Opinión · Punto de Fisión
Fraggle Vox: el irresistible encanto del fascismo
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Javier Milei parece un mamarracho, habla como un mamarracho, gesticula como un mamarracho, pero no hay que dejarse engañar: es un mamarracho. En ese juego entre realidad y ficción, el populismo ultra ya ni siquiera se preocupa de envolver sus mensajes, porque saben que, como escribió Donoso, la apariencia es lo único que no engaña. Unas décadas atrás, entre sus líderes había bastante cuidado en ocultarse o mimetizarse, pero ya no les hace ninguna falta; así, Bolsonaro o Milei evocan la mímica grotesca de Mussolini y los escupitajos vociferantes de Hitler sin necesidad de ponerse uniforme, simplemente vestidos de magnates.
A fin de cuentas, tanto Hitler como Mussolini intentaron eludir el servicio militar durante su juventud (una nota pedal que suele repetirse en los patriotas de fogueo, al estilo de Bush, Aznar o Abascal) y, en cuanto alcanzaron el poder, acabaron disfrazados de generales. En la foto de grupo de Milei con Garamendi y los grandes empresarios españoles, las corbatas y los trajes chaqueta sustituían a las medallas y las gorras de plato. Se trata de un núcleo exclusivamente masculino porque el fascismo reclama la virilidad y la bravuconería a modo de GPS: Meloni, Le Pen o Monasterio están ahí como las tías Tom dentro de la cabaña, del mismo modo que el pobre Bertrand Ndongo.
Sin embargo, aparte de las resonancias ideológicas y económicas más evidentes, entre el viejo fascismo del siglo pasado y este fascismo neoliberal recién nacido, hay una conexión estética que no sé si se habrá estudiado a fondo. Tanto Hitler como Mussolini acentuaron una veta cómica que desorientó por completo a los cronistas de la época y les permitió meterse al pueblo en el bolsillo. Nadie podía tomarse en serio a un tipo que le copiaba el bigote a Charles Chaplin y a otro tipo que, asomado al balcón, parecía la caricatura de un emperador romano con gastritis. Franco, en cambio, no necesitaba exagerar, ya que tenía la voz meliflua y las formas de botijo de una cabaretera gorda en horas bajas.
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En consecuencia, Milei representa su comedia humana a gritos, siguiendo las directrices de sus asesores de imagen, manejando una motosierra y soltando sus chorradas una tras otra, convencido de que, en un tiempo en que la política mundial se ha vaciado de contenidos para volverse espectáculo, el mayor espectáculo es el circo. Esta semana la editorial Planeta tuvo que retirar un libro suyo ante la evidencia de que el currículum del presidente argentino era más falso que un billete de tres euros. No quiero dar pistas, pero sospecho que el equipo de Abascal se equivocó al presentarlo como un líder serio y responsable, cuando lo que la gente quiere son payasos. Lo más cerca que estuvo Abascal de cabalgar esa ola fue cuando se asomó a una ventana para liderar la Reconquista con un casco del siglo XVII, cuando la Reconquista ya estaba hecha.
En la parada de los monstruos que Vox representó ayer en Madrid, como respaldo a las elecciones europeas, Milei llevó la voz solista extendiendo a los cuatro vientos sus paparruchas contra la inmigración, el santo y seña de una libertad exclusiva de los poderosos y las trolas sobre los 150 millones de muertos del socialismo. Algún día deberían ponerse de acuerdo en las cifras falsas, sobre todo teniendo en cuenta que las víctimas contabilizadas de la Segunda Guerra Mundial oscilan entre cuarenta y cincuenta millones de cadáveres. Pero el fondo da igual cuando lo que triunfan son las formas: el ridículo, la mendacidad y el escaparate de unas ideas de mierda. A menos de un siglo de distancia, otra vez suenan trompetas de guerra, otra vez necesitan carne de cañón. Que nadie diga que no estaba advertido.
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