Opinión · Comiendo Tierra
La derecha española, el soldado desconocido y el escudo del Capitán América
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Nuestra tragedia es de coña
En España, como escribió Valle-Inclán, nuestra tragedia no es tragedia. Para evitar que el cielo le tachara de mentiroso, llenó su obra de policías mostachones, militares con sables mellados, curas orondos, jueces venales, ricachones rentistas y caraduras rijosos. Estos personajes de la Hispania eterna, cuando no calzaban cornucopia, como Don Friolera, asesinaban con artilugios medievales y medievalizantes; cuando rezar se mostraba insuficiente para convencer a descreídos, destripaban liberales con trabuco; siempre que podían, robaban, incluso a sus amigos y, por supuesto, al país que tanto dicen querer, no sin antes haberse echado la siesta; y cuando no sabían los dialectos del griego y se lo recordabas, te llevaban a comisaría, donde dabas las gracias por el par de hostias, porque a ti, por lo menos, no te aplicaban la ley de fugas, como le pasó al anarquista amigo de Max Estrella.
En la historia de toda la extrema derecha hay un elemento trágico que, en España, siempre deja en el recibidor olor a morcilla y a teatro viejo. No hay manera de que no se deslice la farsa truculenta por nuestra tardía modernización (tan tardía que, todavía en 2024, el rey emérito celebra su cumpleaños de prófugo con el líder máximo que tuvo el PSOE en estas tierras del Cid y Bertín Osborne, esto es, don Felipe González). Mientras los fascistas italianos daban miedo porque se adelantaron a los nazis y se inventaron el Vaticano, a los hispanos casi siempre les ha podido el sainete. Quizá para que les tomaran en serio se pusieron los falangistas a fusilar españoles con tanta furia que hasta asustaron al embajador de Hitler en Madrid. Pero la tragedia de la extrema derecha es compartida, y por eso se llevan bien Abascal y Meloni, Elon Musk y Netanyahu, Orban y Trump, Díaz Ayuso y Pablo Motos.
¿De verdad le interesa la clase obrera a la extrema derecha?
Toda la grandilocuencia del discurso ultra está sostenida sobre una gran mentira para la que no tienen solución real. Por un lado, apela a las masas trabajadoras como si fueran una fuerza telúrica capaz de grandes empresas, incluso imperiales. Para activarles, les prometen ser dueños de su propio destino, algo que siempre se queda en el ámbito de la promesa, por lo que, mientras tanto, deben solventar su impaciencia odiando a la izquierda. Esta promesa de máxima potencia es irreal, porque les niega invariablemente el máximo despliegue de quienes son. Esto es, no permitiendo que sean dueños del fruto pleno de su trabajo en una sociedad donde las clases desaparecieran, donde el Estado fuera dueño de los medios de producción o funcionara alguna suerte de autogestión obrera con un Estado articulado sobre cooperativas.
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La extrema derecha, no nos engañemos, nunca ha cuestionado el capitalismo, y las apelaciones a la izquierda (por ejemplo, en el nacional-socialismo) eran meramente cosméticas para intentar captar a los sectores obreros que tenían oído musical para las promesas del comunismo.
Tanto Mussolini como Hitler necesitaban movilizar a la clase obrera, en ese momento muy cercana a las ideas comunistas que emanaban de la triunfante revolución rusa de 1917. Pero tanto en el ascenso del fascista italiano como, posteriormente, del nazi alemán estuvieron los grandes capitales financiando su éxito y maquinando en las salas del poder para que se les permitiera gobernar. Mussolini no hubiera sido dictador sin el apoyo del rey Víctor Manuel III, que era el garante del capitalismo italiano, ni Hitler hubiera llegado a la cancillería sin el apoyo del conservador Von Papen y el sustento de los industriales alemanes, con promesas previas de ambos de que iban a disciplinar a la clase obrera e impulsar los beneficios, incluso a través de guerras imperialistas.
