Opinión · Punto de Fisión
Segunda epístola de Pedro a los Corintios
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En el mitin que dio el pasado miércoles en Benalmádena, los periodistas no dejaron de notar la herida que tenía Pedro Sánchez en el brazo derecho y aventuraron que se trataba de un rasponazo, quizá de un encontronazo con la máquina de escribir. Son muy extrañas las relaciones entre la literatura y la política. Por lo general, a los presidentes y expresidentes españoles les da por publicar libros, tochos más o menos voluminosos donde, gracias a la pericia de un plumífero de alquiler, explican lo que piensan del mundo, de la economía o del catalán en la intimidad. Dicen que incluso hay gente que los lee, pero resulta bastante difícil creerlo. Aznar, por ejemplo, todavía no ha tenido tiempo de leer todos los libros que ha escrito, mientras que Rajoy bastante problemas tiene a la hora de hablar.
Más razonable, más astuto y también más perezoso, Pedro prefiere recurrir a las cartas, una literatura mucho más breve y personal. Lo hace no tanto con la idea de que alguien vaya a leerlas sino más bien con el propósito de consolidar el buen funcionamiento de Correos y no quitar trabajo a los carteros. Es verdad que sus cartas circulan libremente en las redes sociales, pero también lo es que estos días los buzones van a rebosar de propaganda electoral. Una cosa es pedir el voto para las elecciones generales del domingo y otra muy distinta aleccionar a la parroquia sobre lo injusta que es la justicia española y las barbaridades que está cometiendo con tu mujer. Normal que el presidente se presentara en Benalmádena con el brazo resentido tras los esfuerzos llevados a cabo por resucitar el género epistolar.
Esta segunda epístola de Pedro a la ciudadanía recuerda un poco alguna de Pablo a los corintios, en especial aquel pasaje donde el antiguo perseguidor de cristianos dice: “Vuestras mujeres callen en las congregaciones, porque no les está permitido hablar”. Y también: “Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada”. Aunque ni mucho menos tan misógino como el auténtico fundador del cristianismo, el presidente convirtió el mitin de Benalmádena en un acto de exaltación a su esposa, Begoña Gómez, en el que habló casi todo el rato de su esposa sin que ella abriera la boca. Casi podía haber llevado una foto, o mejor, un póster. Se conoce que no quería disgustar a esos amigos suyos cincuentones a los que el feminismo a lo Irene Montero les sienta fatal.
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El público, unas dos mil personas, coreaba entusiasmado el nombre de la víctima -Begoña, Begoña, Begoña- y, cuando Pedro alzó las manos, la herida en el brazo derecho fue tomando la forma de un estigma evangélico: algo a medio camino entre una cruz, una rosa y una papeleta electoral. A fin de cuentas, tanto en el mitin como en la carta, Pedro iba desmenuzando otra vez los mecanismos de esa repugnante máquina del fango que han levantado contra él, esta vez con ayuda de los periódicos y las televisiones de siempre, más el auxilio de un juez, de apellido Peinado, que no es ni de izquierdas ni de centro.
En cuanto las toneladas de fango y mierda que han echado sobre los demás -Podemos, independentistas, etc.-, eso Pedro lo va dejando siempre para otro día, siguiendo el sano principio de no aclarar mañana lo que puedas postergar hoy. Para explicar a fondo esa desidia y que la entendiera hasta un idiota, el presidente acudió semanas antes a una entrevista con Ferreras, un proveedor de fango de excelente calidad. Es lo que se llama predicar con el ejemplo o darle con la burra al trigo. Lo del miércoles, más que un mitin, fue un sermón de la montaña: bienaventurados los votantes del PSOE porque hay que ver lo que aguantan los pobres.
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