrica de mierda digital
Guionista y escritor
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Tras el ataque terrorista de Hamás contra población civil israelí y la respuesta de Netanyahu declarando el "Estado de Guerra", X se ha convertido en la peor herramienta para informarse y la peor herramienta para comprender lo sucedido.
No tiene que ver con propaganda al servicio de ningún movimiento. Los únicos intereses concretos que operan en X son los del “modelo de negocio” (vamos a llamarlo así) de Elon Musk y lo que le está haciendo a lo que hasta hace unos años era un dispositivo que medía el pulso de la opinión pública internacional. Un espacio minoritario (Twitter antes y X ahora no era ni mucho menos la red más popular de entre las disponibles) pero muy relevante, en la medida en que cruzaba información y opinión de expertos, periodistas, autoridades políticas y sociedad civil organizada y no organizada.
Esa composición tenía asociados problemas que no siempre se abordaban como es debido. Problemas de moderación, de desinformación o de difusión de propaganda. A veces por desinterés, a veces por la dificultad de hacerlo en entornos digitales muy abiertos, pero hoy nos encontramos esos mismos problemas multiplicados exponencialmente y articulados bajo un modelo económico y cultural que se piensa a sí mismo como modelo de éxito.
El asunto es tan grave que el Comisario Europeo de Mercado Interior y Servicios, el francés Thierry Breton, ha reclamado esta misma semana a Elon Musk que cumpla sus obligaciones controlando la difusión de odio y mentiras desde X. Musk ha respondido desafiando a la autoridad europea en una tensión que se mantiene desde hace meses y que pone en riesgo la permanencia de X bajo normativa europea.
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El "viejo Twitter" ya llevaba un tiempo devolviendo a sus usuarios no lo que deseaban ver, sino lo que el sistema algorítmico de la red decidía que deseabas ver, pero Musk ha llevado esto a otro nivel. Ha cambiado la forma en la que se jerarquiza la información en su herramienta y privatizándola. Los usuarios de pago, para los que no existe, por supuesto, filtro alguno de incorporación más que el dinero, tienen prioridad en la difusión de los mensajes y en la aparición en los comentarios.
No es sólo que eso haya introducido un sesgo ideológico en los mensajes (ya hay estudios que hablan de la multiplicación del discurso de odio en la red) es que en dicho modelo existe la posibilidad de monetizar el contenido por impactos. Es decir, la herramienta incentiva que hagas contenidos que reciba mucha atención. No importa demasiado si la atención es buena o mala.
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Es decir, se favorece económicamente la difusión de contenidos polémicos, sin ningún tipo de contraste. Estos días hemos visto acciones de Hamás atribuidas a Israel, acciones de Israel de hace seis años contadas como si acabaran de pasar, acciones de Israel atribuida a Hamás, imágenes de Ucrania que dicen ser Israel, la franja de Gaza o lo que toque, declaraciones a medios de comunicación hablando de Siria difundidas como informaciones sobre Irán y suma y sigue. También una tonelada de atrocidades sin filtro que se activan en modo “autoplay” para que no te pierdas nada. Todo con el objetivo de atraer tu atención y, especialmente, tu rabia.
Por otro lado, X quiere, como todas las redes sociales, que pases la mayor cantidad posible de tiempo en el interior de sus fronteras digitales, por ello castiga los enlaces y los difunde menos. Esta misma semana ha decidido borrar los titulares de los textos a los que se enlaza para enseñar sólo la imagen. Un golpe a la difusión de contenidos, especialmente de los medios de comunicación tradicionales, que ha sido recibido con una sorprendente falta de queja.
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Lo que nos lleva a la que probablemente sea la parte más dura de toda esta situación. La idea de que “Twitter se muere” ha servido para que no hagamos el más mínimo esfuerzo por matarlo. Ha habido una pérdida de usuarios, sí, pero siguen perviviendo dos ideas de una enorme perversidad. Una es que esta situación es pasajera, que Musk tarde o temprano se cansará de su juguete y lo dejará en otras manos. La segunda es que no debemos abandonar los espacios donde se produce la opinión pública porque ahora están llenos de nazis, difusores de odio, cuentas de fakes, toneladas de bots, etc., sino que es precisamente ahora cuando toca dar la batalla cultural.
Creo que ambas ideas cometen errores. La primera porque cree que Musk carece de un plan, pero sobre todo porque cree que alguien querrá venir a “arreglar” la herramienta. Eso no pasa. Cualquiera que conozca la historia de las diferentes plataformas sabe que su destino es convertirse en barcos a la deriva cargados de zombies. Las nuevas generaciones ya no pasan ni pasarán jamás por X, no existirá nada mejor de lo que ya hay ahí dentro. Quedarse implica envejecer abrazados a una enfermedad degenerativa del lenguaje. Cuanto antes lo asumamos y empecemos a desplazarnos a otros lugares de manera organizada y colectiva, más gente podremos salvar de quedarse atrapada. Y al revés, cuanto más esperemos, más gente se quedará atrapada en una máquina de mierda digital.
La otra forma de dicha perversidad es la idea de que tenemos que “dar la pelea” de la opinión, pero no concebir que construir otras estructuras y herramientas de opinión sea dar dicha pelea. Lo mejor que podemos hacer es que la relevancia cultural de X caiga hasta que el ruido que genera sea reconocido por todos como lo que es: ruido. Nadie da la pelea cultural en la sección de comentarios de un medio digital. Antes se hacía. Los blogs y los foros eran hervideros de batallas culturales, pero las redes cambian y las herramientas cambian.
Otro motivo, quizás el más importante, es que irse implica deshacer los vínculos que tienes. Cualquiera que tenga un usuario en Mastodon o Bluesky sabe que eso simplemente no es cierto, esos vínculos son una fuerza magnética colectiva. Sólo hay que empezar a moverse. Empezar a desplazar la atención y el interés.
Es sorprendente (y gravísimo) que los medios de comunicación no hayan sido los primeros en marcharse. Es aún más sorprendente y más grave que no lo estén haciendo todas las autoridades públicas y cargos políticos que siguen dentro. Ni entro en la velocidad con la que personas con responsabilidad pública difunden bulos sin contrastar o participan de dicho discurso de odio. El problema es más bien de quien ve el problema, pero sigue sin hacer nada porque cree que no puede permitirse perder una comunidad que ya no le está leyendo (salvo que pague). Todo es una ficción.
Una vez más, será la sociedad civil la que marque el camino, pero hay que marcarlo. Hay que empezar.
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