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Como no te doy el fruto de tu trabajo, te doy una identidad
La contradicción entre el llamado heroico al pueblo trabajador y la connivencia con los grandes capitales la ha solventado siempre la extrema derecha gritando con las manos en la boca que la nación está en peligro. Creyéndose sus propias mentiras, afirma que hay que luchar contra los enemigos internos y externos. Llegado el caso, declara la guerra patria para salvar al territorio sagrado de sus abortos, de la mala hierba crecida en el suelo sagrado. Siempre acompañado con unas posiciones esteticistas que presentaban la guerra y la confrontación como proyectos épicos más relevantes que la abolición del capitalismo. Si no vas a acabar con el capitalismo, por lo menos debes acabar con la Ilustración.
Por eso, como contaba Walter Benjamin, el lugar común del fascismo y del nazismo es el de la mitificación del guerrero, en un fundamentalismo militar donde el ejército es la "escuela de la nación" y el servicio militar obligatorio un compromiso con la comunidad. Si no estás dispuesto a darle a los trabajadores el fruto de su trabajo, les das una mística identitaria que anule el entendimiento racional y la defensa de sus intereses. Lo relevante es que la estructura de propiedad no varíe y los trabajadores tengan la sensación de que su apuesta por la lucha nacional es la que más les conviene. Los valores y la identidad opacan los intereses personales de clase y los trabajadores pueden apoyar a sus verdugos de clase e, incluso, ir a morir por sus intereses, perdiendo el más preciado de los suyos que es la vida. Cuando la burguesía te ofrece una sobreabundancia de banderas es porque te está hurtando tu salario.
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Todas las contradicciones de la extrema derecha, que son muchas, las solventa con una emocionalidad que oculte su artificiosidad. Son católicos, pero apoyan a los judíos de Netanyahu; son "razas puras" pero no opinan sobre si los neandertales ya eran españoles o alemanes o si los sapiens eran negros. Son moralistas, pero trazan sus planes en burdeles con cubatas en vaso largo, donde ejercen su virilidad pagando; son patriotas, pero, invariablemente, roban dinero público si llegan al gobierno. Cuando la alternativa cobra fuerza (por ejemplo, en momentos de crisis económica), es cuando se produce la alianza entre el capital, el discurso ultranacionalista de la extrema derecha y la apelación militar y paramilitar que evite la transformación. La patronal financia a la extrema derecha, los medios aúllan que la patria se rompe y la extrema derecha hace proclamas militaristas en plazas, cuarteles, comisarías y púlpitos.
La extrema derecha española suspira por Fernando VII
En España, cuya tradición es la de la locura quijotesca frente al poder, la tragicomedia de judíos conversos y enamorados, la picaresca, las pinturas negras de Solana y el esperpento de Valle-Inclán, la extrema derecha tiene más de farsa que de épica. Por eso, Vox, que ha votado en contra o se ha abstenido en el 100% de las leyes que benefician a la clase obrera -subida del salario mínimo, ERTE, subida de pensiones, regulación del precio de los alquileres, regulación del precio del gas, reforma laboral, Ingreso Mínimo Vital, etc.-es la que tiene en discurso patriota más inflamado. Al tiempo que su líder, Santiago Abascal, hizo trampas para librarse de hacer el servicio militar. Algo que compensa su lugarteniente, Ortega Smith, yendo a un campo de tiro militar a ensayar con un fusil como si fuera una operación indirecta de alargamiento de pene. o amenazando con partirle la boca en sede parlamentaria a un político homosexual cuya debilidad le ofende en su viril españolidad. Este cuadro poco edificante lo completa otra falangista, Isabel Díaz Ayuso, mostrando su desprecio a todo lo que pueda significar mejorar la vida de los sectores populares, a los que recomienda poner una maceta en la ventana para ahuyentar el calentamiento global con la facilidad con la que alejó a 7.291 almas ancianas en las residencias.
