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Opinión · Dominio público

Qué tienen en común Leonor de Borbón y la amnistía

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La nación es el espacio colectivo privilegiado del que emana la legitimidad del Estado, la democracia y la ciudadanía. Es, a su vez, y precisamente por su importancia, un proyecto siempre inacabado, contradictorio y en disputa en cuyo seno conviven siempre posiciones que, de entrada, parecerían antagónicas. Es por este motivo que esta semana pudimos asistir, casi de forma simultánea, a la jura de la Constitución de Leonor, símbolo de la permanencia de la España indivisible, mientras, paralelamente, se ultimaban los detalles de la amnistía a quién puso en jaque esa misma noción de indivisibilidad.

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Del rito para la mayoría de edad de Leonor de Borbón se ha dicho que estábamos asistiendo a una representación del nacionalismo banal, un término acuñado por Michael Billig que pone el foco en los mecanismos cotidianos de la reproducción de los símbolos e ideas nacionales especialmente fuertes en las naciones con Estado consolidadas. No obstante, la jura de Leonor fue de todo menos un acto inscrito en la cotidianidad. Fue, de hecho, una exaltación exagerada del nacionalismo español, con pasteles incluídos, que incluso contó con el sonrojante aplauso de más de tres minutos por parte de nuestros representantes electos a quiénes sólo les faltó hincar la rodilla para no parecer sospechosos ante los ojos de la proclamada heredera del trono y su familia.

La sabiduría popular tiene una expresión muy sabia para este tipo de actuaciones: dime de qué presumes y te diré de qué careces, porque lo que planeaba el ambiente de dicha exaltación eran las sonrisas nerviosas de quién ese mismo lunes se había reunido con Carles Puigdemont en Bruselas bajo la fotografía a gran escala de los manifestantes del 1 de octubre. Recordemos que, sólo dos días después de que dicha imagen fuera tomada, el padre de la nueva princesa del pop llamó a todas las instituciones del Estado a actuar con toda la contundencia posible contra esos mismos manifestantes e interlocutores de la reunión.

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Como decía, las tensiones son inherentes a cualquier proyecto nacional, sin embargo, tiranteces de esta magnitud corren el riesgo de romper el finísimo hilo por el que hoy transita haciendo equilibrismos el Presidente y su Gobierno. La buena noticia es que después de años sin poder ver claramente cuál era el proyecto de España de Pedro Sánchez, hoy no queda ninguna duda de que el único denominador común que permite que la cuerda nacional no se acabe de romper es una renovada apuesta del PSOE por la recuperación del llamado patriotismo constitucional. Algo reflejado, por lo que sabemos, de forma extremadamente insistente en el preámbulo de la amnistía como lo fue también en el discurso del Presidente del Gobierno el pasado jueves dónde éste llegó a asegurar que la jura de Leonor de Borbón daba “más futuro” a la Constitución.

La idea del patriotismo constitucional no es nueva en las filas socialistas. Por el contrario, esta fórmula importada de la Alemania post muro de Berlín que afirmaba la necesidad de sustituir el nacionalismo histórico, étnico o identitario por la racionalidad de la ley, fue la fórmula que encontró Felipe González en los años 90 para articular una España política e identitariamente convulsa. Convengamos, por un momento, que fuese posible pensar la política de forma diferenciada a las pasiones, algo, de por sí, profundamente problemático. El hecho es que, aún asumiendo ese principio liberal, ya entonces, convivieron dos formas de aproximarse a la Constitución: la primera, liderada por Pascual Maragall quién reclamaba el carácter abierto de la misma; y la segunda, la del Partido Popular, que presentaba la Carta Magna como intocable.

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Es muy discutible que la Constitución del 78 goce hoy de buena salud

María Corrales

Releyendo la historia, cualquier observador atento podrá percibir una analogía de la amnistía con la primera concepción, mientras que la puesta de largo de la princesa como futura heredera indiscutible es una perfecta expresión de la segunda. ¿Existe, entonces, la posibilidad de impulsar una nueva concepción de España desde este patriotismo constitucional reciclado? Como habrán notado, quién escribe estas líneas se muestra escéptica al respecto.

En primer lugar, porque es muy discutible que la Constitución del 78 goce hoy de buena salud. Guste más o guste menos, venimos de una década de profundo cuestionamiento a nuestro pacto social que sigue sin haberse refundado. Lejos de ello, de hecho, el debate sobre la amnistía se reduce hoy a corregir la actuación desproporcionada de los jueces contra el procés obviando las causas políticas que llevaron a Catalunya y al Estado a dicho choque. A diferencia de lo que sí sucedió con la amnistía del 77, hoy esta reclamación no va acompañada de elementos políticos que nos permitan pensar en la posibilidad de abrir o refundar el régimen político vigente.

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En segundo lugar, porque a pesar de que existiese la posibilidad de darle una nueva vida a la Constitución, ésta necesitaría de una nueva fuente de legitimidad reformista que choca frontalmente con la visión de las derechas, la Monarquía y el Poder Judicial. Al otro lado, estaría el PSOE en solitario, quién no puede contar en esta misión con sus principales aliados independentistas para quiénes la Carta Magna es un resquicio del pasado que impide el desarrollo de sus propuestas políticas. Veremos cómo hace Pedro Sánchez para dar continuidad a este relato a partir de la nueva legislatura que ya parece inminente y si existe alguna posibilidad de que este nuevo patriotismo constitucional no acabe derivando en un elemento más de los símbolos de piedra que hoy adornan la inamovible supuesta esencia de la nación española siempre al acecho del enemigo interior.

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