Opinión · Comiendo Tierra
Del marxismo y los libros de autoayuda
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Los niños que empiezan a arriesgarse a caminar, pese a que den con sus huesos por el suelo, una y otra vez, y aunque tengan las rodillas como un paisaje de la desolación y la ruina, nunca dejan de intentarlo. Es su ser, que persevera. Quizá la emoción de llevar su cuerpo de un lado para otro como un zarandeado barquito de papel a la búsqueda del horizonte, está por encima de cualquier derrota. Rodillas rasguñadas y movilidad van de la mano (en ese caso, de los pies). Quizá ahora, más que antes, un consolador abrazo de la madre o del padre cuando el dolor nos dice que algo ha salido mal, pero a menudo la escuela era la calle, la tierra y el pavimento.
Los obreros franceses, después de que fusilaran a 25.000 comuneros y comuneras en París tras el fracaso de la Comuna, apenas unos meses después ya estaban otra vez protestando contra el gobierno de Versalles haciendo, a partir de entonces, de la bandera roja un símbolo del color de las rodillas de los niños. Son los republicanos derrotados en Madrid y Barcelona y Alicante siguiendo la lucha, un par de meses después, contra el fascismo y el nazismo en Europa. Las luchas -es una de las enseñanzas del Albert Hirschman de Retóricas de la intransigencia- dejan un poso que es para siempre.
El horóscopo, los libros de autoayuda, las religiones y el marxismo tienen en común, al menos, que han servido de recetas para que mucha gente orientara su vida. De manera que algo deben de tener en común en la medida en que muchos seres humanos han mirado en esas estanterías en busca de razones, explicaciones y fórmulas para orientar la vida y sus misterios.
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Leer libros de autoayuda y consultar el horóscopo tienen algo de vertiente posmoderna de esa tarea, más propia del siglo pasado, que hacía del marxismo-leninismo una guía para orientarte en la selva. Igual que los marineros miraban al cielo estrellado para orientarse, ayudaba pensar que existe una marcha de la historia donde la clase obrera, en concreto su vanguardia, tenía el rumbo y estaba convencida de que había un futuro más luminoso si se seguían los consejos de los que realmente saben. Hoy somos nosotros los que sabemos que la base "científica" del marxismo deja mucho que desear y que de Marx nos interesa más el bosque que los árboles. Pero ese bosque sigue dando frutos, aunque Marx hoy, a buen seguro, sería posmarxista.
Leer a Marx te sitúa en un lado luminoso de la historia, no porque vayas a ganar, sino porque estás junto a la gente para la que la humanidad está por encima de la cuenta de resultados. Marx es autoayuda colectiva y eso siempre es mejor que la autoayuda individual. El éxito de Piketty tiene que ver con eso.
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Leer a Marx con 20 años te cambia la vida, mientras que dedicar horas a Instagram o Tik Tok cambia menos tu subjetividad que comprarte veinte veces la misma camiseta o los mismos pantalones con sus ligerísimas variaciones (que es lo que le pasa al grueso de las series y de las películas, que parece que las llevan guionizando hace años algoritmos perezosos).
Hay una gran diferencia, sin embargo, entre los libros de autoayuda y el marxismo -o cualquier ideología de la izquierda que se basa en el potencial de la clase obrera-. Mientras que los libros de autoayuda invitan a la humildad resignada, a aceptar lo que existe en un presente de quietud, a buscar en la actitud personal y en la reflexión interior la solución a las turbaciones, sinsabores, fracasos, humillaciones y frustraciones, las ideologías de izquierdas te dan un enemigo y te invitan a acabar con él como forma de acabar con tus sufrimientos. Ambas son ensoñaciones, aunque es verdad que a los que explotan a las mayorías y están en las listas de los más ricos del mundo les interesa más que seas budista o te compres el libro El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda a que leas a Marx o te afilies a un sindicato. De hecho, Elon Musk hace todo lo posible para que sus trabajadores no estén sindicados y los poderosos siempre se han llevado muy bien con los prelados y gurús, hasta el punto de que cuando un sacerdote salía rojo lo asesinaban, como a Ellacuría o a monseñor Arnulfo Romero, y si es Papa, lo desprecian como si fuera el anticristo (que ya se les murió uno con anticipación extraña y fue un jaleo).
