Opinión · Las carga el diablo
¿Dónde está la izquierda en Andalucía?
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Aunque sus representantes en las instituciones parezcan ausentes, pelín apollardaos, como se dice por estos pagos, la izquierda en Andalucía existe, claro que existe, faltaría más. A muchos hace tiempo ya que les hierve la sangre. Hablo con gentes de Sevilla o de Málaga que empiezan a hacer sonar las alarmas porque no entienden tanta desidia y quieren que la cosa se mueva ya. En 2024 se avecinan elecciones en Galicia, en Euskadi, en Catalunya y, mientras tanto, en el sur, sindicatos y partidos de izquierdas vegetan en una peligrosa calma chicha que permite a Moreno Bonilla y compañía vivir en el mejor de los mundos.
Hay una Andalucía vigorosa y peleona que tiene muy poco que ver con el PP que ahora la gobierna. Si no espabilan quienes nos representan, tendremos que hacerlo la gente de a pie, me dicen personas que lucharon toda su vida por los derechos y las libertades de esta tierra y ahora ven cómo, durante la semana en que acaba de celebrarse el debate sobre el estado de la autonomía en el Parlamento andaluz, la izquierda ha estado prácticamente desaparecida en combate.
No puede ser que las derechas nos estén comiendo la tostada y nos ganen por la mano hasta a la hora de reivindicar el traspaso de los trenes de Cercanías. Tengo las suelas gastadas de tanto haber entrado en comisarías a lo largo de mi vida, me dice un amigo, y mientras me quede aliento, añade, yo tengo que hacer algo para que esto deje de estar en manos de quienes hicieron siempre lo posible para que no pudiéramos levantar cabeza.
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Ni el mundo de los jornaleros, ni el de las históricas luchas sindicales, ni el de quienes trabajaron para conseguir una autonomía andaluza decente que nunca quiso la derecha están dispuestos a que Moreno Bonilla acabe patrimonializando hasta lo que significaron movilizaciones como la del 4 de Diciembre de 1977. Cuarenta y seis años se cumplen ya del día en que un joven llamado Manuel García Caparrós murió por disparos de un arma policial cuando otro manifestante intentaba colocar la bandera andaluza en el balcón de la Diputación de Málaga.
La película Te estoy amando locamente, que ha obtenido cuatro nominaciones a los premios Goya, certifica cómo la sociedad andaluza abre siempre camino en el universo de las conquistas sociales. Ópera prima de Alejandro Marín, transcurre también en los años 1977-78, cuando la homosexualidad en España todavía era delito, y cuenta la historia de una madre sevillana que, por amor a su hijo, se implica a conciencia en lo que por entonces se llamaba Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria (MHAR). No solo en Catalunya salieron por aquel entonces a reivindicar derechos con carteles como el célebre "Jo també sóc adúltera". Como tampoco todo es Madrid, donde ahora tenemos que soportar a diario, hay que ver cómo cambian los tiempos, los deleznables exabruptos de sus retrógrados representantes políticos.
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En Sevilla, en Andalucía, son muchas personas las que pugnan por desmarcarse de tanto ombliguismo, las que me cuentan que quieren empezar a movilizarse promoviendo, por ejemplo, concentraciones en las plazas de las ciudades. Por lo general son gentes que ya no se encuentran en primera línea, la mayoría veteranos comprometidos que aspiran a motivar a las distintas generaciones de esta autonomía donde aún se soporta una insultante desigualdad: los señoritos siguen siendo minoría y los que viven mal, una enorme mayoría.
La derecha nos quiere menos demócratas, repiten quienes están ya muy hartos de aguantar jueces que hacen lo que les da la gana, militares jubilados firmando manifiestos contra un Gobierno legítimo; cansados también de escuchar cómo los ultras llaman golpistas a demócratas que padecieron la dictadura en sus propias carnes, de soportar a medios de comunicación mintiendo como posesos y a periodistas vendidos por un plato de lentejas...
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Algo tenemos que hacer, hay que empezar a salir a la calle, insisten. Como sociedad civil, con pancartas que reivindiquen algo tan sencillo como la democracia, pura y simplemente. Protestas pacíficas sin banderas ni siglas que funcionen como un aldabonazo para las conciencias, como una manifestación pública de lo que siente tanta gente que, impotente, ve cómo la derecha, cómo los ultras van ganando terreno sin que nadie les enseñe los dientes.
Creo que quienes me cuentan estas cosas son capaces de organizarse y lo harán. Tienen tiempo, experiencia, contactos y ganas. Y, sobre todo, tienen razón. A ver.
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