Opinión · Dominio público
El partido eres tú y lo sabes
Portavoz de Adelante Andalucía
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- ¿Cómo vamos a seguir adelante sin el partido?
– El partido, sí, ¡vaya excusa!, el partido eres tú y lo sabes, es Eugenia, es Enzo, es Armando, y además cruzando el río está familia Atzalli, y al fondo del valle la familia del Bizco, ahí está, en todas partes donde hay alguien que trabaja ahí está el partido, tras los barrotes de la cárcel donde hay miles de compañeros, ahí está, ahí está….
Esta semana he vuelto a recordar esta escena de la película Novecento. Llamadme antiguo, pero ahora que las izquierdas de Madrid andan en crisis, creo que está de rabiosa actualidad.
Hace unas cuantas noches, mientras hacía la cena con la radio puesta, escuché, creo que era a Manuel Jabois, decir que “es más difícil crear un partido de verdad que gobernar”. No sé si es verdad o exagera, pero sí sé que la última década nos ha enseñado mucho al respecto.
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La izquierda tradicional ha tendido a mitificar el Partido. Así, en mayúscula y acento en la P. Yo, al contrario, vengo de una tradición que escribimos el partido en minúscula, sin la pompa y el boato de aquellos que hablan del partido como nombre propio, no común. El partido es una herramienta, nunca un fin en sí mismo ni un mito atemporal bajo el que justificar todo tipo de tropelías y renuncias.
Pero, aun así, yo creo en el partido. La palabra es lo de menos. Cámbienlo por asociación, cofradía, claustro, grupo scout, club deportivo o asamblea. Como decía Bensaïd, aunque las palabras estén “tan enfermas que hiciera falta inventar otras, en el fondo seguiríamos siendo comunistas”. Pues con el partido sucede algo parecido.
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Llámenoslo como queramos, pero no dejará de ser una comunidad de gente que nos ponemos en marcha con unos objetivos comunes. En nuestro caso, la pretenciosa tarea de transformar Andalucía ,y el mundo, para que sea más justa y vivible.
Y en esa comunidad analizamos la realidad, pensamos juntas el camino, a largo, medio y corto plazo, buscamos los medios necesarios, nos repartimos tareas, evaluamos errores y aciertos, nos peleamos, lloramos, reímos, crecemos, ganamos y perdemos, pedimos disculpas y las aceptamos, rendimos homenajes a las que ya no están y construimos nuestras identidades.
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Todo eso tiene el peligro de convertirse en un espacio cerrado, asfixiante e inútil, por ello solo tiene sentido si esa comunidad es democrática, crítica y leal a partes iguales, y se usa como herramientas para transformar la vida real.
Pero ocurre que esa comunidad es tremendamente difícil de construir. Si os fijáis, construir un partido necesita de todos esos valores que se encuentran a años luz de la sociedad en la que vivimos: fuego lento, dedicación desinteresada, mucho esfuerzo, mucha gente, tareas que no brillan, labores muy pequeñitas e invisibles.
Todo lo contrario de un mundo, y una política, que prima el ascenso rápido y vertiginoso, sin mucho esfuerzo y por méritos propios, caras bonitas y likes en las redes sociales. Un partido requiere de todas esas cosas que contradicen el algoritmo de TikTok e Instagram.
Por eso, en la última década, las izquierdas hemos sucumbido a los cantos de sirena. Si Macron podía, por qué no podíamos tener nosotras nuestra “máquina de guerra electoral”.
Y así nos va. Tenemos un máster en montar candidaturas electorales y aún no hemos aprobado la Primaria en la asignatura de crear partidos reales.
Entre una Vicepresidenta diciendo que lleva cinco años en el cargo “sin tener espacio político”, como si fuera fruto de sus méritos individuales, y Alvise sacando tres diputados con un canal de Telegram, es duro decirlo, pero no hay tanta diferencia en este aspecto. Es la fe ciega en el discurso “performativo”, en la disociación entre discurso y política material.
La pequeña diferencia es que ellos tienen Ana Rosa, Susana Griso y El Yunque. ¿Qué deberíamos tener nosotros? Entre otras cosas, el partido.
El partido, su gente más bien, es lo que hace posible poner las condiciones para que cambien los procesos políticos y sociales reales. Es una red, organizada y pensada, que tiene a una compañera en la campiña cordobesa organizando la Marea Blanca, otra compañera montando el AMPA de su cole en Jaén, un sindicalista honesto repartiendo convenios de la hostelería en Granada, un chaval montando un colectivo contra la turistificación en Cádiz, una compañera organizando una formación para militantes en Algeciras, un ecologista contra un vertedero en Nerva, unas compañeras organizando una acción contra los pisos turísticos en Málaga, un compañero colaborando con migrantes en asentamientos de Níjar o una compañera organizando un censo, unos órganos, tareas pendientes y documentos en Sevilla. Un partido, por tanto, no se pide. Un partido se construye, en primera persona del plural.
Un partido es una comunidad de cuidados y aprendizaje hacia adentro y hacia afuera. Hacia dentro aprendemos juntas. Hacia afuera intentamos construir el mundo que cuide a la gente trabajadora.
Un partido no es un club de fan de un líder carismático ni un montón de cuentas de Twitter ni individualidades haciendo “autocríticas” a los demás.
Un partido es aquello que hace posible que un discurso conecte con la realidad, represente y tenga posibilidades de avanzar en el camino de cambiarla. Por ello, en las izquierdas, una líder política sin partido es un influencer de Instagram y poco más.
El tiempo del discurso rápido y resultón ya pasó. Si es que alguna vez tuvo sentido. Por eso, las andalucistas, feministas, anticapitalistas y ecologistas, nos hemos puesto como objetivo vital la invisible, cansada y ardua tarea de construir un partido. Con las puertas abiertas, las paredes finas, sin sectarismos, con ambición y con mucha alegría. Le llamamos Adelante Andalucía. Vente, que cabes.
No esperen resultados rápidos y facilones. Esperen algo bonito. ¿Quién querría una berza guisada rápido y corriendo? O peor, precocinada a 600km de aquí. Mejor, a fuego lento y aquí, que huela toda la casa.
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