El cierre del sainete de la extrema derecha -que no por sainete es ajeno a los pelotones de fusilamiento- lo representan las manifestaciones en Ferraz, delante de la sede del PSOE. Decía Aimé Césaire (Discurso sobre el colonialismo, 2006), que todo lo que Europa hacía fuera le terminaba volviendo en un efecto boomerang, de manera que los campos de concentración que había construido en su aventura imperial, terminarían siendo levantados para encerrar a alemanes, italianos, franceses o españoles. La tolerancia del PSOE, en concreto del ministro Grande-Marlaska, con las manifestaciones delante de la casa del entonces vicepresidente Pablo Iglesias y de la ministra Irene Montero, fueron el antecedente del esperpento de Ferraz. Que regresan como farsa de enorme mal gusto.
Rezos, autos de fe, cantos falangistas, nostalgia del franquismo, incluso requetés (como dicen en la obra El Gulag en el Teatro del Barrio de Madrid "superadlo muchachos, superadlo"), choques con los antidisturbios (que es como católicos agrediendo a sacerdotes en una manifestación antiabortista, cosa que, por otro lado, puede llegar a pasar si el AntiCristo Francisco sigue mucho como papa) y, finalmente, colgar un muñeco con la efigie del presidente del Gobierno. Es evidente que tanto la Policía como los jueces son mucho más amables con los manifestantes de extrema derecha que con los de izquierdas (a los que golpean, juzgan y encarcelan por cosas más nimias o por hechos parecidos), en consonancia con ese marco "nacional" donde la izquierda no ha sabido construir un proyecto de nación diferenciado que puede competir con el de la extrema derecha. Si la derecha no tiene gente a la altura de Azaña, Lorca, Machado, Miguel Hernández, Oteiza, Unamuno o Chaves Nogales, en cambio tiene al Consejo General del Poder Judicial, a los sindicatos policiales, a los planes de estudio del ejército y de la guardia civil y a todas las televisiones, que son los que dicen qué es y qué no es la patria y terminan usurpándola, "¡Viva el rey!" mediante.
El soldado heroico es un referente simbólico de la extrema derecha, dispuesto al sacrificio por la salvación de la tierra de los antepasados en peligro. En casi todos los países europeos, la referencia son actos de valentía y generosidad contra los ocupantes. En España, se celebra la conquista de un continente al que se llegó por equivocación, y, en las academias, la victoria de unos españoles sobre otros después de un golpe de estado dado por militares traidores a su juramento. La guerra de la Independencia, que podría haber servido de referente, tiene el problema de que Fernando VII, antepasado del Borbón Felipe VI, ahorcó a los héroes de la Independencia y fusiló a los liberales. Con la monarquía vigente, es difícil construir una patria para todos.
Cuando a España la salva antes Gila que el Capitán América
Y por eso, en España, los referentes de la extrema derecha son Santiago Abascal, que se fotografía con el yelmo de los tercios de Flandes, pero no hizo el servicio militar, un matón rapado que hace desahucios ilegales y que tiene intereses inmobiliarios, y otro fornido bravucón que va a todas las manifestaciones de la extrema derecha con el escudo de un soldado de otro ejército, curiosamente responsable de que España perdiera las últimas colonias, el capitán América. También tienen a un negro y tenían a un gay, pero lo del gay les parecía excesivo.
La derecha española es la que presentó a las elecciones a un político que veraneaba con un narco. Y los españoles lo consentimos porque en términos democráticos somos un poco dejados. La derecha española es chapucera pero sangrienta. Aún hay 114.000 españoles enterrados en cunetas y zanjas y Federico García Lorca es un desaparecido. A Gila, gracias a la chapuza, le fusilaron mal, y por eso pudo continuar el absurdo de España hasta llegada otra vez la democracia. "¿Oiga? ¿Es el enemigo? Que se ponga". En España, si gana la derecha, Ortega Smith podría ser ministro del Interior.
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