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Los libros de autoayuda basan casi todo en la confianza y el respeto, cosas ambas que no funcionan cuando hay alguien enfrente que te despide si no tienes el papel de la baja de tu maldita gripe, si unos contables del gran capital te rebajan tus pensiones o si un tipo sin escrúpulos le entrega a un algoritmo el ritmo de tu vida laboral.
El mensaje se repite: sé "humilde", "admite tu ignorancia", reconoce que tu comportamiento es "impulsivo, injusto o egoísta"... Yo me pregunto: impulsivo, injusto o egoísta ¿con quién? Y siguen: tu ira te perjudica, tienes que dejar esa batalla contigo mismo, piensa en positivo, sonríe, deja de estar peleado contigo y con el mundo... Lo adelantó Machado y cambiamos a Agamenón por Elon:
—Elon Musk: totalmente de acuerdo, ¿dónde hay que firmar?
—Su porquero: pues yo no lo veo.
—Elon Musk: despedido.
Muchos libros de autoayuda los escriben -suponemos que los escriben ellos- gente de buena familia a los que las drogas, la holgazanería y las malas relaciones de los padres los llevan a encarrilar su condición de entrepreneurs vendiendo libros y consejos sobre el espejo interior a gente que, por lo general, viene de clase baja y está hecha un jaleo porque todas las certezas de sus mayores están en la montaña rusa de una nueva época. Los autores de autoayuda, a diferencia de los perdedores que compran sus libros y leen sus blogs, han viajado por todo el mundo buscando su verdad, han gorroneado a amigos para poder seguir desganados, se han drogado cuanto les ha salido del forro, se han hartado de tener sexo con muchísimas personas -siempre dicen que con momentos excepcionales, supongo que para dar envidia o por si surge de nuevo la ocasión- para concluir, después de tanto ajetreo, que la verdad no estaba ahí. Casi todos te cuentan, como si ellos de verdad la hubieran entendido, a diferencia de los demás idiotas, la historia de Buda, cansado de ser tan rico que, en vez de hacer una revolución y tumbar al cabrón de su padre, como hubiera sido lo correcto si todo le parecía tan mal, se puso debajo de un árbol durante días y noches y más días y más noches, a ver si le venía la inspiración y se elevaba sobre los imbéciles que iban a terminar diciendo: qué grande cuando era rico y qué grande ahora que ha entendido el mundo.
Engels era hijo de un rico industrial de Mánchester y se dedicó a diseñar la revolución y a hacerla. Además de poner dinero y estudiar estrategia militar (Tristram Hunt, El gentleman comunista. La vida revolucionaria de Friedrich Engels, Barcelona, Anagrama, 2011), puso el cuerpo y cogió el fusil en todas las revueltas que le pillaron a mano. Se exilió, intentaron matarle y encarcelarle, y si se dedicó al negocio familiar, fue, entre otras cosas, para ayudar a Marx a que saliera adelante y pudiera pensar cómo cambiar el mundo de base. Seguramente Engels era un personaje más entrañable que Marx, pero muchas canciones, aunque eran más de uno que del otro, las firmaron juntos porque juntos llegaban más lejos. Marx hizo sus cosas malas y Engels, más de mundo, como a menudo pueden ser de mundo los gentleman, bebió cerveza con mucha gente y amó con generosidad que iba más allá de las clases. A diferencia de los autores de autoayuda, no buscaban enriquecerse escribiendo libros, sino que ganaban dinero en otros sitios para poder editar libros que ayudaran a la gente a ponerse del lado correcto de la historia.
