Opinión · Otras miradas
Los médicos que no amaban a las mujeres
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Vaya por delante que la Cirugía Plástica, Reparadora y Estética me parecen especialidades médicas igual de necesarias que cualquier otra, y más dentro de la sanidad pública, en donde permiten reconstruir los cuerpos de los pacientes y les devuelven su identidad o la funcionalidad perdidas por una enfermedad o un accidente, e incluso por una intervención anterior. Claro que en la práctica médica siempre deben mediar la ética y la deontología profesional, y es obvio que esto no ocurre cuando muchos cirujanos y empresarios del sector de la estética amasan hoy grandes fortunas gracias a la esclavitud que pesa sobre los hombros de las mujeres.
Porque nosotras, las mujeres, seguimos siendo la inmensa mayoría de las clientas, que no pacientes, del negocio de la cirugía estética en España, ya que el 85% del total de las intervenciones se realizan en nuestros sufridos e imperfectos cuerpos. Las operaciones más demandadas por las mujeres, según el último informe del de la Sociedad de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (SECPRE), son las de aumento de mama y las liposucciones, y las principales usuarias de estos servicios tienen entre 30 y 44 años.
Pero si nos fijamos en las más jóvenes, el colectivo de 18 a 29 años, la cirugía de mamas representa el 62% del total de las intervenciones, seguidas de las rinoplastias y de las liposucciones. Es decir, más de la mitad de las chicas que llegan hoy a un cirujano plástico privado lo hacen porque no les gustan sus tetas y la mayoría salen de la clínica con unos implantes mamarios que, con toda seguridad, las harán pasar por quirófano nuevamente 10 o 15 años más tarde, porque todas las prótesis tienen fecha de caducidad.
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Eso, si todo sale bien, y no se rompen dentro de su cuerpo antes de ese período. Entonces, ¿cuántas veces tendría que pasar por una cirugía con anestesia general, y un posoperativo incapacitante, una chica que se ponga tetas hoy en día, con 18 años? ¿Quién puede considerar esto una práctica clínica decente?
Como explica Naomi Woolf en su libro El Mito de la Belleza (publicado en el año 1991) es importante que, si queremos saber a quién beneficia toda esta campaña de esclavitud estética "tan carente de originalidad", sigamos el rastro del dinero, el rastro del poder. Los fundadores de Dorsia, la primera cadena de clínicas de estética de Europa (y que también manejan clínicas de la fertilidad, en donde las principales clientas somos -sorpresa- nosotras) son dos hombres, los hermanos José Manuel y Jorge Fernández.
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Dorsia cuenta con más de 160 clínicas y Manuel animaba en una entrevista en Cinco Días a franquiciarse, describiendo someramente el patrón de servidumbre en el que se basan: "nuestro modelo es recurrente, un relleno dura unos seis meses, y el cliente nos dura toda la vida". Por eso, este tipo de empresas no tienen ningún interés en hacernos sentir mejor, de hecho, quieren hacernos sentir cada vez peor y más defectuosas, porque su negocio se basa en la adicción de sus clientas. Y por eso, clínicas como Dorsia ofrecen packs, promociones y suscripciones anuales con tarifa plana, para que no haya un solo mes en que no toque arreglarse algo.
Este es el mismo modelo que usan desde hace años las clínicas de depilación definitiva (¿verdad que nunca es definitiva?). Eso sí, le daremos a Manuel el beneficio de la honestidad y también el de ser usuario de sus propias clínicas. En el año 2022, Borja Prado, expresidente de Endesa y de Mediaset, y amigo de Berlusconi, compró el 35% Dorsia por 140 millones de euros, en pleno boom de las clínicas de estética y después de una pandemia que propició que nos mirásemos más que nunca a través de las pantallas. Prado realizó esta operación a través de Península Capital, una gestora de capital riesgo. Busquen la foto de este hermoso caballero y analicen su atractivo, por si no lo tienen en mente.
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Javier de Benito, reputado cirujano plástico, dueño del Instituto de Benito que en su web se define como "una de las 10 mejores clínicas de estética del mundo" y que además es un señor de 73 años, con aspecto de señor de 73 años, decía el otro día en el podcast de Júlia Salander que nosotras nos operamos más porque tenemos "celulitis, embarazos, menopausia con un calipso hormonal que de repente le desaparece" y eso, señalaba "es una gran diferencia" que justifica, según este médico, que nos sometamos a muchas más cirugías y procedimientos estéticos para arreglarnos, porque ese es el verbo que el doctor utilizaba, arreglar mujeres.
Preguntado en una entrevista en Expansión sobre si él mismo se había operado respondía entre risas: "Claro que me he operado, pero con moderación. Me hice un micro trasplante de pelo hace 28 años, una blefaroplastia hace 18 años, una liposucción de cuello y alguna vez me he puesto toxina botulínica, pero tengo que reconocer que me veo como Jack Nicholson en El Resplandor y no me gustó nada." Se ve que la parálisis facial no va con él. Ni con él ni con muchos otros muchos que se dedican al negocio de la cirugía estética.
