Opinión · Otras miradas
¿Se acabó el ciclo político?
Doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid
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El resultado de las elecciones europeas dibuja un panorama político dominado por el ultranacionalismo. El profundo giro a la derecha que se ha dado en el Parlamento Europeo sería un paso más en la senda que está recorriendo el continente. De ahí que estos resultados irían, en nuestro país, en línea de lo que ya pasó en las últimas elecciones autonómicas y municipales. No en vano, mucho analistas vieron en los resultados del 23J una anomalía temporal, los últimos coletazos de un ciclo político que se cierra.
¿El fin de un ciclo...
Año 2014. Hay elecciones al Parlamento europeo y Podemos irrumpe en política. Aún no se podía calibrar bien el movimiento tectónico que se estaba produciendo pero los titulares del momento apuntaban a que algo estaba cambiando en el sistema de partidos: “El bipartidismo se hunde hasta el 49%”, “PP y PSOE pierden 30 puntos, 17 escaños y cinco millones de votos”, “Izquierda Unida y Podemos se convierten en la tercera y cuarta fuerza”. Para evaluar bien este movimiento no hay que olvidar que en las anteriores elecciones europeas, en 2009, Izquierda Unida solo obtuvo dos escaños con el 3,7% de los votos; mientras que en 2014 la suma de IU y Podemos llegó hasta los 11 asientos haciéndose con el 18% del voto.
Recordar dónde estábamos antes de 2014 es importante para calibrar el supuesto fin del ciclo político actual. La transformación que comenzó hace 10 años no se ha revertido, al contrario, sus consecuencias siguen muy vivas (como el gobierno de coalición), aunque otras parecen estar mutando en una dirección contraria, como muestra la llegada de la política troll de Alvise.
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Veamos las constantes vitales a la izquierda del PSOE. Sumar obtiene 3 escaños con el 4,6% del voto y deja fuera del parlamento europeo al representante de IU, lo cual deja en el aire la viabilidad de la coalición. Podemos, por su parte, consigue dos asientos gracias al 3,3% del voto y promete seguir dando guerra. En conjunto obtienen casi el 8% de los votos, lo cual queda muy lejos del 20% de 2015, de eso no hay duda, pero no está tan alejado del 10% que obtuvo Unidas Podemos en 2019. Contra todo pronóstico, este espacio político no resiste mal en términos electorales. Hay motivos para la esperanza porque el electorado progresista está ahí, solo hay que hacer las cosas bien y cambiar los fontaneros por militantes.
...y el comienzo de otro?
Hace un mes, las encuestas daban al Partido Popular una intención de voto en torno al 35%-38%. Eso le otorgaba una diferencia con el PSOE que llegaba a superar los 10 puntos. Aprovechando el teórico viento a favor, los populares plantearon los comicios europeos como un referéndum sobre Sánchez. La tan ansiada cita electoral que llevaba pidiendo Feijóo desde el 23J para, por fin, acabar con el gobierno mal llamado ilegítimo. Sin embargo, al PP parece que se le resisten las urnas.
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La alegría que trasladan los populares con los resultados obedece más a la lógica interna de su organización que a un cambio en la dinámica electoral. Feijóo necesitaba quedar por encima de Sánchez, pero lo ha conseguido por la mínima: tomando como referencia los resultado del 23J, el Partido Popular solo mejora su resultado en 1,1 puntos a pesar de la desaparición de Ciudadanos, mientras que el PSOE tan solo baja punto y medio. O lo que es peor para Feijóo: la diferencia con el PSOE crece poco, 2,6 puntos, y aunque consiguen mejorar un poco sus resultados, siguen sin despegar. La foto casi no ha cambiado en términos de bloques.
Mientras tanto, la familia de la extrema derecha crece. La peor noticia para la democracia parlamentaria reciente es que un propagandista de mentiras y teorías de la conspiración como Alvise haya conseguido el 4,6% de los votos y tres escaños. Sabemos que su papeleta, gracias a la encuesta preelectoral del CIS, capitaliza fundamentalmente voto protesta desde Vox: casi el 20% de los votantes de Abascal pensaban votar a Alvise. No obstante, y esto es lo realmente preocupante de cara a próximos comicios, esta forma de hacer política troll no solo supone una reconfiguración en el espacio de la derecha. Si esto solo fuera así se agotaría en sí mismo, ya que solo le sería posible conseguir representación en otras elecciones europeas. Recordemos que la circunscripción única es la que posibilita que partidos pequeños, como Se Acabó La Fiesta, obtengan representación.
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Además de reordenar el voto de derecha, todo hace indicar que Alvise está consiguiendo captar a nuevos votantes y, así, ampliar el espacio electoral de la extrema derecha. Siempre según los datos del CIS, Alvise habría captado al 10% de los nuevos votantes y en torno al 8% de la abstención. Datos importantes que se complementan con la capacidad de esta papeleta para atraer al voto protesta más clásico: en torno al 7%-8% de PACMA y el voto nulo. Otros fenómenos frikis llegaron a sacar buenos resultados porque eran famosos antes de los comicios, el caso de Alvise es distinto: llega desde su cámara de eco digital particular al gran público. Veremos qué pasa ahora con un altavoz más grande.
La era de la posverdad
Dos claves para entender por qué ha ocurrido esto y su significado político. En primer lugar, vemos que se está consumando un cambio generacional en torno a cómo se socializa y manifiesta el malestar político. Si en 2011 las plazas se llenaron de personas jóvenes gritando “no somos mercancía en mano de políticos y banqueros”, sintetizando con ello un malestar social que anunciaba el origen de una fuerte crisis política; hoy tenemos una forma de vivir la política mucho más digitalizada, a medida y solitaria. Lo cual es un caldo de cultivo perfecto para que las teorías de la conspiración arraiguen y se difundan a gran velocidad.
En segundo lugar, la esfera pública digital ha consumado su transformación estructural. Las plataformas digitales que en la actualidad vehiculan el debate público ya no se parecen en nada a las redes sociales de hace una década. Los sueños de democratización digital han dado paso a las pesadillas de la ilustración: la mayor herramienta de distribución de información creada por el ser humano se ha convertido en el mayor vertedero de mentiras jamás imaginado.
Lo que para una persona son hechos indiscutibles para otra son claramente mentiras o medias verdades creadas para manipular al votante. Y esto es posible porque la visibilidad del espacio público digital ha cambiado y lo que cada uno ve en él es distinto: si bien antes discutíamos sobre interpretaciones, ahora lo que cuestionamos es si ha pasado algo en sí mismo. Todo un disparate. La teórica política Hanah Arendt nos dijo que el espacio público es donde las cosas están a la visa y oído de todos, aunque cada uno vea desde una posición diferente y tenga una opinión propia sobre lo que ve.
La clave está ahí: para que haya democracia todos tenemos que poder ver lo que ocurre en igualdad de condiciones. Cuando las cosas que acontecen en el mundo dejan de ser comunes, es decir, no tenemos forma de que todas las personas puedan verlas, se rompe la precondición para que pueda haber una discusión pública sobre política, economía o lo que sea. Y eso es precisamente lo que está pasando en las plataformas digitales: la visibilidad de lo público es cada vez más parcial, sus contenidos no están al alcance de todos y con ello se ha generado una hiperfragmentación que hace imposible ponernos de acuerdo sobre lo que está pasando. De ahí que hayamos pasado de la era de la información a la de la posverdad, y de la indignación a la política troll.
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