La otra mañana escuchaba a unos adolescentes sentados en una terraza de mi barrio madrileño -tomado por universidades privadas que forman cachorros neoliberales-. Hablaban de coches de alta gama que solo están al alcance de una minoría. Esas universidades están comprando los edificios que no compran Amancio Ortega ni los venezolanos antichavistas que han robado el dinero del país al que tanto dicen querer. Esos cachorros se gastan una parte del dinero que les dan sus padres bebiendo cerveza a las 10 de la mañana, lo que no compensa, con frecuencia, su debilidad argumental que les viene de fábrica. Me resulta difícil pensar que ninguno de ellos, como haría Engels, venda un Aston Martin y manden el dinero a Palestina y, mucho menos, a algún grupo que resista con las armas al capitalismo.
En los libros de autoayuda, la muerte es una experiencia personal, como irte de Erasmus a Escocia o irte a la India a tocar el sitar como hizo George Harrison (que, por lo menos, financió La vida de Brian de los Monty Python), y narran su experiencia como si hubieran traspasado algún límite que les hace especiales: saben algo que tú no sabes. No son como los cretinos a los que se les va la vida queriendo ganar un dólar más: ellos han entendido cómo desafiar a la vida sentándose en el borde de un acantilado, sintiendo “la adrenalina que bombea” a través de su organismo, percibiendo plenamente su “existencia”, eliminando “por completo todos los valores frágiles, superficiales y mediocres de la vida”. En la guerra de España, que la llamamos civil para no recordar que fue la antesala de la Segunda Guerra Mundial, vinieron a morir al país más de 35.000 voluntarios de 50 países, de los cuales al menos 15.000 dejaron su vida en España. Se “autoayudaron” siendo decentes, aunque les fuera la vida en ello.
Los influencers que escriben libros de autoayuda tienen por lo general experiencias místicas que expresan la misma grandeza que la escobilla del váter de una estación de autobuses; tampoco las escriben con alta literatura, pero acá y allá sueltan un improperio y parecen que están desafiando a los dioses. En alguno, se les muere un amigo en un accidente por hacer el gilipollas y de repente se dan cuenta de que habían desperdiciado su vida. Entonces se cagan en el cielo y en todo su arsenal de santos y arcángeles.
Es bastante probable que estos illuminati, cuando dejen de vender libros, regresen a las andadas. Porque "no rozaron ni un instante la belleza". El marxismo, con sus errores, sus insuficiencias teóricas y su falta de consistencia, sirve para construir barricadas, sindicatos, movimientos sociales y fuerzas transformadoras. Hay teorías mucho más elegantes que el marxismo, pero son inútiles, mientras el marxismo, pese a su torpeza teórica, lleva doscientos años brindando una teoría útil. Es casi imposible ajustar nada con una teoría inútil; en cambio, con una teoría útil puedes ajustar sus errores y encaminarla hacia lugares más luminosos. Aunque sea guardándola en la estantería. Decía Francisco Fernández Buey que cuidado con cómo nos deshacemos de los mitos, no vaya ser que los que los sustituyan sean peores.
La única autoayuda que funciona es la colectiva y se llama política. Que va mucho más lejos que el espectáculo triste de pequeños ratoncillos peleándose bajo la mirada divertida de los gatos, da igual que sean blancos o negros porque lo importante es que cazan ratones.
Los comentarios que se escriben en las solapas de los libros de autoayuda son de escritores de libros de autoayuda que se elogian mutuamente y dicen cosas cursis como "sorprendentemente profundo, me lo leí en una noche”. En fin. Mientras tanto, toda la ciencia social sigue siendo un diálogo con Marx, a menudo superando las fuentes, pero siguiendo esa senda. Los libros de autoayuda venden millones de ejemplares; Piketty también rompió el techo recuperando la idea de socialismo. Los libros de autoayuda, para emocionar son blasfemos; el marxismo, para cambiar las cosas, tiene que ser herético. De manera que, necesariamente, tiene que ser posmarxista. Como Marx.
Hay que ir a las librerías y poner El Manifiesto comunista al lado de El poder del ahora, Quién se ha comido mi queso, El monje que vendió su Ferrari y El sutil arte de que (casi todo)-menos la revolución- te importe una mierda. Te sentirás mucho mejor.
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