Opinión · Otras miradas
Contra la actualidad
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Nos están ganando. Los ultras avanzan en todo el mundo. Monopolizan la agenda informativa, las redes, la conversación y lo que llamamos actualidad y desde ahí suman voluntades seduciendo a jóvenes, a dispersos, a descontentos, a desilusionados, a desesperados, a perdidos, a dolidos, a confundidos, a rebeldes, a encabronados... Hay muchos de esos. Y eso también tendríamos que mirárnoslo. Más allá de los ultras, la abstención no para de crecer en todos lados. La política hasta ahora no ha dado soluciones a más de la mitad de los votantes que tienen ese presunto privilegio.
Pero hoy quiero centrarme en ellos. Reconozcámoslo: los ultras son más divertidos, la falta de rigor les hace más ocurrentes. Pero, sobre todo, son más repetitivos. Y sí: como son dañinos, insultantes y muy pesados, se convierten en un puto coñazo, y, sobre todo por eso, nos ganan las partidas. Nos cansan y bajamos los brazos. Nos negamos a jugar su juego, sin darnos cuenta de que eso no puede traducirse en que les entreguemos el terreno de juego y, con él, el juego entero.
Con las últimas de Milei y de su versión nacional, con algo más de pelo y algo menos de papada, he llegado a la conclusión de que lo que sirve para ellos también podría servir para nosotros.
Si una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, como dijo Joseph Goebbels, siendo ministro de propaganda nazi, sin ser consciente quizá de cuan lejos llegaría su legado, el mismo procedimiento se puede aplicar a una verdad.
El periodista Manuel Rico con su hilo sempiterno en las redes sociales sobre lo que ocurrió en las residencias de ancianos durante la pandemia es una prueba irrefutable de ello. Cuando dábamos por muerto el asunto, cuando las urnas no castigaron a los responsables de más de 20.000 muertes de nuestros mayores con agonías inimaginables, su recuerdo diario de lo ocurrido resucitó una batalla que dábamos por perdida. Su iniciativa sumó voluntades a las de los familiares que todavía pelean en tribunales y a los que se atrevieron a organizar un tribunal popular intachable, cuyas conclusiones han refrescado y renovado la conciencia y la rabia imprescindibles para seguir persiguiendo justicia, para no bajar los brazos ante tamaña atrocidad ocurrida aquí mismo. Los abandonaron asfixiándose en nuestras ciudades, en nuestras calles, en nuestras residencias a pocos metros de hospitales con respiradores y con camas vacías y nadie se hace responsable.
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Una verdad repetida a diario, como una gota malaya, horadando las conciencias, subrayando lo primordial, se convierte en una verdad más verdad, en una que no queda sepultada bajo la avalancha de actualidad que todo lo tapa, que todo lo cubre, que todo lo arrasa. El chorro de noticias nunca para y en su bombardeo informativo se pierde lo fundamental. Y esto lo sabemos hace tiempo, pero seguimos haciéndolo igual.
Ellos ganan porque nos dejamos llevar por el torrente de actualidad, por el chorro de fango que producen sin parar, porque nosotros también nos vemos arrastrados por esa marabunta de novedad, porque la última hora se está comiendo a todas las demás. Como dicen en Canarias, somos unos noveleros, adictos a la novedad.
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Cada vez que informemos sobre la última de Milei hay que añadir lo sustancial: desde que asumió el Gobierno el pasado 10 de diciembre, el índice de pobreza del país ha pasado del 44% de la población al 60%, el consumo de carne –en el país que más la consume del mundo– ha bajado más que nunca en su historia, los precios han crecido un 65%, ha paralizado las obras públicas, recortado el empleo público, depreciado los salarios y las pensiones y eliminado todo tipo de ayudas sociales, incluido el programa que proporcionaba cobertura médica a enfermos de cáncer y otras enfermedades crónicas sin recursos, dejando a miles sin medicación.
Cada vez que Ayuso se entrumpe habrá que recordar que vive en un piso pagado por un delincuente confeso que se forró sacando tajada de la pandemia. Tenemos que recordar a los votantes que su presidenta abandonó a 7.291 abuelos madrileños a su suerte cuando no la tenían, sabiendo que les condenaba a una muerte segura y horrible, a pesar de que uno de sus consejeros le advirtió y le rogó que no lo hiciera.
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Por mucho circo que hagan, sus hechos son más escandalosos que sus palabras. Solo podemos confiar en eso y no cansarnos de contarlo, contarlo y contarlo para que sus mentiras no sepulten su verdad.
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