Si ustedes buscan en Google los mejores cirujanos plásticos de España, les saldrá un ranking con las fotos de tropecientos hombres, muchos de ellos de edad respetable o poco agraciados, al lado de unas pocas cirujanas, la mayoría de ellas, con signos evidentes de intervenciones faciales. Ellos pueden vender su trabajo independientemente de su aspecto, porque nos fiamos de su profesionalidad y la experiencia que dan los años, mientras que las doctoras parece que estuviesen obligadas a ser también el escaparate en el que se mirarán sus potenciales clientas. La flor y el florero.
Decía Naomi Woolf que "una economía que depende de la esclavitud necesita promover la imagen de la esclava para justificarse a si misma". Es evidente que 40 años después de la impresión de este libro tan vanguardista las mujeres seguimos estando menos remuneradas que los hombres, y somos más pobres y dependientes económicamente en todas las latitudes del mundo. Y, por eso, es aún más indignante que muchas de las usuarias de estas clínicas sean mujeres o chicas jóvenes que no llegan siquiera a final de mes, y que se tienen que hipotecar o pedir créditos para someterse a tratamientos e intervenciones.
Tal como señala Raquel Machado en el prólogo de la edición española "nuestra subordinación siempre tuvo razones económicas, desde que se instauró la natural división del trabajo hasta hoy". El mito de la belleza sirve para ponernos en nuestro sitio, para restituir el orden, para ser siempre objeto y no sujeto, para que los hombres preocupados con el feminismo no se sientan tan discriminados si se nos da por ir a trabajar con la cara lavada, tal como van ellos.
En palabras de Woolf: "El mito de la belleza siempre dicta una conducta, y no una apariencia". Además, la eficacia de este mito reside en su capacidad de dividirnos, de hacer que perdamos la memoria de la lucha feminista, y de rivalizar hasta odiarnos. Y vaya su funciona. Por eso Marta López Álamo aseguraba en el podcast de Salander que "las mujeres no nos ponemos guapas para ellos, sino para competir entre nosotras". El patriarcado hace muy bien su trabajo y por eso todas podemos ser representantes de nuestra propia dominación.
No es la primera vez que nos encontramos ante esta dominación, pero, en la era en la que nos pasamos la vida con una cámara delante, la invasión es la más bestia de la historia. Después de buscar información sobre el sector de la medicina estética para escribir este artículo, mis redes sociales se han llenado de contenido de clínicas que me animan a quitarme y a ponerme, a rellenarme y a extirparme, por módicos precios, y en cómodos plazos.
Reconozco que a partir de los 35 es muy tentador hacerse algún retoque y las infinitas posibilidades para borrar las marcas del paso del tiempo son tan accesibles que envejecer parece una opción. Pero ¿hasta qué punto este tipo de decisiones tendría un impacto real en mi libertad y en mis finanzas? Gastar el poco o mucho dinero que ganamos en tratamientos estéticos no es una cuestión baladí, define nuestro lugar en la sociedad.
Además, va tocando también hacerse unas cuantas preguntas respecto aumento exponencial de los rellenos faciales, ¿o acaso inyectarse bótox y ácido hialurónico cada seis meses resulta completamente inocuo? ¿Puede negar alguien la anormalidad que supone que muchas mujeres empiecen con estos tratamientos en la veintena? ¿Pueden negarse los trastornos emocionales derivados de la modificación del propio rostro, el fomento de la compulsividad y la adicción que generan estas técnicas? Y todo esto sin tener en cuenta que actualmente el título de Medicina Estética ni siquiera está acreditado como especialidad en España y cualquier médico random puede ejercer de especialista.
Si algo queda claro es que ser joven y guapa jamás ha sido la salvación para las mujeres y por resulta interesante saber qué dicen las propias modelos acerca de su salud mental. Bella Hadid manifestó en una entrevista en Vogue estar arrepentida de someterse a una rinoplastia con solo 14 años, y también reconoció arrastrar desde entonces problemas de ansiedad, depresión e inseguridad corporal. Y como ella, muchísimas más jóvenes, famosas y anónimas, viven cada día con los grilletes de la esclavitud estética a cuestas.
Yo misma he pasado años de mi vida obsesionada por el físico y eso a pesar de que la sociedad me colocó bien pronto en el lugar de las niñas bonitas, de las afortunadas, y ese no es un lugar que yo recuerde con cariño. Las expectativas están para cumplirlas, y el miedo a dejar de ser lo que se espera de una es terrorífico. Por eso, creo que el verdadero cambio no es sentirnos guapas siempre y a todas horas y tampoco pasa por monetizar la diferencia. El cambio tiene que ser, por fuerza, que la belleza no esté en el centro de nuestras vidas. Y por eso, todas estas campañas que mezclan belleza con salud, y salud con intervenciones médico-estéticas, son tan nocivas.
Pero este cambio no depende solo de nosotras e implica, necesariamente, que se nos respete y escuche independientemente de nuestro envoltorio. Librarse de las presiones estéticas que nos asfixian a todas horas, y en todas partes, no es algo que una pueda hacer a base de voluntad, ya que como recuerda Machado "si la única existencia concebible implica nuestro sometimiento, desearemos el sometimiento." A todos los jetas que hoy se dedican a intervenir los cuerpos sanos de tantas jóvenes con secuelas que ni ellas se pueden llegar a imaginar: ya está bien de hacer caja a costa de la salud de las mujeres.
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