Opinión · Otras miradas
La historia de poner un bozal a las mujeres
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Les invito a un viaje en el tiempo. Del siglo XVI al siglo XIX. A Escocia, Alemania o a Brujas. Si es mujer, piense que, de estar en aquella época, tenía muchas posibilidades de que ahora mismo estuviese callada con un bozal de hierro.
Se le llamaba “brida de regaño” o, también, "brida de bruja" o "brida de chismosa". Y esto nos apunta su uso principal. El objetivo ya lo deducimos: callar de forma forzosa a una persona. Y, aunque también se usaban contra hombres que alteraban el orden público fueron los casos menores. ¿Y para quién estaba destinado principalmente? Por supuesto, para las mujeres. Una sentencia de la época decía: “Una mujer enfadada, que discute con sus vecinos y rompe la paz pública, aumenta la discordia y es incompatible para la vecindad”.
Quedaban claras las normas para nosotras. En un principio se destinó a las consideradas chismosas, revoltosas, groseras o que causaban desórdenes civiles. Entre ellas, mujeres pobres, viudas o, cómo no, las brujas, para que no pudieran recitar sus hechizos. Pero pronto su uso fue algo más accesible y también podía ser a solicitud de un esposo. Aunque a veces esperaban una sentencia de un juez, en otras tomaban la iniciativa. Así se generalizaba la recomendación de “ponga una brida a su mujer”.
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Dicho y hecho. Son varios los dibujos de la época que representan esposos que tiraban de una cuerda o correa a sus mujeres, como si fueran un caballo o cualquier otro animal, que caminaban en silencio con esa máscara de metal, casi siempre de hierro, que rodeaba su cabeza y que pesaba lo suyo. Esta máscara permitía sujetar también una placa pesada que se ponía dentro de la boca de la mujer y se dejaba descansar sobre su lengua, sobre la que ejercía presión. El marido cerraba con candado y llave, y fin. Estas mujeres no solo eran obligadas a guardar silencio, a no poder comer o ni siquiera beber, sino que sufrían heridas en el interior de su boca: salivación excesiva, fatiga, llagas y sangrado. Porque algunas, además, llevaban en su extremo una púa. El escarmiento era automático. Podía durar desde unos treinta minutos hasta horas.
Por si ya no era suficiente, las bridas tenían motivos para ridiculizar aún más, con orejas de burro o cuernos retorcidos que daban un aspecto monstruoso y cruel. O un cascabel o campana pequeña en la parte superior cuyo sonido, mientras se andaba, llamaba la atención de los transeúntes. Así todas las miradas descansaban sobre ella, y la humillación pública era mucho mayor ante la burla del vecindario.
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Esto parece ficción pero en la localidad de Walton, en Londres, en la iglesia de St. Mary, hay una réplica de una de estas bridas. Llegó desde Chester y una frase indica: "Chester presenta a Walton una brida para frenar la lengua de las mujeres que hablan demasiado ociosamente". El delito que llevaba a esta pena fue abolido del código penal británico en 1967, aunque parezca mentira.
La historia de las mujeres está hecha a base de huellas que nos marcan. Y en este caso, esta brida sirvió a centenares de mujeres para aprender a callar, a no hablar y obedecer. Y cuando no era una brida, era una paliza o cualquier otro castigo que dejara claro aquello de “calladita estás más guapa”. Luego no nos sorprendamos de por qué, durante décadas, las mujeres normalizaran la violencia en las parejas, pues pedir ayuda cuando te han enseñado y educado a callar es muy complicado. Aún más cuando sabes lo que viene: el castigo y una sociedad que te juzga.
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A día de hoy las mujeres no llevamos bridas ni bozales, pero hay maltratadores que, en las sentencias de violencia de género, vemos que aún amordazan a sus parejas. Insisto, no llevamos bridas ni bozales, pero muchas en sus casas, con sus agresores cerca, sienten que la llevan puesta, que tienen la lengua aprisionada por el miedo, que les impide hablar. A veces, porque tu propia familia y la sociedad te da la espalda y estás sola ante todo.
Muchas de esas mujeres tuvieron que escuchar en televisión, en un programa de corazón donde se hablaba de Rocío Carrasco, que quizás hubiese sido conveniente que su madre le hubiese puesto un bozal. Sabemos que Jurado no hubiese hecho eso en su vida a su hija pero qué más da a estas alturas donde pueden opinar de Rocío Carrasco lo que quieran. Pero hay palabras muy desafortunadas que sobran y silencios y complicidades incómodas. Porque aunque la nieguen y digan que no es una víctima, para otras mujeres que han pasado por lo mismo, lo es. Y aunque piensen que no se revictimiza, otras Rocíos escuchan y el mensaje que les queda es el de la burla y el de que es mejor guardar silencio.
Por cierto, esta recomendación no es censura. Se llama buenas prácticas y código deontológico de la profesión. O quizás es que le hemos perdido el respeto a las víctimas y al periodismo.
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